Diario Expreso

La otra casa de las flores: edén secreto para niños

Cientos de menores de la calle se refugian unas horas en un hogar de paso ❚ Chiapas es el estado más pobre de México

- BÁRBARA BÉCARES EL PAÍS ■ ESPECIAL PARA EXPRESO

Este lugar no tiene el nombre en su entrada, porque quiere mantener su anonimato. El sitio se va conociendo de boca en boca. El objetivo de mantenerse oculto es que niños y niñas puedan entrar sin que los adultos sepan a dónde van. Que su paraíso, La Casa de las Flores, el lugar donde poder jugar, sea solo para ellos.

Muchos padres no permitiría­n que sus hijos, y sobre todo sus hijas, vayan a descansar unas horas de las tantas que pasan al día vendiendo por la calle. A más horas a la intemperie, más probabilid­ad de conseguir alguna moneda.

San Cristóbal de las Casas (una ciudad en la zona alta del estado de Chiapas, México) es el edén para el viaje de mochila. E incluso ya tiene sus rincones destinados al turismo de lujo, con muchos extranjero­s de países ricos para emprender proyectos alternativ­os.

Y, en medio de esto, o como centro de todo, los pequeños con ropas coloridas, vendiendo a precio de saldo cosas varias. O mendigando unas monedas “para Coca Cola”, base de su dieta y que con sus azúcares, ayuda a engañar al hambre que produce comer poco.

Los tipos de trabajo callejero en este estado muestran una clara diferencia entre sexos. Las niñas y mujeres acarrean kilos de ropa, bisutería o artesanías y a veces también bebés, suyos o de sus madres.

Por su parte, los niños cargan cajas de madera llenas de cigarrillo­s, que se venden sueltos, porque así dan más ganancia, o bien portan cajas de madera para lustrar los zapatos de los turistas que no vayan en deportivos (algo difícil). Los hombres de las comunidade­s no suelen trabajar en la venta callejera. Sus oficios están en el campo, las minas de piedra o la construcci­ón.

Domingo tiene impuesto el turno de noche. Lleva unos zapatones enormes que alguien le regaló, sin calcetines. ‘No tengo, señora’, responde con su vocecita ante el espanto de una turista viendo sus pies casi desnudos. La noche presenta cinco grados y él tiene que sentarse durante horas delante de una de las vinaterías de moda para vender sus chicles y sus cigarros a cinco pesos (25 céntimos de euro).

Todas las noches entre las cinco de la tarde y las dos o tres de la mañana, Domingo se sitúa ahí. No dice quién lo trae a la ciudad y quién se lo lleva de vuelta. Pero cuando empieza a vaciarse la calle principal suena un walkie talkie viejo que lleva enganchado a la trabilla de su pantalón y, como un autómata, recoge sus cosas y muestra a los que le rodean que ya no puede darles más conversaci­ón. Unas calles más allá hay todos los días furgonetas que dejan a los menores en la ciudad y se los llevan cuando acaba el día.

Domingo dice que su sueño cuando sea mayor es tener una casa con su milpa (huerta para el maíz). Alguien lo ha echado a él y su familia de donde vivían. La base de la economía de los pueblos nativos del lugar ha sido siempre la agricultur­a.

Las cifras oficiales dicen que Chiapas es el estado más pobre de México, pero defensores de los derechos humanos prefieren decir empobrecid­o: es rico en recursos, tiene mucha agua en un mundo que se va secando, y esas riquezas han catapultad­o a la pobreza a sus habitantes más vulnerable­s, junto con el conflicto armado en las montañas. En medio de este lugar, está La Casa de las Flores.

Silencio y paz. Esas son las sensacione­s que produce el cruce del portón de ese rincón secreto, ubicado en una de las calles aledañas, no lejos de la plaza principal. Ahí se aprende a leer y a escribir. Las educadoras ofrecen los derechos humanos que la marginació­n y la miseria han robado a los nativos chiapaneco­s. Hay una bicicleta que un niño ha dejado apoyada en la pared. También hay una cocina que crea platos de comida calientes, para muchos, la única comida del día.

Existe un huerto que entre todos cuidan, talleres a diario (de pintura, de moldear barro o para saber comprender y gestionar las emociones), hay juguetes y libros de colores. Y hay respeto por las personas.

Claudia Castro, creadora y directora, dice que las cifras locales oficiales calculan que en San Cristóbal trabajan unos 4.000 niños y niñas en la calle, pero ella cree que ese número está por debajo de la realidad, sobre todo en temporada alta de turismo. Cuenta también que este lugar se mantiene gracias a las donaciones.

El espacio recibe a diario a unas 15 personas. En sus 10 años de trabajo, unas 700 menores han pasado por ahí. “Los niños y niñas que atendemos no cuentan con certificad­os de nacimiento y por lo mismo no existen en el sistema. No pueden recibir atención médica ni asistir a la escuela, y en caso de desaparece­r no hay manera de levantar un acta”, dice Claudia.

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EL PAÍS San Cristóbal de las Casas. Un niño juega en un momento de descanso en La Casa de las Flores.

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