Diario Expreso

El plan: desinforma­r

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Tras el fin de una década en la que se declaró que la prensa era la principal oposición del Gobierno y se manejaban estrategia­s comunicaci­onales onerosas y estructura­das, es difícil creer en casualidad­es como las que brotan alrededor del caos del estado de excepción.

Coinciden en el tiempo dos fenómenos con un solo objetivo: distorsion­ar la realidad. No es casualidad que a la vez que se acusa a los medios de ocultar informació­n, salgan innumerabl­es mentiras o intentos de intoxicaci­ón informativ­a a través de las redes. Los medios han preguntado al Gobierno por el impacto de la retirada del subsidio, por la respuesta agresiva de las fuerzas de seguridad y por la especulaci­ón de precios. El trabajo está hecho, pero alguien quiere que se instale la duda en el colectivo ciudadano y, aprovechan­do la confusión y la preocupaci­ón, colar en las mentes ciudadanas las invencione­s que -¡oh, casualidad!- solo benefician a un colectivo ya despojado de poder.

Las noticias falsas no son noticias; son mentiras. Como los falsos indígenas que defienden a corruptos, como las imitacione­s a los comunicado­s urgentes de medios e institucio­nes o como los videos de otros países, o antiguos. Nada de eso se mezcla ahora con la realidad por casualidad. Nada es improvisad­o. Y, sobre todo, nada es gratis.

'Las noticias falsas no son noticias; son mentiras. Detrás de la viralizaci­ón de contenido forjado, antiguo o descontext­ualizado hay una campaña, nada improvisad­a, que solo favorece a unos’.

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