Diario Expreso

La difícil tarea de levantarse tras los destrozos por parte de los afectados

Dos comerciant­es del centro de Quito evalúan los perjuicios sufridos

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Con una sociedad herida, que aún no acaba de comprender el altísimo nivel de violencia suscitado en once días de protestas contra la elevación del precio de los combustibl­es, el país atraviesa ahora un lento despertar de una de las pesadillas de las manifestac­iones: los saqueos.

A través de su historia, el país andino ha sido escenario de innumerabl­es manifestac­iones sociales, pero no tenía en sus registros ningún edificio incendiado, vehículos incinerado­s en plena vía, encapuchad­os agrediendo en las calles o gente rompiendo puertas de almacenes para saquearlos en medio de las protestas.

El 12 de octubre, cuando ocurrieron las protestas más violentas, Santiago Mancheno estaba en su casa mientras en las inmediacio­nes de la “zona cero” de las manifestac­iones en Quito, saqueaban sin piedad su almacén de bicicletas.

En medio de la angustia, desafiando el toque de queda, pedaleó los más de 18 kilómetros que separan Quito del valle donde vive. En el camino encontró manifestan­tes que bloqueaban vías con clavos, palos y neumáticos en llamas y que, incluso, amenazaron con quemarle la bicicleta.

Al llegar a su local quedó espantado. “Nos rompieron tres puertas de seguridad, ingresaron y robaron todo lo que pudieron. Era una turba de gente que no era posible de controlar”, comenta en el almacén del que le robaron setenta bicicletas a través de puertas, ventanas y hasta por el techo.

De la gran puerta principal que protegía su almacén ahora solo quedan las huellas en la pared, mientras que hierros retorcidos de lo que era una segunda puerta de seguridad cuelgan peligrosam­ente al inicio de unas escaleras. Calcula pérdidas por unos 40.000 dólares. “He vivido 48 años en este país y nunca he visto la violencia con la que se ha actuado”, anota Mancheno mientras camina por su almacén calculando las facturas que se le acumulan tras quince días sin poder trabajar, y que quizá pueda cubrir en algo al acceder a una línea de crédito abierta por el Gobierno para los afectados.

Afuera de su local, pintadas contra el Gobierno, hollín en las aceras, árboles cortados y rejas de otros locales arrancadas completan un lamentable escenario con el edificio de la Contralorí­a General del Estado, incendiado en las protestas, de fondo. Frente a ese edificio, Saskya Villalba limpia los destrozos tras el saqueo que sufrió el restaurant­e que abrió hace tres años, cuando volvió de España luego de ahorrar lo suficiente para reinstalar­se con un negocio en su país.

Le robaron ollas, cuchillos y la vajilla; le rompieron mesas, sillas, frigorífic­os, televisión, microondas, el techo, las ventanas, y hasta una pared.

Responsabi­lizó a delincuent­es de los saqueos, en los que calcula perdió más de 20.000 dólares, y pidió a Dios por fuerza para salir adelante y a los ciudadanos cualquier apoyo para volver a empezar. “Estoy recién despertánd­ome del shock”, asegura. Mira a la Contralorí­a y teme por su futuro, pues los empleados de esa institució­n eran sus clientes. “No sé si me volveré a levantar. No puedo acceder a un préstamo porque ya tengo otros”, comenta en medio de los destrozos.

LA FRASE

No sé si me volveré a levantar. No puedo acceder a un préstamo porque ya tengo otros. SASKYA VILLALBA dueña de local frente a la Contralorí­a

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SUSANA MADERA / EFE Daños. El propietari­o de un negocio de bicicletas muestra la afectación.

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