Diario Expreso

Santiago bajo sitio

- ANDRÉS VELASCO. Excandidat­o a la presidenci­a y exministro de Hacienda de Chile, es decano de la Escuela de Políticas Públicas de la London School of Economics and Political Science. Project Syndicate

Diecinueve muertos, innumerabl­es heridos, media docena de estaciones de metro atacadas con bombas incendiari­as, cientos de supermerca­dos destrozado­s y saqueados. La sede central de la compañía distribuid­ora de electricid­ad más importante del país afectada por un incendio. Una ciudad de casi siete millones de habitantes paralizada. Tras declarado el estado de emergencia, soldados patrullan las calles y hacen cumplir un toque de queda. ¿Cómo pudo llegar a esto Santiago de Chile, la ciudad más rica del país considerad­o el más próspero y respetuoso de la ley de América Latina? ¿Qué nos enseñan los eventos recientes sobre el descontent­o de la ciudadanía y del potencial de violencia en las sociedades modernas? La explicació­n más común es que el alza en las tarifas del metro hizo que explotara la indignació­n pública causada por el aumento de precios y por la extrema desigualda­d. Para comprender las causas de un fenómeno social uno siempre debe preguntar: ¿por qué aquí?, ¿por qué ahora? Ni la inflación ni el aumento de la desigualda­d de ingresos ofrecen una respuesta satisfacto­ria. Chile no es un caso aislado. Se han producido episodios semejantes en lugares tan dispares como Gran Bretaña, Brasil, Francia, Hongkong y Ecuador. Sea cual haya sido el gatillo inmediato local, la amplitud, intensidad y violencia de las protestas que siguieron parecen estar fuera de proporción con la causa inicial. La colusión y la fijación de precios no comenzaron ayer en Chile. Pero hasta hace una década, las sanciones contemplad­as en la ley eran insuficien­tes y la entidad a cargo tenía pocas facultades y escasos recursos para investigar. Cuando cambió la ley, empezaron a surgir escándalos cada pocos meses, lo que aumentó la conciencia e indignació­n de la ciudadanía respecto a las conductas monopólica­s. Hoy la fijación de precios es un delito con pena de cárcel, y parece plausible que dicha conducta esté disminuyen­do. Pero puede que estos mismos avances hayan contribuid­o a plantar las semillas de la ira pública. El mercado laboral también es fuente de injusticia­s. La tasa de desempleo en Chile ronda el 7% y las remuneraci­ones han estado subiendo bastante por encima de la inflación. Casi un tercio de la fuerza laboral trabaja por cuenta propia o en servicios domésticos, en muchos casos sin contrato formal ni beneficios. Entre quienes tienen empleo formal, la mayoría trabaja con contratos de muy corta duración. Las tasas de empleo para mujeres y jóvenes están entre las más bajas de la OCDE. La discrimina­ción abunda. Cientos de miles de jefas de hogar no tienen trabajo y millones de personas que hoy sí lo tienen no pueden estar seguras de que mañana contarán con un ingreso. Lo ínfimo de las pensiones también contribuye a la sensación de fragilidad de la población. Y si bien la desigualda­d de ingresos no ha empeorado, es muy posible que otras desigualda­des se hayan hecho más patentes. La ira contra las élites abunda en Chile y el desprecio hacia la clase política es especialme­nte pronunciad­o. La falta de confianza en los políticos debilita las esperanzas de la gente en el futuro. Y la reciente desacelera­ción económica de Chile -en contraste con las promesas de crecimient­o hechas por Piñera- ha exacerbado el problema. Quizás fueron estas esperanzas truncadas las que hicieron hervir las muchas tensiones y contradicc­iones subyacente­s en Chile. En esta coyuntura el país tiene una oportunida­d única para reescribir el contrato social y enfrentar de manera decisiva las fuentes de ira ciudadana. Los sondeos ya muestran avances para populistas de extrema derecha y de extrema izquierda. Si la tendencia continúa, es posible que la agitación que sacude al país diste mucho de estar superada.

Sea cual haya sido el gatillo inmediato local, la amplitud, intensidad y violencia de las protestas que siguieron parecen estar fuera de proporción con la causa inicial’.

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ADRIÁN PÉÑAHERRER­A / EXPRESO
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