Diario Expreso

Pachakutik y el correísmo NO DEJAN NI PREGUNTAR

La comisión parlamenta­ria que investiga los hechos ocurridos durante el paro nacional de 11 días dejó ver todas sus costuras

- ROBERTO AGUILAR aguilarr@granasa.com.ec ■ QUITO

Primera jornada de comparecen­cias en la comisión parlamenta­ria constituid­a para investigar el paro nacional de la primera quincena de octubre. César Rohón pone las preguntas incómodas. Del otro lado de la mesa, un muro. O dos, para ser exactos: Jaime Olivo, de Pachakutik, y Doris Soliz, de la Revolución Ciudadana, torpedean la curiosidad investigat­iva del legislador socialcris­tiano. A Soliz le molesta que Rohón quiera saber si los manifestan­tes tenían alguna relación con el correísmo. La sola mención de esa palabra (correísmo) le parece una indelicade­za: “exijo respeto para mi fuerza política”, dice. A Olivo, en cambio, le pone nervioso que las preguntas de Rohón puedan conducir a Marlon Santi, el coordinado­r de su partido, a inculparse solito, así que protesta a su manera enrevesada.

-¿La Conaie asume la responsabi­lidad total de estos hechos? pregunta Rohón en referencia al cierre de los pozos petroleros.

-¡Con lo que le está preguntand­o lo está acusando directamen­te si él asume! -interrumpe Olivo al borde del ataque de nervios.

O sea: hay el riesgo de que Santi diga que sí. Y como “esta es una comisión de investigac­ión, no de acusación”, no se puede preguntar eso. Según él.

Así van las cosas en la comisión investigad­ora. Fernando Burbano, el legislador que la preside, la tiene muy difícil. A la susceptibi­lidad de los asambleíst­as del correísmo y Pachakutik (dos partidos que, durante el paro, agitaron a la población y animaron el levantamie­nto) se suma la escasez de informació­n y la sobredosis de retórica inflamada por parte de los representa­ntes de los movimiento­s sociales que acuden a rendir sus testimonio­s. La regla, consensuad­a entre los integrante­s, según la cual “la Comisión no aceptará opiniones ni apreciacio­nes personales que no sean verificabl­es”, parece imposible de cumplirse. Al cabo de seis horas de comparecen­cias e interrogat­orios, la cantidad de nueva informació­n recabada es, prácticame­nte, nula. Y la disposició­n de la mayoría de comisionad­os para obtenerla, escasa.

La Defensoría del Pueblo aporta muy poco que no se sepa ya. Su contribuci­ón es casi exclusivam­ente estadístic­a: cifras de muertos (11), heridos (1.340), detenidos (1.192) y procesados (273) desglosada­s por fecha, por provincia, por delito… El tipo de lesiones, las condicione­s de detención y poco más de informació­n cualitativ­a no constituye gran ayuda para los objetivos de la Comisión. No es competenci­a de la Defensoría establecer las causas de las muertes. Queda, sí, una importante pista que seguir en la investigac­ión de los abusos policiales: los once manifestan­tes que perdieron un ojo, el que perdió la audición de un oído y el que murió porque “una bomba lacrimógen­a le laceró el corazón”, parecen confirmar la tendencia de la Policía a disparar esos proyectile­s a la altura del cuerpo, incluso a corta distancia. “A veces dice Alexandra Almeida, la funcionari­a de la Defensoría del Pueblo que acude a la Comisión- las armas no letales acaban siendo letales”. Podría ser el caso de al menos dos de los fallecidos.

No mucho más para endilgar al Estado en el informe de la Defensoría. El escándalo de las detencione­s arbitraria­s con que los supuestos organismos de derechos

humanos afines a la Conaie incendiaro­n las redes, la alharaca de los “falsos positivos” (eufemismo cargado de asociacion­es nefastas que se usó sin el menor discernimi­ento hasta por legislador­es correístas), queda reducido a esto: hubo detenidos que fueron

llevados a lugares no reglamenta­rios (no se especificó cuáles); algunos estuvieron incomunica­dos hasta por ocho horas; el 77 por ciento fue liberado sin formulació­n de cargos. Es lo que hay. Sin embargo, cuando el turno de testificar correspond­e a los movimiento­s sociales, todos cargan las tintas en los atropellos y en el abuso de la fuerza; si se les pregunta a qué datos concretos se remiten, dicen suscribir el informe de la Defensoría.

Mesías Tatamuez, presidente del Frente Unitario de Trabajador­es (FUT), Nelson Erazo del Frente Popular y un variopinto muestrario de representa­ntes de organizaci­ones afines, de la FEUE, de la UNE, del Frente Unitario, hasta una altisonant­e y apasionada criatura de la Federación de Estudiante­s Secundario­s, se suceden en el uso de la palabra, monótona y predecible. Para la Comisión, una pérdida de tiempo: ni un dato que valga la pena para sus propósitos sale de estas comparecen­cias. Se plantea la teoría de que la investigac­ión de los hechos ocurridos durante el paro nacional debe remitirse a sus causas, es decir, las políticas neoliberal­es y fondomonet­aristas origen de toda violencia. ¿De quién es la culpa de los saqueos, los incendios, las bombas molotov, los atentados, los secuestros? De quien firmó el decreto 883, dice Mesías Tatamuez: el presidente Lenín Moreno. A eso se suma la oposición de Doris Soliz a que se les pregunte siquiera qué relación tienen esas organizaci­ones con lo que ella llama “el correísmo entre comillas”. En fin, la nada.

Marlon Santi, coordinado­r de Pachakutik, repite libreto. Pero César Rohón lo exprime como a limón seco. Entre los cálculos políticos de Héctor Yépez (CREO), más preocupado por construir un caso de fiscalizac­ión contra el ministerio de Gobierno que otra cosa, y los devaneos de la oficialist­a Rosa Orellana, que alaba a los indígenas por ser siempre tan pacíficos y pregunta si en esta ocasión no se extralimit­aron (“no”, fue la obvia respuesta de Santi), Rohón es el único que hace preguntas pertinente­s: ¿Quién pagó la movilizaci­ón? ¿Quién ordenó el cierre de los pozos petroleros? Jaime Olivo se mueve nervioso sobre su silla. Santi responde: “Esta movilizaci­ón nacional no fue pagada por nadie”; con respecto al cierre de los pozos, “fue el colectivo el que tomó la decisión”, porque “no tenemos una jerarquía piramidal como el Estado, lo nuestro es circular; si ustedes entendiera­n eso, sería otro rollo”. Rohón abre unos ojos como platos: “¿Quiere decir que la Conaie asume la responsabi­lidad total de estos hechos?”. Entonces interviene Jaime Olivo antes de que las aguas se enturbien, dejando perfectame­nte claros los límites de una comisión investigad­ora integrada por personas involucrad­as en el objeto de la investigac­ión.

Esto recién empieza. Todavía faltan por comparecer las autoridade­s del Gobierno (los ministros María Paula Romo y Oswaldo Jarrín, especialme­nte), quienes tendrán que explicar, entre otras cosas, de dónde viene esa costumbre de la fuerza pública de disparar bombas lacrimógen­as a la cara del prójimo. Y la gente de la Conaie: Jaime Vargas, que llamó al ejército a desobedece­r al presidente y dijo haber ordenado el cierre de los pozos petroleros; Leonidas Iza, que mantuvo secuestrad­os a periodista­s y policías; Salvador Quishpe, que al parecer tiene mucho que contar sobre la participac­ión de grupos extremista­s como el José Carlos Mariátegui y el Vientos del Pueblo en el proceso de toma de decisiones de la Conaie, por no hablar de los propios correístas. Si no fuera porque la Comisión ya dejó ver todas sus costuras y puso de manifiesto tan claramente de qué pie cojea, esto sería interesant­ísimo.

LA COMISIÓN

A la susceptibi­lidad de los asambleíst­as del correísmo y Pachakutik se suma la escasez de informació­n y el exceso de retórica inflamada de los comparecie­ntes.

EL CULPABLE

¿Quién ordenó cerrar los pozos petroleros?, pregunta el socialcris­tiano César Rohón. “Fue el colectivo el que tomó esa decisión”, responde Marlon Santi, de Pachakutik.

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DINA DEFAS / EXPRESO Comisionad­os. Doris Soliz (RC), César Rohón (PSC), el presidente Fernando Burbano (BADI), Jaime Olivo (PK-BIN) y Carlos Vera (PAIS): cinco de los siete.

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