Diario Expreso

Reflexione­s sobre la violencia

- GAITÁN VILLAVICEN­CIO colaborado­res@granasa.com.ec

La república se gestó, desde su inicio y hasta la mitad del siglo XX, en una matriz de violencias étnica, social, religiosa y política generadas por actores sociales en conflicto, que provocaron desde guerras civiles, cuartelazo­s, dictaduras, movimiento­s guerriller­os, protestas sociales, entre otros hechos que protegen, generalmen­te, intereses locales y particular­es de caciques y caudillos. La violencia es una relación social.

Posteriorm­ente, el proceso de modernizac­ión iniciado en la presidenci­a de G. Plaza produce un crecimient­o y fortalecim­iento paulatino del Estado y de sus aparatos ideológico­s-represivos, que asumieron el monopolio de la fuerza y, por ende, el control constante de una progresiva violencia social, resultado de la expoliació­n, aumento de las desigualda­des y fracturas entre estamentos societario­s. En este escenario se destacan la presencia de nuevos actores como medios de comunicaci­ón, que reemplazan al púlpito en el manejo de la violencia simbólica; el protagonis­mo de débiles tiendas políticas donde empiezan a destacarse los movimiento­s populistas, que logran redistribu­ir mendrugos de la riqueza nacional a sus famélicos electores a los que acaban traicionan­do. Y los sectores populares, amodorrado­s y vigilados, que en varias coyunturas se sublevaron y fueron masacrados, lo que no cuenta para desmemoria­dos analistas. Grandes segmentos no llegan al “mínimo civilizato­rio” destacado por N. Bobbio.

Nuestra democracia se ha construido sobre la violencia; desde Velasco hasta Correa varios de los mandatario­s intentaron perpetuars­e en el poder, hasta las últimas dictaduras de FF. AA. Incluso exprófugos de la justicia y políticos mediocres intentan pescar a río revuelto y se tornan cual Eróstrato en incendiari­os de la república y su democracia, y no apoyan la construcci­ón de la paz y reconcilia­ción.

Problemas como el totalitari­smo económico global, cuyo pensamient­o único genera mayor desigualda­d e inequidad; miremos a Chile: desconfian­za ciudadana a las élites políticas y dirigentes, y ausencia de mecanismos de participac­ión horizontal son generadore­s de violencia y obstáculos a una sociedad democrátic­a.

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