Pasabolas siguen las huellas de Pancho Segura
Chicos de escasos recursos que se desempeñan como pasabolas fueron protagonistas de un torneo. Esperan triunfar en el tenis
En enero de 2018 Santiago Perlaza (17 años) y Paúl Llerena (16) corrían detrás de un balón de fútbol en la cancha del Batallón del Suburbio. Hoy continúan habitando en dicho sector, pero sus gustos deportivos cambiaron.
Barcelonistas confesos, ya no están tan preocupados de lo que hagan Máximo Banguera, Matías Oyola, Fidel Martínez, Jonatan Álvez o el Kitu Díaz. Hoy sus conversaciones se centran en los certámenes donde participan Roger Federer, Novak Djokovic, Gael Monfils, Rafael Nadal, Daniil Medvedev, y otras figuras del tenis mundial, al punto que sus amigos del barrio les dicen que “ahora solo practican deportes pelucones”.
¿Qué generó un cambio tan radical? A inicios de 2018 llegaron al Guayaquil Tenis Club para cumplir la función de pasa bolas, gracias a recomendaciones de amigos que trabajan en dicho lugar. Hoy forman parte del programa de ayuda social que lidera Ángel Barberán, por lo que durante un par de días experimentaron lo que se siente estar al otro lado del espejo, siendo protagonistas del torneo de tenis realizado en el Anexo de Samborondón.
“Soy el entrenador en el proyecto Cultivando Deportistas y Fortaleciendo la Educación. Esta vez estuvieron 61 chicos de la sede del centro y del Anexo, divididos en categorías de principiantes, intermedios y avanzados, a quienes se les ha dado clases de tenis para mantenerlos alejados de los peligros que involucra estar en las calles y puedan ganar algo de dinero (a manera de propina) por pasar las pelotas en los juegos de los socios”, explica Barberán.
“A mí me recomendó Epifamio Ortiz, el canchero del centro, y cuando cumpla los 18 años -edad límite para estar en el grupo- no tendré problemas en recomendar a algún amigo. A mí me dieron una mano para salir adelante y lo mejor que puedo hacer es dársela a otro”, acota Santiago.
Aunque la edad ideal para iniciar la práctica del deporte blanco está entre los 5 y 6 años, Santiago y Paúl sueñan en llegar a estar entre los grandes de esta disciplina, sabiendo que no todo está en sus manos.
“Mire esos zapatos”, dice Paúl, mientras señala a un afiliado del club, “por lo bajo costarán unos 150 dólares... yo juego con unos Venus de 8, pero hay que hacerle a la lucha. Si llegué hasta aquí, puedo ir más lejos, todo es cuestión de meterle ganas y tener suerte”.
La fortuna a la que se refiere el joven tiene que ver con los costos que se maneja en una disciplina tan elitista.
La hora de clase cuesta entre 15 y 30 dólares, una raqueta nueva está en el orden de los 250, cifras muy altas para jóvenes cuyas familias muchas veces sobreviven con un sueldo básico de 394 dólares.
“Cada vez que hacemos nuestra labor de pasabolas los socios nos ayudan con alguna propina y en ocasiones nos regalan zapatos, raquetas y todo lo que necesitamos para jugar”, explica Santiago, quien ahora tiene nuevos ídolos locales, los extenistas Andrés Gómez, Nicolás Lapentti, Raúl Viver, Miguel Olvera, entre otros, a quienes ven de forma cotidiana.
Barberán recuerda que el programa surgió gracias a la iniciativa de Francisco Guzmán, quien hace seis años encontró eco en las autoridades del Guayaquil Tenis Club para aportar con el pago de entrenadores, trofeos y estímulos a los jóvenes que, sin saberlo, podrían emular la historia de Francisco Segura, para muchos el mejor tenista ecuatoriano, quien hizo sus pininos como pasabolas y entre 1950 y 1952 se consagró como el mejor tenista masculino individual del mundo. Eso es soñar en grande.