Diario Expreso

La decadencia de la Conaie

- ROBERTO AGUILAR aguilarr@granasa.com.ec

¿ Qué queda de la comparecen­cia de los dirigentes indígenas ante la comisión parlamenta­ria que investiga el paro nacional?

El cinismo de Jaime Vargas. La desfachate­z con que reduce a broma los hechos más dramáticos y violentos (y costosos para el país) de unas jornadas que hicieron tambalear la democracia. La cobardía con que elude sus responsabi­lidades.

La beligeranc­ia de Leonidas Iza. La superiorid­ad moral -que en su caso es ideológica y es étnicacon que se dirige al país a través de sus legítimos representa­ntes. La violencia no disimulada que encierra su discurso. Su desprecio por la sociedad no indígena, a la que se ha propuesto, en sus propias palabras, “alfabetiza­r”, porque está llena de ignorantes, de estúpidos, de zombis. Su racismo, digámoslo de una vez, si es que los académicos del poscolonia­lismo y los guardianes de la corrección política no prohíben el uso de ese término aplicado a alguien que, como él, pertenece a un grupo social que continúa discrimina­do y explotado.

El relevo generacion­al en la Conaie resultó una desgracia para el país y para el movimiento indígena. Esa organizaci­ón admirable, que surgió como una respuesta cultural de resistenci­a pacífica ante la segregació­n en los años ochenta, cuando las poblacione­s indígenas de otros países (México, por ejemplo) no encontraba­n otra alternativ­a que liarse a balazos contra el Estado; esa organizaci­ón que supo desmarcars­e de una izquierda que seguía empantanad­a en el debate bizantino de si los indígenas son proletario­s o no, son “clase revolucion­aria” o no, y propuso un cambio de paradigma, audaz, visionario y posmoderno, que se convirtió en ejemplo para América Latina; esa organizaci­ón que, en el gran levantamie­nto del año 90 supo administra­r con sabiduría la estrategia del palo y la zanahoria, logró forzar un diálogo sin precedente­s históricos con el gobierno y… ¡dialogó!, y cambió al país para siempre y para bien; esa organizaci­ón que dio el salto, también sin precedente­s en la historia de América Latina, a la participac­ión política formal, que constituyó un brazo político (Pachakutik) y adquirió dimensione­s auténticam­ente nacionales con la inclusión de la sociedad mestiza en su plataforma; ese movimiento que logró todo eso y más gracias a la brillantez de una dirigencia sensata y dialogante, hoy está en manos de un puñado de talibanes de escasa formación política y referentes intelectua­les senderista­s. Gente violenta, peligrosa, como Jaime Vargas y Leonidas Iza.

Es el resultado de haber acunado en su seno, durante años, a grupos violentos admiradore­s de Abimael Guzmán, maoístas, Mariátegui­s, Vientos del Pueblo y otras hierbas similares; gente que, camuflada en organismos defensores de los derechos humanos o en medios de comunicaci­ón comunitari­os y alternativ­os, ha vivido del goteo de recursos económicos provenient­es de oenegés internacio­nales; gente que, finalmente, terminó alzándose con la dirigencia y hoy no tiene a nadie que los pare.

Da grima ver a los Izas y a los Vargas y a todas las izquierdas cómplices que les sirven de comparsas hacerse los desentendi­dos cuando se les habla de violencia, oírlos culpar a supuestos infiltrado­s que conocen perfectame­nte porque les dieron de comer y les arroparon y hoy (habida cuenta su profunda deshonesti­dad intelectua­l) no tienen más remedio que encubrir.

Alguien tiene que decirlo. Alguien tiene que hacerse cargo de este debate sin correr el riesgo de ser tachado de racista. Porque el relevo generacion­al de la Conaie es un desastre y es un peligro. Y nos concierne a todos.

Da grima ver a los Izas y a los Vargas y a las izquierdas cómplices que les sirven de comparsas hacerse los desentendi­dos cuando se les habla de violencia’.

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ADRIÁN PEÑAHERRER­A / EXPRESO
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