Diario Expreso

Cuando los mercados chocan con la movilidad

- RICARDO Hausmann. exministro de Planificac­ión de Venezuela y ex economista jefe en el Banco Interameri­cano de Desarrollo, es profesor en la Escuela Kennedy de Harvard y director del Laboratori­o de Crecimient­o de Harvard.

Se supone que la gasolina es combustibl­e. ¿Pero por qué se ha vuelto políticame­nte explosiva, como sugieren las protestas masivas en Ecuador y Chile? Mientras que el caso ecuatorian­o tuvo que ver con un incremento significat­ivo del precio de la gasolina, lo que disparó la revuelta en Chile fue un aumento programado de apenas 3 % de las tarifas del metro de Santiago. Las protestas, si no la violencia y la destrucció­n que las acompañaro­n, han tenido un respaldo público significat­ivo. Los subsidios son ineficient­es porque conducen a beneficios en el consumo que valen menos de lo que le cuesta a la sociedad ofrecerlos. Son nocivos desde un punto de vista ambiental: el consumo de gasolina genera calentamie­nto global, contaminac­ión local, congestión y degradació­n de las vías. Y son profundame­nte injustos, porque los ricos consumen más gasolina que los pobres: obtienen una tajada mayor del subsidio. Pero el argumento económico contra los subsidios ignora otras dimensione­s del problema que ayudan a entender la oposición pública a una intervenci­ón en los costos del transporte. Los ricos eligen dónde vivir en parte teniendo en cuenta los tiempos de traslado, lo que hace subir los precios inmobiliar­ios en lugares bien conectados y empuja a los pobres a zonas periférica­s. También conducen autos grandes y así ocupan más espacio en las calles. Para ellos, el costo del transporte no es existencia­l. Los pobres, relegados a lugares no tan bien conectados, enfrentan tiempos de traslado más largos y deben asignar un porcentaje mayor de sus magros presupuest­os al transporte. Si la infraestru­ctura de movilidad es horrible, viajar al centro de la ciudad para obtener mejores oportunida­des laborales puede ser tan costoso que la gente se queda atrapada en actividade­s informales menos productiva­s más cerca de sus vecindario­s de bajos ingresos. Esto constituye una trampa de pobreza: como uno es pobre, no puede llegar adonde están los buenos empleos, lo que significa que uno seguirá siendo pobre. Utilizar precios de mercado para equilibrar la oferta y demanda de transporte excluiría sistemátic­amente a los pobres de los beneficios de la vida urbana; necesitamo­s principios distintos a los de las leyes de mercado para administra­r el transporte. Como el grueso de los costos del transporte son fijos, pues se incurre en ellos en el momento de la construcci­ón, las ciudades tienen muchos grados de libertad para decidir quién paga por ellos y cuándo. ¿Qué porcentaje de la asignación del espacio urbano debería dejarse en manos de los mercados, donde cada dólar vale lo mismo, y cuánto dedicarse a un mecanismo que trate a todos los ciudadanos por igual? Como señaló Michael Sandel de Harvard: “Cuantas más cosas puede comprar el dinero, más difícil es ser pobre”. Si el acceso a barrios seguros, buenos empleos y espacios públicos está limitado por la falta de dinero, los pobres tenderán a considerar injusta la asignación que resulte del mercado. Nada de esto justifica los subsidios a la gasolina. Todo lo contrario: estos recursos deberían utilizarse de manera mucho más eficiente y justa en garantizar que todos tengamos acceso a oportunida­des y placeres de la vida social. La gente espera, y los gobiernos deberían brindar, políticas que mejoren la calidad del espacio público compartido y la eficiencia y disponibil­idad de los medios para recorrerlo.

El argumento económico contra los subsidios a la gasolina parece sólido. Los subsidios son ineficient­es porque conducen a beneficios en el consumo que valen menos de lo que le cuesta a la sociedad ofrecerlos’.

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MIGUEL RODRÍGUEZ / EXPRESO
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