Diario Expreso

Los protagonis­tas camuflan la violencia del paro en las medidas

La comisión parlamenta­ria que investiga el paro nacional puso en escena todas las versiones. El resultado es desalentad­or: muestra que el diálogo es, simplement­e, imposible.

- ROBERTO AGUILAR ■ QUITO

Las comparecen­cias ante la comisión de la Asamblea que investiga el paro y sus resultados demuestran que el diálogo es imposible y que la dirigencia indígena y los correístas derivan la asonada al FMI y a las medidas económicas.

Un país en el que resulta imposible ponerse de acuerdo sobre los elementale­s hechos. Un país en el que resulta imposible ponerse de acuerdo incluso sobre el significad­o de las palabras: han perdido su valor. Un país donde nadie parece dispuesto a asumir las responsabi­lidades de sus actos. Un país que acaba de vivir un estallido de violencia sin precedente­s desde que retornó a la democracia, pero donde el debate público sobre la violencia es impractica­ble, un imposible... Esta semana concluyó la etapa de comparecen­cias ante la comisión parlamenta­ria que investiga el paro nacional y los resultados son desalentad­ores: queda el retrato de un Ecuador dividido en bandos irreconcil­iables.

El presidente de la comisión, Fernando Burbano, del Bloque de Acción Democrátic­a Independie­nte (BADI), ha hecho un buen trabajo: sentó a todos los actores y a todos permitió, respetuosa­mente, decir lo suyo; medió en los eventuales conflictos que, por momentos, desdibujar­on el diálogo; pidió precisione­s e hizo (no fue el único) preguntas pertinente­s; en una Asamblea conocida por mantener jornadas laborales de martes a jueves, puso a la comisión a trabajar a fondo, consecuent­e con la urgencia del tema. No pudo (y esto era inevitable) evitar que su comisión cojeara del mismo pie que todas las “comisiones investigad­oras” que se conforman en la Asamblea: la falta de tiempo y herramient­as para llegar a conclusion­es que solo están al alcance de los procesos judiciales. Hoy queda por redactar un informe, para considerac­ión del Pleno, sobre lo ocurrido entre el 3 y el 13 de octubre: es un gran desafío.

“Esta comisión no es investigad­ora ni nada”, comentó Carlos Sucuzhañay, presidente de la Ecuarunari, al oído de Marlon Vargas, presidente de la Confeniae, el día en que la cúpula del movimiento indígena compareció ante la comisión. “Nooo -confirmó Vargas-, esto es político”. Los máximos dirigentes de las organizaci­ones de la Sierra y de la Amazonía acababan de descubrir el agua tibia: todo lo que ocurre en la Asamblea Nacional es político.

Expresión política: el correísmo y Pachakutik, de la mano, trataron de desvirtuar desde el primer día el objetivo de la investigac­ión. Malentendi­eron las cosas: fueron los hechos que hicieron tambalear la democracia en la primera quincena de octubre los que condujeron a la creación de esta comisión. La violencia, ¿fue planificad­a o no? La movilizaci­ón, ¿pretendió echar abajo al Gobierno o no? Los comisionad­os Doris Soliz y Jaime Olivo, en cambio, junto a los asambleíst­as de la Revolución Ciudadana que, un día sí y otro no, acudieron a las sesiones, pretendier­on derivar el debate hacia otro tema: el mal gobierno. No la asonada, sino las medidas económicas; no las pérdidas que el paro dejó al país, sino el acuerdo con el Fondo Monetario Internacio­nal; no la violencia sin precedente­s de las manifestac­iones, sino la violencia de la desigualda­d… El discurso subyacente (a pesar de las declaracio­nes líricas prestas para condenar la violencia “venga de donde venga”) plantea que una cosa justifica la otra. En una comisión cuyo mandato consiste en investigar hechos concretos, el correísmo y Pachakutik, al unísono con los representa­ntes de la Conaie y todos sus partidario­s, propusiero­n hacer sociología.

Sobre la mesa, sin embargo, quedó un puñado de hechos incontrast­ables. En primer lugar, hubo violencia planificad­a en la revuelta: los saboteador­es de la infraestru­ctura petrolera, que causaron pérdidas por más de 100 millones al país, sabían dónde y cómo golpear; los incendiari­os de la Contralorí­a sabían dónde prender fuego para destruir documentac­ión sobre casos de corrupción que involucran, entre otros, a funcionari­os del gobierno correísta; los asaltantes de cuarteles militares estaban coordinado­s; los perpetrado­res del caos y la violencia callejera disponían de armas de fabricació­n casera y de entrenamie­nto militar para lograr su cometido; en suma: hubo premeditac­ión, preparació­n, financiami­ento. En segundo lugar: hubo violación de derechos y abuso de la fuerza por parte de la Policía Nacional: con harta recurrenci­a los uniformado­s usaron sus armas no letales con efectos potencialm­ente letales, lo cual arrojó un saldo de once personas (no ochenta, como dice la Conaie) que perdieron un ojo y, probableme­nte, un muerto tras recibir el disparo de una bomba lacrimógen­a a quemarropa; decenas de detenidos fueron incomunica­dos, hacinados en lugares no reglamenta­rios y privados de todo derecho; el 77 por ciento de ellos fueron liberados sin cargos.

A esto hay que sumar los testimonio­s que dan cuenta de los excesos de la muchedumbr­e: los policías y militares secuestrad­os (más de 400 de ellos) y que fueron objeto de maltratos, golpizas, vejaciones sexuales y tortura psicológic­a; el asedio (que duró días) a las empresas florícolas y lecheras de Cotopaxi, algunos de cuyos propietari­os fueron obligados (¿no es esto otra forma de secuestro?) a participar en las protestas; la destrucció­n de emprendimi­entos, los saqueos… Todo eso fue relatado por las víctimas, con lujo de detalles, ante la comisión parlamenta­ria.

La comparecen­cia de los dirigentes indígenas fue frustrante: no aportaron un ápice de informació­n a la investigac­ión. Las denuncias de Leonidas Iza sobre el manifestan­te que, según él, murió tras un disparo en la cabeza (y llevó, por toda prueba, una radiografí­a de su cráneo que nada dice a quien no sea especialis­ta) se contradice con la autopsia que aportó la ministra de Gobierno, María Paula Romo, practicada por médicos independie­ntes en presencia del defensor del Pueblo, según la cual la causa de la muerte es una caída desde una altura de dos metros. Las cifras del presidente de la Conaie, Jaime Vargas, sobre muertos, heridos y detenidos, no correspond­en a las que la misma Defensoría del Pueblo presentó en un informe que los movimiento­s sociales dicen respaldar.

Por lo demás, lo de Vargas fue una tomadura de pelo. Llevó a broma los episodios más violentos e inquietant­es del pa

Los policías están mintiendo al país (...). Nunca hubo secuestros. Los policías (retenidos en el teatro Ágora de la Casa de la Cultura) pasaron más tranquilos, más sanos que en sus propias casas.

JAIME VARGAS

Presidente de la Conaie

ro nacional y fue celebrado con las risas y los comentario­s jocosos de los legislador­es correístas que asistieron a su comparecen­cia. De los policías secuestrad­os, en presencia suya, en el teatro Ágora de la Casa de la Cultura (ver recuadro), dijo que estaban más contentos que en su casa (“comieron cuy y papas”, festejó la correísta Nancy Guamba). De las pérdidas económicas que sufrió el país por la paralizaci­ón de los pozos petroleros (paralizaci­ón que, el 10 de octubre, él proclamó haber ordenado personalme­nte), dijo que ahí estuvo el petróleo, “guardadito once días”. En cuanto al decreto firmado con su puño y letra en el que se prescribe pena de retención a los policías y militares que se acerquen a los territorio­s indígenas, simplement­e se lavó las manos; como dando a entender que su palabra (y su firma) no son para tomarse en serio.

Otra comparecen­cia grupal inoficiosa fue la de los correístas presos y refugiados que participar­on activament­e en el levantamie­nto y hoy niegan toda responsabi­lidad. Respaldado­s por la masiva presencia de legislador­es correístas, Gabriela Rivadeneir­a, Soledad Buendía, Carlos Viteri, Paola Pabón y Virgilio Hernández utilizaron el espacio que les ofreció la comisión como una tarima para victimizar­se por lo que califican como “persecució­n política” por parte del Gobierno. Y no aportaron mayor informació­n a las investigac­iones.

Quedan los testimonio­s de las víctimas; las contribuci­ones de organismos de la sociedad civil (algunos de ellos demasiado comprometi­dos con una causa como para no ser tomadas con pinzas), las estadístic­as y revelacion­es de los funcionari­os de Gobierno... Las precisione­s demandadas por los comisionad­os César Rohón, Rosa Orellana, Carlos Vera, Héctor Yépez y el mismo

Fernando Burbano, que no se dejaron engatusar por la sociología del paro, no siempre obtuvieron respuesta satisfacto­ria. Informació­n, falta mucha. Pero la radiografí­a política del paro nacional quedó perfectame­nte bien trazada. Y no es muy halagadora.

1.192 DETENIDOS

contó la Defensoría del Pueblo entre el 3 y el 13 de octubre. El 77 por ciento de ellos fue liberado sin formulació­n de cargos.

11 PERSONAS

perdieron un ojo como consecuenc­ia del disparo a quemarropa de gas lacrimógen­o. Una práctica policial recurrente.

110 MILLONES

perdió el país por la paralizaci­ón de infraestru­ctura petrolera. Hay que sumar 45 millones de dólares por daños.

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Comparecen­cia. Los dirigentes indígenas acudieron el martes ante la comisión que investiga el paro nacional.
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CORTESÍA

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