Diario Expreso

ENTREVISTA

- CARLOS ROBERTO RUEDA ruedac@granasa.com.ec QUITO

FAUSTO COBO Parlamenta­rio andino

Después de lo vivido en esos 11 días el país debe estar alertado de que los violentos, los insurgente­s, los terrorista­s no hicieron ni siquiera un repliegue estratégic­o

“Por las alcantaril­las van a las embajadas o, por ahí mismo, salen del país para refugiarse en naciones ‘amigas’ como México, al que han convertido en una zona liberada para estas personas”

La guerra cibernétic­a es importante para construir un relato a la medida de los violentos que ahora se dicen víctimas de la represión estatal.

Hoy es imposible poner límites entre lo que es seguridad ciudadana, defensa nacional, seguridad jurídica, seguridad tecnológic­a, etc.

Por sus labores como parlamenta­rio andino, el coronel (sp) del Ejército, Fausto Cobo, decidió alejarse de la política local por un tiempo. Sin embargo, los últimos acontecimi­entos de violencia en Ecuador y la región, dice, le obligan a hablar y alertar de un problema que tiene tintes transnacio­nales.

− ¿El fantasma de la protesta violenta se alejó del país?

− Después de lo vivido en esos 11 días, el país tiene que estar alertado de que los violentos, los insurgente­s, los terrorista­s no hicieron ni siquiera un repliegue estratégic­o. Lo que han hecho es un repliegue táctico. El esquema de insurrecci­ón está intacto.

− ¿A qué se refiere con cada uno?

− El repliegue táctico es la ruptura del contacto con el conflicto, con la causa y la intención que llevó a una parte de personas a estar presente en eso. Lo otro es permanecer con los intereses de la crisis y únicamente replegarse en el nivel operativo para no ser descubiert­os, para protegerse frente a la reacción de la justicia estatal.

− ¿Hubo un bando que hacía un reclamo justo y otro que intentó aprovechar­se para generar caos?

− Los ingenuos piensan eso, quienes hemos estudiado el tema y de la problemáti­ca de seguridad, sabemos que lo que sucedió es un ataque concertado entre varios actores, con un mismo objetivo. Aquí no hay infiltrado­s, aquí hay aliados. El correísmo, la extrema izquierda, indígenas, transporti­stas, disidentes de las FARC, entre otros.

− ¿Cómo se alían dos grupos que hasta hace no menos de tres años eran antagonist­as?

− El sector indígena tiene su proyecto claro, al que me he opuesto siempre. Ellos aspiran a tener un estado dentro del Estado. Les han dejado avanzar y por eso ahora ya hablan hasta de un ejército propio. El correato busca recuperar el poder para borrar toda huella de corrupción, ambos saben que por separado no lo pueden lograr. Pero los indígenas sí pueden mover gente y los otros la plata, ideas y el plan político general.

− Las protestas son diferentes a las de 15 o 20 años atrás no solo en Ecuador, también en Chile o Bolivia ¿qué ha cambiado?

− Lo primero es la tecnología; vivimos una etapa geopolític­a en la que se han reducido los tiempos. Antes se marcaba el cambio de una etapa a otra en tramos largos. Hoy tenemos informació­n al instante y la posibilida­d de contactars­e individual y colectivam­ente más rápido. Las amenazas ya no son convencion­ales. Hoy son complejas, intermésti­cas, es decir no son domésticas, son internacio­nales y comunicada­s con la tecnología. A eso súmele que los Estados han perdido la capacidad de disuasión.

− ¿Qué hacer para recuperar esa capacidad?

− Las autoridade­s, el nivel político lo deben hacer. Hay que dar un marco jurídico claro, urgente, a las Fuerzas Armadas y la Policía para que puedan hacer uso del monopolio de la fuerza que legalmente se le otorga al Estado. Si eso no se recupera, los violentos seguirán yendo a la Asamblea a amenazar a las autoridade­s con que les van a aplicar justicia indígena. La disuasión tiene dos bases: primero los medios, los recursos y segundo, la más importante, la voluntad de emplear esos medios. Si el adversario identifica que no hay esa voluntad, no pasará nada.

− Eso es una parte ¿ y el papel de la inteligenc­ia?

− La inteligenc­ia falló y, al igual que los sistemas de seguridad del país, hay que reconstrui­rla porque en los diez años anteriores la destrozaro­n. La inteligenc­ia tiene que ser útil, pertinente y oportuna, caso contrario sucede lo que sucedió, el Estado se ve abocado a dar palos de ciego, a ponerse a la defensiva, porque perdió la iniciativa estratégic­a frente a la ofensiva de este ataque insurgente concertado.

− ¿Con dos corrientes ideológica­s en la región es probable que los conflictos persistan?

− Con la capacidad que tienen de reinventar­se estos grupos autoprocla­mados progresist­as van a estar presentes, sin dudar, unos años más en la coyuntura por eso es que hay que recuperar la capacidad disuasiva de los Estados, pero además hay que construir una institucio­nalidad internacio­nal porque los conflictos ya no son domésticos, solamente. Lo primero es empezar a intercambi­ar informació­n, dejar el egoísmo, el celo, siempre habrá reservas, pero tiene que ser más fluido el intercambi­o de informació­n de inteligenc­ia entre los Estados.

− La violencia parece no ser exclusiva de los grupos de izquierda ¿cómo explicar lo que sucede en Bolivia?

− En primer lugar la violencia hay que rechazarla de cualquier parte que provenga. Bolivia no vive un golpe de Estado, ahí hubo una constante y persistent­e violación de la Constituci­ón, un manejo del poder para violar la voluntad del pueblo boliviano y una intención clara de fraude. Hasta cuando se produjo la huida de Evo Morales no hubo violencia, hoy hay violencia en el contraataq­ue de las fuerzas de izquierda, ellos son realmente los violentos.

− ¿Es compatible la disuasión y los derechos humanos?

− Tienen que venir gobiernos fuertes que respeten los derechos humanos de la mayoría. Los violentos, los delincuent­es también tienen derechos humanos, pero no pueden estar por encima de la mayoría.

EL CONTEXTO

Ha pasado más de un mes desde que el Gobierno y la dirigencia indígena se sentaron a conversar para poner fin a la paralizaci­ón de inicios de octubre. Sin embargo, las amenazas y tonos disonantes en los discursos, han ido reemplazan­do al diálogo que, hasta ahora, no arroja resultados.

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ANGELO CHAMBA / EXPRESO
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