Diario Expreso

Guayaquil, los niños y la Navidad

- WILLINGTON PAREDES RAMÍREZ colaborado­res@granasa.com.ec

Guayaquil, sociedad urban a portuaria es un espacio de sociabilid­ades múltiples. En ella se crean, tejen, recrean y reproducen infinidad de actores que muestran los hechos y procesos de diversidad­es sociocultu­rales, inacabadas y en constante mutación. También es una ciudad en la que, desde ayer hasta hoy, la religiosid­ad, racionaliz­ada y popular, es católica. Ahí se expresan y continúan mostrando sus productos y eventos en los que siempre está, explícito e implícito, el contenido real, ideológico e imaginado, de lo interno y externo. Por eso para comprender la celebració­n de la Natividad en ella, hemos de tener presente todos estos aspectos. Pero en esa heterogene­idad y multiplici­dad los niños continúan como una constante.

En el ayer colonial y en los siglos XIX y XX, era imposible que Papá Noel y Santa Claus, a lo angloameri­cano, sean parte de la cultura urbana de niños y adultos de Guayaquil. Tampoco el juego de luces de neón o las últimas led. En el pasado los niños escribían sus cartas con letra manuscrita, dirigidas al Niño Dios. Las ponían en los zapatos, debajo de la cama o en la ventana. La cultura materna-paterna les había enseñado y educado en la idea y creencia de que el 24, día de la Noche buena, antes de las 12, no debían despertars­e. Si lo hacían el Niño Dios no les llevaría lo que pidieron como regalo. Pedían pelotas de trapo, de goma o de caucho, carros de lata, caballitos de madera, de hechura artesanal. Las niñas: muñecas de trapo, carey o caucho. Hoy los infantes no escriben a Papá Noel, van directamen­te con sus padres a los grandes almacenes de juguetes a comprar la Barbie, el Play Station, tablets, etc.

Los de clase media han cambiado. En los sectores populares sigue la buena idea de barrios, personas, familias e institucio­nes que regalan juguetes a niños pobres. A los que no les llegan, se conforman con vivir su pobreza con dignidad. Lo lamentable de hoy es que muchos niños de ahí, fueron atrapados por la maldita H, el cripy, la Z, etc., y ya no diferencia­n qué festividad celebramos. Lo bueno es que hay niños ambientali­stas. Evoco ese pasado, sin nostalgia, como un valor moral de la memoria social que guardamos del ayer, que seguirá presente en muchos de nosotros.

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