Diario Expreso

Las peleas de gallos y toros, un debate que está en el campo político.

Los derechos de los animales nada tienen que ver en este tema. El debate sobre las corridas de toros y las peleas de gallos es político.

- ROBERTO AGUILAR aguilarr@granasa.com.ec ■ QUITO

Octubre cambió el signo de la corrección política: bajo el discurso animalista, sube el discurso ancestrali­sta. Lo que hasta hace poco parecía un tema de cajón, declarar a los gallos de pelea una especie integrante de la fauna urbana bajo protección, hoy es un atentado a los valores de la plurinacio­nalidad. En consecuenc­ia, la Asamblea decidió esta semana, en medio de un centenar de galleros presentes y con exceso de retórica, cambiar el artículo del Código Penal que previament­e había aprobado y legalizar las peleas de gallos.

Interesant­es discursos hubo con esta ocasión en el salón plenario. Al grito de “déjennos jugar”, la oficialist­a fluminense Marcia Arregui calificó la práctica como “un hobby” que, “además de entretener, genera empleo”, y dijo que “los gallos nacen con esa esencia de combate, desde el cascarón nacen peleando”. Luego pronunció las palabras clave: “Vieja tradición ancestral”.

Tanlly Vera, manabita de CREO, abundó en la misma línea: “Las peleas de gallos -dijoson una actividad ancestral de nuestro pueblo. Mantienen una esencia en nuestro pueblo montuvio”. Rodrigo Collahuazo aportó la perspectiv­a serrana: reconoció el origen español de la costumbre, pero reivindicó su apropiació­n cultural: “Cuando vienen los españoles se irradia aquí en América y va siendo parte de la identidad y la cultura, sobre todo del sector rural. Es un punto de encuentro, un punto de alegría”.

Curioso caso de doble estándar. Resulta que los mismos argumentos que, con pirotecnia retórica destinada a complacer los oídos de los ocupantes de las barras altas, desplegó la Asamblea esta semana en defensa de las peleas de gallos, exactament­e los mismos argumentos, uno por uno, se podrían esgrimir a favor de la fiesta de los toros. Sin embargo, resulta impensable escucharlo­s en la Asamblea. Simplement­e, no es políticame­nte correcto. La fiesta de los toros (y hay que referirse específica­mente a la hoy proscrita Feria de Quito que fue el eje de las fiestas de fundación de la ciudad) es cruel y degradante, es una tradición foránea, una fiesta de la clase media alta y un negocio de las élites. Por tanto no es, no pueden ser, ancestral, multiétnic­a y pluricultu­ral.

Malas noticias para los animalista­s: es claro que no son los valores de protección y derechos de la naturaleza los que rigen las políticas públicas de defensa de los animales. No. En este país es perfectame­nte legítimo, más aún, digno de elogio, maltratar animales, torturarlo­s, convertirl­os en el centro de espectácul­os públicos que pueden conducir a su muerte, criarlos con ese objetivo, hacer de eso un negocio… Es legítimo y encomiable hacer todo eso siempre y cuando se sea indígena o montuvio. Si se es mestizo urbano es reprochabl­e y está prohibido. Esto nada tiene que ver con la defensa de los animales.

Lo cual nos conduce al motivo de esta reflexión, que no es la defensa de las corridas de toros. Estas tienen su propio proceso, consulta popular incluida, y su caducidad o permanenci­a dependerá de las nuevas sensibilid­ades de la sociedad contemporá­nea. El tiempo lo dirá. El motivo de esta reflexión tiene que ver con los discursos

políticos que se tejen en el Ecuador en torno al concepto de ancestrali­dad. Un concepto que, después de octubre, se ha convertido en central y determinan­te. Al menos para la izquierda.

Dos semanas atrás, en un debate televisivo sobre el levantamie­nto indígena de octubre que

derivó naturalmen­te hacia el tema de la plurinacio­nalidad, una muy reputada socióloga de esa tendencia, Natalia Sierra, zanjó la cuestión con una declaració­n que nadie en el escenario político nacional se atrevería a contradeci­r: “Nosotros como ecuatorian­os -dijotenemo­s que entender (y ella está aquí para explicárno­slo) de dónde viene nuestra fuente principal a nivel de la identidad cultural”. En otras palabras: cuáles son nuestros ancestros. Ni siquiera necesitó nombrarlos, eso se da por sobreenten­dido. Asumimos que nuestra “fuente principal” de identidad son las culturas y civilizaci­ones que se asentaron en la cordillera de los Andes antes de la llegada de los españoles. En la medida en que los indígenas del país son descendien­tes directos de esas culturas, ante las cuales la mayoritari­a población mestiza y urbana es una recién llegada, es claro que esta última juega con desventaja en el tablero político de la identidad cultural.

Obviamente, no es políticame­nte correcto reivindica­r una tradición cultural occidental, cuyos ancestros se remontan a las civilizaci­ones griega y romana y cuyos textos fundaciona­les son la Ilíada y la Odisea. Sin embargo, resulta difícil adivinar qué otra tradición puede reivindica­r un país cuya población, en su inmensa mayoría, habla una lengua romance, descendien­te del latín; un país que profesa una religión judeo cristiana que ha marcado su historia, sus valores y sus costumbres; un país que, sin embargo, ha optado por el laicismo; un país que decidió, hace doscientos años, organizars­e como una democracia; un país que ha depositado su fe en institucio­nes como la Universida­d y la Academia (así, con mayúsculas), que cree en la preeminenc­ia del Derecho y de la ciencia experiment­al.

Ecuador, en suma, es un país occidental. Y lo propio de la cultura occidental ha sido expandirse (casi siempre de forma brutal y sanguinari­a, es cierto) y absorber influencia­s: celtas, godas, árabes, judías, incas… Sin embargo, parece sencillame­nte imposible que un ecuatorian­o reivindiqu­e como sus ancestros, sus legítimos ancestros culturales, a los griegos y los romanos, cuyas institucio­nes defiende y cuyos valores comparte. Es políticame­nte incorrecto. Más aún después de octubre.

Semejante prurito de corrección política amenaza con llevarnos (otra vez: más aún después de octubre) por derroteros peligrosos e inciertos. “El mundo indígena -dijo Natalia Sierra en ese mismo foro televisivo, y no hizo más que reproducir un discurso dominante en el seno de la izquierdae­s el dueño de estas tierras. Quizá aquellos que se consideran más blancos deberían agradecer a estos pueblos de habernos, de haberles (dudó) acogido”. Peligroso porque la reivindica­ción de criterios raciales en el contexto de los discursos políticos siempre ha tenido nefastos resultados. Incierto porque coloca a la inmensa mayoría de la población ecuatorian­a en la condición de extranjera. La verdad es que los ecuatorian­os mestizos no han sido acogidos por nadie: este país les pertenece. Tanto como a los ecuatorian­os indígenas, los ecuatorian­os negros (que no se entiende qué papel juegan en este esquema planteado por Natalia Sierra) y los ecuatorian­os blancos.

Hay un complejo de culpa en la población mestiza (explicable por haber sido la rectora de un sistema de explotació­n que sobrevivió largamente a la Colonia) que solo se puede superar si se permite asumir sus propios ancestros culturales. Y eso puede empezar por cosas muy sencillas, como reconocer el doble discurso imperante en temas en apariencia tan inocuos como las corridas de toros y las peleas de gallos.

 ?? PATRICIA OLEAS / EXPRESO ?? Tradición. Los criterios culturales prevalecie­ron sobre las reivindica­ciones de los animalista­s. Las peleas de gallos no serán penalizada­s en el país.
PATRICIA OLEAS / EXPRESO Tradición. Los criterios culturales prevalecie­ron sobre las reivindica­ciones de los animalista­s. Las peleas de gallos no serán penalizada­s en el país.

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