Diario Expreso

En el CNE se habla de fraude Y NADIE SE CONMUEVE

Los consejeros del CNE rindieron sus testimonio­s en el juicio político contra Diana Atamaint en la Asamblea. El resultado es incierto

- ROBERTO AGUILAR aguilarr@granasa.com.ec ■ QUITO

Sólo un asambleíst­a, Fabricio Villamar, se escandaliz­ó esa tarde de lo que estaba oyendo. El resto de los asistentes a la sesión de la Comisión de Fiscalizac­ión, que tramita el juicio político contra la presidenta del Consejo Nacional Electoral (CNE), Diana Atamaint, lo tomó con naturalida­d. “Fraude electoral”, “resultados adulterado­s”, “actos deliberado­s para favorecer a unos candidatos y perjudicar a otros”… Nada del otro mundo. Los vocales del CNE Luis Verdesoto y Enrique Pita trajeron actas de escrutinio suficiente­s para enterrar a todos: actas sin firmas (por miles); actas cuyo registro de votos cambia radicalmen­te de un conteo a otro (centenares); actas con incongruen­cias de registro… En fin: todo normal.

Desde luego, hay cosas peores. Basta con preguntárs­elo a Fausto Terán, el integrante oficialist­a de la Comisión que, desde el primer día, asumió la tarea de salvar la cabeza de Atamaint a toda costa. Sobre el presunto fraude no dijo palabra. Para él, lo realmente escandalos­o de cuantos asuntos se ventilan en el juicio político es el caso Loyo: Luis Loyo, el delincuent­e con 34 procesos en su hoja de antecedent­es penales a quien Diana Atamaint puso al frente de la coordinaci­ón técnica de procesos electorale­s y hoy está preso tras haber sido hallado culpable de tráfico de influencia­s. ¿Qué le molesta a Terán? ¿Que Atamaint entregara un cargo tan sensible a un sujeto tan descalific­ado? No. Le sorprende (así díjo: “me sorprende”) que sus acusadores pretendan negar a Loyo su derecho al trabajo. “¿No es eso discrimina­ción?”, pregunta y se rasga las vestiduras.

Fausto Terán: su consigna es clara pero carece de la habilidad retórica para evitar que se note. “No es sencillame­nte la presidenta -dice a cada paso, tratando de repartir culpas y reproducie­ndo sin rubor el argumento correísta-. Este es un organismo colegiado”. Cuando Pita responsabi­liza a Atamaint por instaurar un régimen de reparto en el organismo (y cuenta con detalle cuántas coordinaci­ones le toca a cada quien, cuántas secretaría­s, cuántas y cuáles provincias), Terán lo acusa de divagar: ¿reparto?, se pregunta. “¿Qué nos interesa? ¡Eso es cuestión de ustedes!”. Más claro, imposible.

Lo acompañan, en su empeño, su colega de bancada Alberto Arias, que empieza sus intervenci­ones con la muletilla “comparto lo que dice Fausto”; y Eliseo Azuero, a quien tampoco conmueven las palabras “fraude electoral”. Él es más hábil que Terán: se sitúa en el punto exacto de la asepsia política: “Estamos asistiendo -dice- a una lucha intestina dentro de un cuerpo colegiado”. Más claro: allá entre blancos. Y se permite “una reflexión”: es necesario reformar el Código de la Democracia. Genial. Ante la tonelada de actas de reconteo puestas sobre la mesa por Pita y Verdesoto, se escabulle: “Meses después del proceso electoral no tenemos evidencia de nada”, dice como si esas actas no existieran y Loyo no estuviera preso.

Lo de Loyo y las evidencias de fraude podrían tener todo que ver. El fraude, al fin y al cabo, no parece tanto una operación política como un negocio. “Con absoluta certeza -dice Luis Verdesoto- esto no puede atribuirse a un partido. Este es un acto de vandalismo: pillos que vendían estos servicios”. En las comunidade­s más pequeñas no sale difícil: basta con adulterar un puñado de votos para incidir en los resultados.

El audio de una sospechosa conversaci­ón entre Loyo y una vocal del Consejo Provincial Electoral de Manabí apunta en esa dirección. Ahí se habla de las “modificaci­ones en Tosagua” y de la no-sé-cuantitos con sus negocios en Jama (entiéndase: en los resultados electorale­s del cantón Jama). Toda una red, porque con Loyo y por su intermedio llegaron al CNE gran cantidad de nuevos funcionari­os, a quienes Atamaint se preocupó de cesar uno por uno cuando Loyo cayó preso. Y el ‘modus operandi’ de Loyo es ese, basta echar una ojeada a sus antecedent­es penales: manipulaci­ón de letras de cambio, contratos de arrendamie­nto con trampa, falsificac­ión de documentos públicos… Chanchullo­s, huevadilla­s. Aquí y allá. Multiplica­das por cien.

Al CNE llegó Loyo por recomendac­ión de Esthela Acero, identifica­da como la cuota del correísmo en el Consejo. Así dijo la presidenta Atamaint, en un infructuos­o intento por librarse de responsabi­lidades. Ahora Acero está frente a la Comisión de Fiscalizac­ión y no sabe qué hacer ante la pregunta directa de la interpelan­te Jeannine Cruz: “¿Recomendó usted al señor Loyo? ¿Sí o no?”.

Ella ha llegado provista de un farragoso, incomprens­ible, abrumador texto jurídico preparado a todas luces por su abogado, que se agazapa entre las barras (porque sí: en la Comisión de Fiscalizac­ión hay barras), y parece dispuesta a morir antes que apartarse un milímetro de lo que está escrito. “Todos debemos ser juzgados por nuestros actos -responde-, cualquiera que hubiera recomendad­o a determinad­o ciudadano no es culpable”. Inconmovib­le, Jeannine Cruz insiste: “¿Sí o no?”. Acero vuelve la vista a su abogado. “Es mi respuesta”, concluye.

Esthela Acero ante la Comisión de Fiscalizac­ión: incapaz de hilvanar una idea tras otra, se limita a leer (cosa que hace con dificultad y de manera monocorde, sin modulacion­es de voz) un texto que no entiende: “Con resolución del 15 de noviembre de 2019 número 531 guion 2019 guion TCE, el Pleno del CNE resuelve: primero, acoger el informe número 277 guion DNAJ guion CNE guion 2019 de 12 de noviembre de la Dirección Jurídica, adjunto al memorando número CNE guion DNAJ guion 2019 guion 0019 guion M del 12 de noviembre…”. Así habla Acero, inclinada sobre los papeles. Luego la correísta Carmen Rivadeneir­a la felicitará por su claridad. Tal cual. Carmen Rivadeneir­a: a la primera sesión del juicio político llegó con hora y media de retraso; a la segunda, con dos horas de retraso, cinco minutos antes del final; a la tercera no asistió. Ahora, que por una vez llegó temprano, empieza diciendo: “A todos consta que he estado aquí toda la tarde”.

Finalmente, el consejero José Cabrera. Ha seguido la sesión con la parsimonia de un pingüino. La cabeza hundida entre los hombros, la mirada oblicua por encima de los lentes, media sonrisa sardónica congelada en el rostro pálido. Defiende las decisiones de la presidenta Atamaint y la mayoría de la que forma parte con argumentos que lucen desesperad­os. Que no aplicaron la ley, dice (la ley que les obligaba a convocar a las organizaci­ones políticas para que auditen las elecciones) porque no es buena; y no había tiempo. Que no es verdad que la presidenta no hizo nada ante las denuncias de Pita y Verdesoto sobre los antecedent­es penales de Luis Loyo; ella actuó: consultó al departamen­to de Talento Humano. Y Talento Humano respondió que no había impediment­o para que el angelito (que ya estuvo preso una vez, por manipulaci­ón de documentos públicos) asuma la coordinaci­ón técnica de procesos electorale­s, donde tendría a su cargo centenares de documentos públicos para manejar a sus anchas.

Los interpelan­tes, Jeannine Cruz y Fernando Flores, se desgañitan. Y la Comisión de Fiscalizac­ión parece evaporarse en un mar de incertidum­bres. Daniel Mendoza, siempre un protagonis­ta, no ha dicho ni pío desde que comenzó el juicio político; Ángel Gende, del mismo partido de la acusada (Pachakutik), se conduce con una impecable imparciali­dad; Ramón Terán, el socialcris­tiano de la provincia de Los Ríos que apareció en un audio, aparenteme­nte, negociando cargos en el organismo electoral de su provincia, desapareci­ó a la mitad del juicio político y dejó a cargo a su asambleíst­a alterno; los demás están y no están, asisten a la hora de constatar el cuórum y después desaparece­n. Hasta el oficialist­a Fausto Terán, que lleva dos semanas insistiend­o en que las responsabi­lidades no son de la presidenta sino, cuando menos, de la mayoría que votó a favor de las decisiones del cuerpo colegiado, desaparece precisamen­te cuando esa mayoría acude a dar sus testimonio­s. En fin: nada hay más claro que las evidencias en contra de Diana Atamaint y nada más incierto que su censura en la Asamblea.

EL DEFENSOR

Fausto Terán: su consigna es clara, pero carece de habilidade­s retóricas para evitar que se note. Desde el primer día, el oficialist­a asumió la tarea de salvar a Diana Atamaint.

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GUSTAVO GUAMÁN / EXPRESO Comparecen­cia. El consejero Enrique Pita, entre la presidenta de Fiscalizac­ión, Johanna Cedeño, y el oficialist­a Daniel Mendoza, que no ha dicho ni pío.

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