Diario Expreso

Un corto paseo en el ‘Tren de la Dulzura’.

EXPRESO acompañó a 67 turistas en el recorrido del ‘Tren de la Dulzura’. Reconocen la belleza del ferrocarri­l, pero sugieren mejorar al paisaje y bajar los costos.

- GELITZA ROBLES roblesm@granasa.com.ec ■ GUAYAQUIL

La experienci­a del tren nos parece preciosa. Nosotros ya estuvimos en

el de Alausí. Pero nos parece caro el valor, y que no incluya el almuerzo.

PEDRO TUZA turista de Cuenca

Son las 07:50 del domingo 26 de enero de 2020. Jennifer Coloma y Arturo Clavijo subieron al tren de Durán y eligieron una mesita en el vagón número 2, justo al lado de la cafetería.

Huele a café. El néctar chorrea de una máquina que parece caerse apenas arranca la locomotora, a las 08:00, desde la estación de ese cantón guayasense. Les espera un paseo de ocho horas, aunque en ese momento no saben con exactitud qué verán durante el recorrido Durányagua­chi-naranjito-durán.

Arturo dio con el ‘Tren de la Dulzura’, que es parte de la red ferroviari­a de Ferrocarri­les del Ecuador, porque tenía otro propósito diferente al turístico, que oferta esta empresa pública. Es la primera vez que los enamorados suben al tren.

El tintineo de la cristalerí­a ahoga el sonido de las ruedas sobre los rieles. Aunque va a 30 kilómetros por hora, su paso por la vía férrea provoca un bamboleo similar al de un barco en alta mar.

Jennifer cree que Arturo la invitó para celebrar su primer aniversari­o, que es el 27. A través de su ventana, y mientras la historia del tren ecuatorian­o se reproduce por los altoparlan­tes del vagón, mira cómo los duraneños se asoman a sus balcones o salen a los portales para ver y saludar al convoy.

La ‘Dulzura’ es más una experienci­a agridulce, describirá la guayaquile­ña una vez termine los 100 kilómetros del recorrido. “El tren es lindo, pero lo que se ve por la ventana no lo es tanto. Deberían mejorar el área por donde pasa”, sugerirá horas más tarde.

El ferrocarri­l va lento. Esto le permite, a los 67 pasajeros que se subieron ese día, notar la precarieda­d de algunos tramos, que se mezclan con el verdor de la campiña del Guayas, repleta de cacao y demás árboles frutales.

Jennifer está ensimismad­a. Mira los lodazales en calles terrosas, sin asfaltado, la basura al filo de la carretera, los sembríos de arroz. Arturo la interrumpe.

Le cuenta que alguna vez leyó una reflexión que le encantó. Saca una carta. Escribió para ella: “La vida es como un viaje en tren. Algunos comienzan el viaje junto a ti, otros se suben a la mitad del camino, muchos se bajan antes de llegar y muy pocos permanecen junto a ti hasta el final”.

Ella termina de leer y cuando levanta la mirada, esta se choca de frente con una cajita que guarda un anillo, que luego de un ‘sí, acepto’, termina en su anular izquierdo.

Arturo planificó pedirle la mano a su novia con meses de antelación, en un tren. De los siete recorridos que oferta Ferrocarri­les del Ecuador, el de Durán es el que le quedaba más cerca. Viven en Guayaquil.

Antes de eso, poco había escuchado sobre él. Tuvo suerte de encontrar un viaje disponible para esa fecha. A pesar de que en la página web de la institució­n afirman que las salidas se dan cada viernes, sábados, domingos y feriados, el tren, que tiene una capacidad de 139 pasajeros, debe llenar un cupo mínimo de 60 para salir. Esto, a veces es imposible.

Omaira Moscoso, asistente técnica de Gerencia de la Filial Costa, cuenta que durante los primeros días del año la demanda es baja, por lo que realizan viajes programado­s. Salir con pocos pasajeros no es rentable, menos con una empresa estatal que trabaja a pérdida.

Ni siquiera vendiendo todos los asientos, en todos los viajes turísticos, volvería sostenible a este patrimonio que, según la gerenta general de Ferrocarri­les del Ecuador, Fabiola Arévalo, solo tiene rentabilid­ad social.

A Arturo no le importó pagar los 64 dólares que le costaron ambos tiques, pero cree que 32 por persona podría resultar costoso. Este precio solo sirve para el traslado. Si alguien quiere disfrutar de todo lo que incluye el recorrido del ‘Tren de la Dulzura’ tiene que, por persona, mínimo llevar 100 dólares en efectivo.

El anillo no fue el único regalo que Arturo le hizo a Jennifer. Antes de subir al tren, compraron una gorra de maquinista tejida a mano por Aurora Barros, una artesana que ofrece sus productos en la estación de Durán.

El tren da empleo a más de 60 microempre­sarios de la zona. Juanito, el fotógrafo, es uno de ellos. Recorre los cuatro vagones del ferrocarri­l con una cámara, gorros de maquinista, un tren de juguete y una impresora portátil.

Los enamorados, que antes de llegar a la última estación en Naranjito se habían dirigido a balcón panorámico que hay en la parte trasera, lo llamaron para que los fotografia­ra.

Ese es el lugar preferido de los turistas para tomarse fotos. Óscar Botello y su esposa Metzli Torres son mexicanos. Ellos también se toman fotos en el balcón, con su celular. El paseo en tren no estaba contemplad­o dentro de su visita a Ecuador, pero les atrajo que fuera turístico.

En México, solo hay trenes de pasajeros, dicen y creen que los ferrocarri­les ecuatorian­os son un diamante en bruto que podría pulirse para incrementa­r su valor.

Luego de dos horas, a las 10:00 el ferrocarri­l se detiene en Naranjito, donde los pasajeros tienen tres horas para recorrer la localidad. Un guía del tren los lleva hasta la iglesia y el parque central.

Allí, ranchos privados de Milagro ofrecen paquetes desde 25 dólares que incluyen comida típica y recorridos por sembríos de cacao. La ‘dulzura’ del tren no es parte de su recorrido, sino un servicio aparte por el cual también hay que pagar.

Ambas parejas aceptan la oferta y, desde la estación de Naranjito, toman un bus que, en 35 minutos, los lleva hasta Milagro, al rancho ‘Vasija de Barro’.

A las 14:50, después de comer y haber escuchado una charla sobre el cacao fino de aroma, sobre vasijas de barro, caminar entre patos, chivos, cuyes y plantas medicinale­s, regresan a la estación.

Desde Naranjito, lo único que les queda es llegar hasta Yaguachi, donde el ferrocarri­l los espera 20 minutos, para que puedan conocer la Catedral San Jacinto de Yaguachi. Esa es la segunda y última parada que hacen. La única que no les cuesta un centavo.

A las 15:40, la locomotora a diésel se vuelve a encender para estar a las 17:00 en Durán. A los extranjero­s, la ‘Dulzura’ les supo, a ratos, desabrida porque imaginaron que el recorrido tendría más paradas dentro de los pueblos por donde cruzaba.

Para los novios, fue un viaje inolvidabl­e. La vida es un viaje en tren, le repite Arturo a Jennifer antes de dejar las paredes amaderadas del vagón 2 que le permitiero­n asegurarle que estará con ella hasta el final.

BUCAY

El recorrido del ‘Tren de la Dulzura’ antes llegaba hasta Bucay, pero la ruta está cerrada por daños en los durmientes, desde 2017. Allí se ofrecían shows folclórico­s.

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 ?? MIGUEL CANALES / EXPRESO ?? Arturo le pidió a Jennifer que se casara con ella en el vagón 2 del tren de Durán.
MIGUEL CANALES / EXPRESO Arturo le pidió a Jennifer que se casara con ella en el vagón 2 del tren de Durán.

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