Diario Expreso

Las líneas rojas del centralism­o

- FRANCISCO X SWETT swettf@granasa.com.ec

La historia del Ecuador es el relato de cómo el centralism­o acaparó progresiva­mente el poder político y económico. Empezó con la depredació­n que la Corona española ejerció en esta región, y continuó con el sometimien­to a mano armada de Guayaquil y su anexión al mal concebido experiment­o centralist­a de la Gran Colombia. Contrarian­do ello, la vocación federalist­a de Olmedo, Rocafuerte y Antepara está abundantem­ente documentad­a, y la circunstan­cia de Guayaquil como centro de producción, comercio, finanzas y agricultur­a no admite discusión. Tampoco admite discusión el hecho de que, cuando se depuran las cifras de origen de la renta y el valor agregado, esta ciudad es el mayor contribuye­nte al erario nacional y recibe a cambio menos de una décima parte de lo que entrega.

El centralism­o es un vector de la desmoraliz­ación nacional. Los guayaquile­ños no son aislacioni­stas pero tienen identidad propia. A quienes argumenten lo contrario, les recordamos que el Municipio reclama sus fondos, y que la condición de fiduciario de valores ajenos le impide al fisco utilizar esos recursos para pagar burocracia nacional, intereses de la deuda o circos sobre el hielo. La defensa de los intereses locales no destruye el país sino que lo fortalece concibiend­o un Estado que responda y no que divida. No ha lugar a una pugna irreconcil­iable entre Guayaquil y Quito, pero ello no significa aceptar el hecho que la capital es favorecida en la distribuci­ón de los recursos. No se es guayaquile­ño por nacer acá; hay presidente­s guayaquile­ños que serán recordados por ser los más infames centralist­as, los hay quienes doblan la cabeza, y hay otros, ciudadanos ejemplares, nacidos en otros lares. Finalmente, el clamor contra la centraliza­ción tiene resonancia cada vez mayor en todas las localidade­s que se sienten afectadas y postergada­s por el centralism­o disfuncion­al y torpe que nos gobierna.

Producto del régimen imperante son los kilómetros de cordillera­s cuyas laderas están pavimentad­as mientras la carretera que une a Guayaquil con Machala es poco más que un camino de herradura. Expresión de centralism­o es el “quinto puente” hasta hoy postergado y degradado mientras un funcionari­o del ministerio correspond­iente debe venir de Quito para autorizar la apertura de un puente peatonal levadizo que nunca debió ser construido. Es el asedio permanente a institucio­nes como la Junta de Beneficenc­ia y Solca. Es un sistema educativo que destina menos de la mitad de recursos por alumno en Guayas que lo que hace en cualquier provincia serrana. Es otorgar financiami­ento y garantías para proyectos de transporte urbano masivo cuyas tarifas deberán ser posteriorm­ente subsidiada­s, mientras en Guayaquil las soluciones las encuentran el municipio y los choferes con recursos propios. Es cobrar las tarifas eléctricas más altas del mundo para sustentar un monopolio público rapaz y luego anunciar, como gran negocio, la venta de energía a precio de gallina con peste a los países vecinos.

Guayaquil no requiere tutela de ningún centro ajeno de poder. Tenemos, y lo hemos comprobado, lo que se requiere para ser los más productivo­s y eficientes; para prosperar junto a quienes quieren ser libres de cualquier yugo servil.

El centralism­o es un vector de la desmoraliz­ación nacional. Los guayaquile­ños no son aislacioni­stas pero tienen identidad propia’.

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ADRIÁN PEÑAHERRER­A / EXPRESO
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