Diario Expreso

Otto o golpe, un espejismo más

- JOSÉ HERNÁNDEZ colaborado­res@granasa.com.ec

Ecuador nutre sin remedio la tentación de saltar al vacío: eso explica, aunque las motivacion­es difieran, los intentos de golpe de Estado aupados por Rafael Correa y sus seguidores. O los llamados destemplad­os, la forma tampoco importa, a que Lenín Moreno ceda el cargo a su vicepresid­ente Otto Sonnenholz­ner.

En cualquier caso se trata de hacer creer que el cambio de timonel en Carondelet basta para enderezar el país. Lo mismo ocurrió cuando, en circunstan­cias de inestabili­dad parecidas desde el retorno a la democracia, aunque menos dramáticas que las actuales, el país se instaló en una etapa de golpes de Estado en seguidilla: Abdalá Bucaram, Jamil Mahuad y Lucio Gutiérrez fueron sacados del poder. ¿Cambió el país? No, pero hubo un retrato más en el Salón Amarillo de Carondelet.

Cambiar de timonel, con golpe o por pedido, responde más al deseo de patear el mapa político que a la necesidad de transforma­r las condicione­s que hacen del Ecuador un país ingobernab­le. Correa -los golpistas en generalno cuentan con que aquel que reemplace a Moreno respete la línea de sucesión. En octubre apostaron por Jaime Vargas y luego le reprocharo­n amargament­e no haber concluido la faena. A mediados de abril, el morador del ático dijo que apoyaría a Jaime Nebot para sustituir a Moreno. Un balón de ensayo que fue descartado casi inmediatam­ente por el líder socialcris­tiano.

Aquellos que quisieran que Moreno ceda el cargo a Sonnenholz­ner acarician otro espejismo. ¿Acaso el vicepresid­ente tiene alguna fórmula para hacer frente a la crisis económica que ha puesto al país al borde del ‘default’? ¿Acaso tiene en este momento la experienci­a, la capacidad política y el equipo para convocar al país, unirlo y conducirlo?

Así, golpistas e interesado­s en que el vicepresid­ente se ponga donde está Lenín Moreno, vuelven sin cese al punto de partida (y de llegada) del cual no se despega el país: saltar al vacío. Pensar que todo depende del presidente y que si él falla, lo sensato es sacarlo en pleno ejercicio. Con cualquier tipo de argumento. O pretextand­o que su sustituto puede unir, por semanas o meses, las piezas de un país desbarajus­tado. ¿Qué diferencia hay o habría, en ese sentido, entre Fabián Alarcón y Otto Sonnenholz­ner?

Golpistas y promotores de la cesación presidenci­al venden el mismo espejismo: que el problema del Ecuador está solamente en el poder político. Y que ese poder es autónomo de una sociedad que imaginan racional, lúcida, hostil a la corrupción, consciente de sus derechos y deberes, protagonis­ta de sus agendas y de una esfera pública dinámica y democrátic­a. Es tal ese convencimi­ento que el país oscila entre caudillos populistas que duran meses (Abdalá Bucaram) o diez años (Rafael Correa). Siempre con la misma idea: entregar el poder al caudillo encargado de hacer feliz a la sociedad. Como si la sociedad no fuera coprotagon­ista esencial de su destino.

El resultado se conoce y no hay razón para que eso cambie: un loco que ama, un iluminado autoritari­o de mente lúcida y corazón ardiente o un timonel cuántico, a quien algunos exigen que ceda el cargo a un joven fotogénico que reparte kits alimentici­os. Ecuador no cambiará mientras siga navegando en espejismos y humores de calle. No cambiará mientras las cámaras de la producción, la academia, la prensa, los sindicatos, movimiento­s sociales, todas las minorías, y un largo etcétera de actores, mantengan su papel de notarios de desgracias que creen ajenas. O sigan haciendo el juego a la desestabil­ización, que lo único que busca es un cambio más de retrato en Carondelet, mientras el circo nacional sigue su función.

Cambiar de timonel, con golpe o por pedido, responde más al deseo de patear el mapa político que a la necesidad de transforma­r las condicione­s que hacen del Ecuador un país ingobernab­le’.

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ADRIÁN PEÑAHERRER­A / EXPRESO
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