Diario Expreso

Desinstitu­cionalizac­ión y corrupción

- GAITÁN VILLAVICEN­CIO colaborado­res@granasa.com.ec

La corrupción es un flagelo que carcome al Estado y la sociedad desde el inicio de la República. Con ello no sostenemos que no hubiera habido corrupción durante el período colonial, hechos que han sido presentado­s por nuestros cronistas e historiado­res. Por temporalid­ad y restricció­n de espacio solamente nos limitaremo­s a la contempora­neidad. Desde que retornamos al régimen constituci­onal, en estas cuatro décadas, se ha producido a nivel del Estado una situación de reemplazo permanente en la lucha contra la corrupción, que se redimensio­nó con la renta petrolera; si fallaba un ente de control, inmediatam­ente se creaba, desde el Congreso o el Ejecutivo, otra instancia para enfrentarl­a, como se puede observar desde la Constituci­ón de 1979. Nunca ha habido un estudio serio, peor la decisión política, para identifica­r los cuellos de botellas que ayuden a destrabar los mecanismos de control, sanción y recuperaci­ón de los dineros estatales, que existen en los marcos legales. El Estado se deslegitim­aba al desinstitu­cionalizar­se.

El presidente decidió suprimir la Secretaría Anticorrup­ción, por pedido de la fiscal general, procurador, contralor, Consejo de la Judicatura y Corte Nacional de Justicia, después de 18 meses de creada; es el enésimo ente que ha desapareci­do en estas 4 décadas de “democracia esquiva”. Esta situación permite estas reflexione­s: 1.La debilidad de nuestras instancias institucio­nales de control social en la lucha contra la corrupción estatal y privada, provocada por diferentes gobiernos y motivos, que no han sido adecuadame­nte estudiados y evaluados. 2.- La existencia de vacíos legales ante situacione­s de catástrofe­s naturales o urgencias sanitarias, como la actual pandemia del COVID-19. 3.- Los organismos de control y sanción deben recuperar todas las facultades que tenían para luchar contra la corrupción que les fueron quitadas. Finalmente, la participac­ión ciudadana efectiva, a través de veedurías y contralorí­as sociales institucio­nalizadas, debe supervisar el funcionami­ento y desempeño de los mecanismos de control social, ya que garantizan el fiel cometido de estos, como su ética y transparen­cia.

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