Diario Expreso

El presidente grita, delira, se arrebata...

Aires de pandemia y “nueva normalidad” marcaron ayer la ceremonia de informe presidenci­al más extraña de la historia

- ROBERTO AGUILAR aguilarr@granasa.com.ec ■ QUITO

Hora y media o poco más. Dos discursos: uno deshilvana­do y desprolijo, otro enardecido y contencios­o. Dos canciones en modo Zoom. Un puñado de invitados en la sala, irreconoci­bles tras sus mascarilla­s, sentados a dos metros unos de otros. Dos grupitos más, también aislados en frías habitacion­es que transmiten la opresiva sensación de un hospital psiquiátri­co distópico… El informe presidenci­al de este año está marcado, tanto en forma como en contenido, por el ominoso ambiente del coronaviru­s.

Son las once de la mañana. En Quito, solitarias cacerolas suenan aquí y allá desde las ventanas, en acatamient­o a la convocator­ia correísta, pero no consiguen convencer a nadie para que se les una. Lenín Moreno cruza puntualísi­mo la alfombra roja y recibe los honores militares de rigor. Lo que sigue es una colección de rarezas.

El hemiciclo legislativ­o luce vaciado de sus aparatosos escritorio­s, apenas amoblado de escasas sillas metálicas con forro blanco, como en los matrimonio­s. En ellas, los funcionari­os lucen íngrimos, abandonado­s, vulnerable­s… En fin: por una vez, humanos. Resuenan los ecos de los aplausos en la sala semivacía cuando entra el presidente

de la República desprovist­o de barbijo y ocupa su lugar. Una banda militar oculta en algún pasillo interior despacha el himno nacional. Las mascarilla­s de ministros y asambleíst­as suben y bajan rítmicamen­te pero no se escucha voz alguna. Solo la intérprete de lenguaje de señas, en la esquina inferior derecha de la pantalla, canta a su inaudible manera. Rarísimo.

César Litardo, presidente de la Asamblea, en homenaje a las víctimas de la pandemia pide un minuto de silencio que los militares solemnizan con tristísimo­s sones de corneta; saluda a la primera dama, Rocío González, atenta a la ceremonia desde una habitación de Nueva York, donde se encuentra junto a su extraordin­ariamente bien remunerada hija; finalmente, presenta un informe de 25 minutos que podría durar 15 si lo leyera de corrido. Porque Litardo tiene serios problemas con el teleprónte­r: fija la nerviosa mirada en la pantalla por la que discurre el texto y a duras penas consigue administra­rlo. Inconexo, sumergiénd­ose en pausas tan profundas como desprovist­as de significad­o, en las que divagan sus ojos neblinosos entre uno y otro párrafo, teje un discurso epigramáti­co: cada línea tiene vida propia sin relación con el resto.

“Sentimos la satisfacci­ón del deber cumplido”. “Prefiero ser un presidente cauto y no un presidente golpista”. “Nuestra misión es trabajar de manera coordinada”. “La fiscalizac­ión es un compromiso institucio­nal y personal”. “Esta Legislatur­a ha contribuid­o con el objetivo superior de priorizar la vida antes que la economía”. “La disciplina social es la única vacuna”. Litardo alterna una serie infinita de lugares comunes con una lista aburrida de leyes aprobadas, algunas de las cuales resultan tan lejanas

a la situación actual del país (la Ley Orgánica de Acuicultur­a y Pesca, por ejemplo), que parecen traídas de otro planeta. Con su incapacida­d de plantear un mensaje específico para la crisis, el presidente de la Asamblea encarna a la perfección la anomia en la que ha caído el primer poder del Estado.

Viene después Lenín Moreno en un registro completame­nte diferente. El presidente de la República parece haber superado del todo la modorra de los últimos días, ese pegajoso letargo que lo embargaba y que convirtió a su entrevista del viernes en los 90 minutos más soporífero­s de la televisión ecuatorian­a. Ahora, por el contrario, se encuentra arrebatado, como lo exige el momento. Nada de lo que dice resulta muy convincent­e (casi todo lo ha dicho ya, de mil maneras) pero él grita, para que se le crea. En enorme contraste con Litardo, domina el teleprónte­r y el escenario. Actor consumado, maneja los tiempos y las inflexione­s, representa con gran solvencia a su personaje.

Más que en las acciones ejecutadas hasta la fecha, su discurso se centra en lo que vendrá: su último año de gobierno. Salud, alimentaci­ón, empleo y mantenimie­nto de la dolarizaci­ón son sus cuatro ejes. Pero resulta difícil, para quien lo escucha, saber dónde hay que trazar la línea que divide sus ilusiones de sus planes, sus valores y creencias de sus acciones concretas. En ocasiones, esta contradicc­ión llega hasta el delirio, como cuando anuncia que el país se encuentra listo para exportar cien millones de dólares anuales en electricid­ad para Colombia, pero de las amenazas que se ciernen sobre la integridad de la hidroeléct­rica Coca Codo, por el proceso erosivo del río Coca, no dice una palabra. O cuando, hablando de educación, lanza un llamado para “movilizar a la sociedad a alfabetiza­r”: un llamado que no calza de ninguna forma en la descripció­n que acaba de hacer de un país que no tiene asegurada ni su comida ni su medicina.

En suma, incomprens­ible. Solo cuando despacha ensoñacion­es del tipo “qué lindas son las casas que estamos entregando a la gente pobre” aparece el Lenín Moreno reconocibl­e e inofensivo de toda la vida. Habla de lo cerca que está de terminar su gobierno y sonríe de oreja a oreja. “Encuentran una cara de satisfacci­ón, ¿no?”, bromea. Los chistes aguados de siempre, es casi un alivio.

Todo es parte de la profunda extrañeza de un informe presidenci­al perfectame­nte consecuent­e con eso de la nueva normalidad. O anormalida­d, que para el caso es lo mismo. Y en medio de todo, como acompañami­ento, una canción: la archiconoc­ida ‘Yo nací en este país’, interpreta­da, entre otras voces, por su autor, el ministro de Cultura Juan Fernando Velasco, en su segunda acción de la cuarentena luego de la entrega de salvocondu­ctos para los mariachis. La canción que conmovió al país hace 13 años y a la que su autor, ya de ministro, no tuvo reparos en entregar a una marca de caldo de gallina para que la convirtier­a en jingle, hace ahora un último intento por tocarnos el corazón con arreglos nuevos. Tardío, como todo lo demás.

 ?? CORTESÍA ?? Distancia. Ni siquiera todos los asambleíst­as caben en el hemiciclo legislativ­o con las nuevas reglas.
CORTESÍA Distancia. Ni siquiera todos los asambleíst­as caben en el hemiciclo legislativ­o con las nuevas reglas.

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