El fútbol ecuatoriano en 1950
La pelota de fútbol en aquel entonces era de cuero. Mis manos sin guantes atajaban los disparos de los delanteros de la época y el esférico se las cobraba con mis dedos, hoy, torcidos y quebrados, pero testigos de aquel balompié de épocas importadas.
Me iniciaba como titular del Barcelona Sporting Club, allá por 1950; al unísono y en ese mismo año, se fundaba la Asociación de Fútbol del Guayas (Asoguayas).
Barcelona, Emelec, Patria, 9 de Octubre, Everest, Valdez, Reed Club, Río Guayas y Ferroviarios eran los equipos que pertenecían a esta asociación que jugaba los miércoles y sábados en el único estadio que teníamos entonces, el Capwell. La entrada al escenario costaba cuatro sucres con veinte centavos (esta última pertenecía al impuesto municipal).
No existían las tarjetas de colores, ni amarilla ni roja para el réferi, y recién se adaptaban los números detrás de la camiseta estampadas “tela espejo” para los jugadores. Los zapatos eran también de cuero y sus pupillos habían sido pegados con clavos y limados hasta conseguir una forma piramidal, confeccionados en las casas zapateras Espinel y Zambrano.
Ya en el campo de juego, y a falta de televisión, cada movimiento era narrado a través de las emisoras más importantes: CRE y Atalaya, con las voces de Miguel ‘Chicken’ Palacios, Guillermo Valencia, Ecuador Martínez, Paco Villar, Ricardo Chacón, Macías Fanático 1.100 y Ralph del Campo, solo por nombrar algunos, quienes contaban con una cabina propia en el estadio. Aquellos periodistas eran los mismos que se encargaban de darle forma al relato, ya para la prensa escrita y al día siguiente, los detalles eran en El Universo, El Telégrafo y la Prensa (de edición vespertina).
A nivel gráfico, a fotógrafos como Arévalo, Parra y Miguel Jordán, había que avisarles antes de una ‘volada’ para que pudiesen captar el momento justo. “Esté atento que esa jugada se perfila por derecha, para allá me voy a lanzar” les gritaba, y era allí, cuando con mucha habilidad encendían el mechero de algodón con alcohol que llegaba hasta una línea de magnesio, que a su vez explotaba al contacto con el fuego para producir el flash, e inmortalizar el momento.
En el caso de los salarios de los jugadores muy pocos cobraban sueldo, al resto nos daban veinte sucres para ir al cine. En mi caso, acabada la jornada, tenía que regresar al puerto donde controlaba las entregas de banano dos veces por semana. No había utileros, las camisetas las lavábamos nosotros mismos; les quitábamos el sudor, muchas veces la sangre, y pese al constante enjuague lo que nunca pudimos quitarles fue la gloria impregnada al jugar al fútbol por amor y por honor, pero eso… eso se quedó en el fútbol ecuatoriano de 1950.