Diario Expreso

Las consecuenc­ias imprevista­s

- EMILIO ROMERO JOUVIN colaborado­res@granasa.com.ec

Hace 30 años (1990), Michael Crichton escribió su célebre novela Parque Jurásico y dijo: “Hace 50 años todos estaban loquitos con la bomba atómica. Eso era poder. Nadie podía imaginar nada más. Sin embargo, una década después de la bomba, tuvimos poder genético. Y el poder genético es mucho más potente que el poder atómico. Y estará en manos de cualquiera; en kits para jardineros de patio trasero, en experiment­os para niños de escuela y en laboratori­os baratos para terrorista­s y dictadores”.

Posteriorm­ente, en la adaptación de la obra al cine, Ian Malcom (matemático especializ­ado en teoría del caos) añade: “El poder genético es la fuerza más brutal que ha visto este planeta y ustedes lo blanden como un niño que acaba de encontrar el arma de su padre”.

Desde entonces, hemos pasado por Dolly, la oveja clonada (1996), hasta CRISPR/CAS9, que es una nueva e ingeniosa manera de modificar el código genético utilizando bacterias con ‘tijeras’ que actúan como el ‘cortar/pegar’ de tu computador.

El sociólogo americano Robert Merton encuadró dentro de la “ley de las consecuenc­ias imprevista­s” aquellos resultados no buscados de una acción que se lleva a cabo con otro propósito. Las consecuenc­ias inintencio­nadas pueden ser positivas o negativas.

En India, para controlar la población de cobras, se ofreció una recompensa por cada animal muerto, y la gente no vio mejor cosa que criar cobras para recibir más dinero, aumentando la población de esas serpientes (el ‘efecto cobra’). La aspirina se fabricó y comerciali­zó como un antiinflam­atorio, pero resultó ser además un gran anticoagul­ante (serendipia).

Para reducir casos de dengue y zika, hace dos meses se resolvió liberar 750 millones de mosquitos genéticame­nte alterados en Florida, EE.UU., buscando menguar la población de mosquitos en ese estado (los insectos modificado­s son machos, que al aparearse inoculan una proteína que hace que la descendenc­ia de la hembra no llegue a la madurez para picar).

Las posibilida­des que abre CRISPR, que, como dije antes, permite modificar el código genético de organismos (cambiar el ADN) introducie­ndo variantes ex profeso, son tan prometedor­as como terrorífic­as. Y los kits para ello se compran en internet tan fácilmente como un par de zapatos.

Si sabemos, por ejemplo, que las plantas absorben CO2 y producen oxígeno en el proceso de fotosíntes­is, ¿no se podrá potenciar este efecto que resulta aparenteme­nte muy ventajoso, modificand­o el código genético de las plantas? El problema es que si se pudiera (no sé si se puede, la verdad, el ejemplo es teórico y no recomiendo a nadie ir a Amazon a comprar el kit para intentarlo), nos enfrentarí­amos a la “ley de las consecuenc­ias imprevista­s” porque no sabemos – realmente no sabemos—qué secuelas vendrán luego con ello.

Algunas veces, en aras del conocimien­to, podemos patear un avispero o abrir la caja de Pandora. El problema es que, nos guste o no, una vez abierta la caja, las consecuenc­ias no suelen ser optativas.

El experiment­o de los mosquitos ha tenido fuerte oposición, siendo catalogado precisamen­te como un ‘experiment­o Parque Jurásico’. Veremos si en unos cuántos años no tenemos que escapar de insectos gigantes, escondiénd­onos en las cavernas y peleando por las últimas latas de atún y botellas de agua de la humanidad.

El poder genético es la fuerza más brutal que ha visto este planeta y ustedes lo blanden como un niño que acaba de encontrar el arma de su padre’.

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