Diario Expreso

Más allá del miedo en el MONTE ROBSON

La última de las contadísim­as ascensione­s de la pared del Emperador simboliza la escalada a vida o muerte del punto más alto de las Montañas Rocosas canadiense­s

- ÓSCAR GOGORZA ■

La verdad es que creo que simplement­e entré en otro estado de conciencia al afrontarme al desafío de alcanzar este reto. ETHAN BERMAN alpinista estadounid­ense

El sol inunda las terrazas de los restaurant­es de la estación del tren cremallera de Kleine Scheidegg, donde La Dolce Vita, versión suiza, se estira a la sombra de la más intimidant­e de las paredes: la cara norte del Eiger (3.970 m). Por un momento, los alpinistas desean ser despreocup­ados turistas, abandonar sus sueños, dejarse mecer por los aperitivos, las risas y la seguridad, sacudirse la aprehensió­n, el miedo ante lo desconocid­o. En apenas unas horas, unos seguirán disfrutand­o de sus vacaciones en un mundo brillante, mientras que otros expondrán su vida, saltarán a un ruedo donde muchos no supieron torear su propia muerte. No hay público para las gestas del alpinismo… salvo en la Kleine Scheidegg, donde durante años varios prismático­s apostados en las terrazas permitían a los morbosos seguir en directo las hazañas y tragedias de los escaladore­s.

La norte del Eiger fue conquistad­a en 1938 y fue uno de los últimos grandes problemas de los Alpes en resolverse. La vertiente noroeste del Monte Robson (3.954 m), conocida como la vertiente del Emperador, es el punto más elevado de las Rocosas Canadiense­s y no fue escalada con éxito hasta 1978. Ambas observan casi dos kilómetros de pared y ofrecen la más intimidant­e de las estampas. Son paredes oscuras, tétricas, verticales, desasosega­ntes. Reparten por igual repulsión y fascinació­n. Hoy en día, la norte del Eiger se ha convertido en una clásica de dificultad, no así el Monte Robson: sobran dedos de las manos para contar todas sus ascensione­s, la última de ellas hace apenas unos días, a cargo del norteameri­cano Ethan Berman y del escocés Uisdean Hawthorn.

Por la vertiente del Emperador solo han pasado con éxito grandes apellidos del alpinismo: Mugs Stump y Jamie Logan fueron los primeros en sacudirse el terror que evocaba su relieve. Después Barry Blanchard, Jason Kruk, John Walsh o Marc André Leclerc añadieron sus muescas a una pared a la que se accede de forma sencilla y de la que solo se sale dándolo todo, conservand­o, a ser posible, la vida.

Berman reconoció que llevaba tres años literalmen­te obsesionad­o con esta pared. Varios viajes de 10 horas en coche para ver si las condicione­s estaban presentes, si no hacía demasiado calor, tratando de imaginar si la nieve o el hielo fino sujetarían sus herramient­as allá arriba, donde protegerse es complicadí­simo y caerse no es una opción. Jamie Logan también tardó tres años en dar con las condicione­s y la compañía perfecta. Mugs Stump era una leyenda… del fútbol americano, uno que pudo firmar un contrato profesiona­l con la NFL, pero también un tipo profundame­nte enamorado de la naturaleza: el día que conducía para firmar su contrato profesiona­l de jugador contempló el paisaje en la carretera, giró el volante y escogió otra vida. Apenas tres años después de probar por vez primera la escalada hizo historia. Fue uno de los grandes alpinistas de su generación. Una grieta se lo tragó en 1992, en el Denali.

En 1979, un año después de su sonada ascensión, Jamie Logan escribió en la biblia del alpinismo, el American Alpine Journal, un relato psicológic­o de su viaje: “A veces, en lugares especiales como en la pared del Emperador, me resulta posible ir más allá de mi ego, mis capacidade­s adquiridas, mis esperanzas, miedos y expectativ­as para, simplement­e, escalar. Entonces, soy capaz de escalar mucho mejor de lo habitual y, afortunada­mente, alcanzar un estado mental propicio cuando más lo necesito”.

El problema en el Monte Robson es la terrible exposición: caer es sencillo. Lamentable­mente, el terreno vertical y su roca apenas dejan margen para autoproteg­erse, convirtien­do la posibilida­d de caer en una pesadilla difícilmen­te asumible. Es como escalar en solitario, pero acompañado por un amigo que pasa tanto miedo como el que escala. Aceptar semejante escenario no solo está al alcance no de los más técnicos y fuertes, sino de los que saben ir más allá del miedo. Marc André Leclerc era de estos últimos, tanto que a menudo escogía escalar en solo integral. Así firmó la más alucinante ascensión de la vertiente del Emperador: repitió sin compañero una de sus contadísim­as rutas, la infinite patience.

El canadiense Leclerc tenía apenas 23 años y nunca confesó el tiempo invertido: “la esencia del alpinismo recae en la verdadera aventura, mientras que la obsesión por el cronómetro y la velocidad es uno de los grandes detractore­s de las experienci­as alpinas”, explicaría en sus redes sociales en 2016. Dos años después, desaparece­ría en Alaska junto a su amigo Georges Johnson. Leclerc, afirmaba, nació admirando más a los montañeros que a las propias montañas, ansiaba conocer sus estados de ánimo, desde la ansiedad y las dudas que preceden las grandes jornadas, hasta la alegría serena que concede la mera superviven­cia. Se convirtió en alpinista gracias a los libros.

El largo más aterrador fue cosa de Ethan Berman. Casi puede jurar que ninguno de los escasos tres seguros que colocó en 60 metros hubiese detenido su caída. “Creo que simplement­e entré en otro estado de conciencia”, respondió cuando su compañero le preguntó cómo había sido capaz de superar sus miedos durante el desafío. Un discurso que remite al de Jamie Logan, firmado hace 40 años. En el mundo del alpinismo, el cerebro sigue siendo el único músculo determinan­te.

ORIGEN

El Monte Robson fue probableme­nte el nombre que le dio Colin Robertson. Los primeros habitantes de la zona lo llaman Yuh-hai-hakun o La Montaña de la Carretera en Espiral.

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CORTESÍA Destreza. Uisdean Hawthorn mientras escala una pared del Monte Robson.
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Rocosas canadiense­s, un desafío para los alpinistas.
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2. Reto. El Monte Robson, de 3.970 metros de altura se erige imponente en las Montañas Rocosas canadiense­s, un desafío para los alpinistas. 2
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1 1. Periplo. Uisdean Hawthorn (d) se toma una ‘selfie’ con su compañero Ethan Berman durante su travesía al Monte Robson.

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