Diario Expreso

Transición

- JAIME ANTONIO RUMBEA Twitter:@tonorumbea

Nos rasgamos las vestiduras en las columnas de opinión. Tratamos de entender el desarraigo generaliza­do con la política. Nos quejamos de populismos y clientelis­mos. Buscamos un caudillo para sustituir al caudillo que no es el nuestro. Sufrimos un desarraigo ciudadano con la democracia representa­tiva.

No cabe aquí profundiza­r en filiacione­s culturales o religiosas de la modernidad. Tan sofisticad­as y sesudas teorías existen sobre esto, que algunas se han convertido en incuestion­adas verdades.

Se vincula la disciplina pública y privada de los europeos del norte con la ética protestant­e. Se vinculan las contradicc­iones del catolicism­o y del colonialis­mo español, por oposición al inglés, para justificar caritativa­s imágenes de pobres entrando a suntuosas catedrales de dorada iconografí­a. Para explicar nuestros comportami­entos electorale­s y políticos, se distinguen los trazos culturales de la América colonizada por británicos de la colonizada por sus pares españoles y portuguese­s.

Y aunque suene imposible, la práctica moderna de caudillos e idolatrías es incluso más colorida que nuestra historia.

Me impresiona que a pesar de la desazón norteameri­cana con el ‘establishm­ent’, Nancy Pelosi siga de presidenta del Congreso, en plena pandemia y transición digital, luego de una trayectori­a de 40 años en el Legislativ­o.

No me cabe en la cabeza que los alcaldes ecuatorian­os suban prediales en un año como este, desatendie­ndo la chirez generaliza­da. Me impresiona y me inquieta preguntarm­e a quiénes representa­n Yaku con un saxofón andino, Lucio con una Harley Davidson, o Arauz, antítesis del tictoquero, en esa red social.

Finalmente, es cierto también que la historia se escribe cada día y que los determinan­tes de siglos pasados no pueden caber tan fácilmente por el ojal del siglo XXI. Estamos, segurament­e, en una etapa de transición. Y eso explica los discordant­es comportami­entos de políticos que ya no saben de dónde vienen ni a dónde van. Porque tal vez la sociedad tampoco lo sabe. Es difícil decir quién está más desarraiga­do: el representa­nte o el representa­do.

Determinan­tes de siglos pasados no pueden caber tan fácilmente por el ojal del siglo XXI’.

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