El hambre toca la puerta del San Juan de Dios
El índice de comensales que llega al albergue se ha triplicado ❚ Personas desempleadas son los nuevos usuarios del servicio
Son las 11:26. La calle Túmbez empieza a llenarse. Son los hombres, mujeres y niños que van tomando lugar en las aceras. Se acerca la hora del almuerzo en el albergue San Juan de Dios.
En esa zona del barrio San Diego, centro de Quito, algunos se saludan como si se conocieran de toda la vida, otros prefieren mantenerse lejos. Se acomodan junto a las vallas amarillas y aguardan su turno.
José Ortiz lleva pantalón de tela planchado, zapatos lustrados y doble mascarilla. Se queda en la acera de enfrente para disminuir los riesgos de contagio de COVID-19. Es la primera vez en sus 53 años que tiene que pedir alimentos.
El albergue reanudó la entrega de comida el pasado 21 de diciembre y desde esa fecha la demanda ha sido alta. “La cantidad por lo menos se ha triplicado”, dice Mónica Betancourt, gerenta del sitio.
El menú esta vez es arroz relleno con ensalada, jugo de naranjilla y espumilla. Todo está dispuesto en tarrinas para evitar cualquier tipo de contacto. Minutos antes, una funcionaria sale con micrófono en mano para organizar a quienes esperan por su comida.
José casi no conversa, solo sigue la fila y se mete las manos en los bolsillos. Para alcohol tampoco alcanza, pues desde marzo de 2020 los contratos como pintor prácticamente han desaparecido y con lo poco que gana paga el arriendo de su vivienda en San Marcos, también en el centro de Quito.
Con la crisis por el COVID19, las casas ya no necesitan ser pintadas. “Me contrataban de algunas empresas, pero ahora ya nada. Si gano cinco dólares es mucho”, relata.
El albergue reanudó la entrega luego de varias reuniones con el COE Metropolitano. “Por eso se dispusieron vallas para controlar aglomeraciones”, explica Betancourt.
Pero en estas semanas, los 20 voluntarios que se encargan de esta labor se han encontrado con que la mayoría de personas que esperan por la comida ya no son los habitantes de calle como hasta antes de la pandemia, sino que se trata de comerciantes informales, albañiles, costureras que ya no pueden costear su alimentación. “Con el virus hubo muchos despidos y para los informales ha sido peor”, dice la gerenta.
No hay discriminación para entregar las tarrinas, lo único que deben cumplir es no estar ebrios o haber consumido alguna sustancia estupefaciente.
Antes tampoco llegaban con niños, ahora hay familias enteras haciendo fila.
José está solo, pero se niega a volver a Antioquia, Colombia, con su familia, pues está acostumbrado a la capital. “Me da miedo contagiarme, pero si no me arriesgo, no como”, espeta.
LA CIFRA
150 RACIONES
de alimentos se entregan a diario en el sitio. La cuota no cubre la demanda.