Diario Expreso

LA PALABRA, el legado de María Moliner

Su labor como biblioteca­ria y su titánica obra, el Diccionari­o de uso del español, demuestran su tesón ante todo lo que se proponía

- CARMEN NARANJO MADRID, ESPAÑA ■ EFE ANA SANTOS

Lo hizo ella sola a base de fichas, con 4 hijos y con una vida personal muy dura. Lo hizo sobre

todo con el convencimi­ento de que

lo podía hacer.

directora de la Biblioteca Nacional

El franquismo frenó su

carrera como biblioteca­ria pero, indirectam­ente, aquello fue como una invitación para embarcarse en su

gran obra. INMACULADA DE LA FUENTE

autora de “El exilio interior'

Las ideas de María Moliner eran un canto a la educación y a la cultura, quería que los libros llegaran a todas partes y los leyeran mucha gente, y que el diccionari­o fuera práctico de consultar, una apuesta por el conocimien­to para mejorar el mundo que sigue vigente cuando se cumplen 40 años de su muerte.

Pionera, llena de tesón, innovadora y rigurosa, son algunas de las palabras que surgen cuando hablan de María Moliner (Paniza, Zaragoza, 1900-Madrid, 1981) dos conocedora­s de su figura como son la directora de la Biblioteca Nacional de España, Ana Santos, y su biógrafa, Inmaculada de la Fuente.

Su labor como biblioteca­ria, visionaria en el proyecto de coordinaci­ón de las biblioteca­s de todo el Estado, y como lexicógraf­a, con su “titánica” obra, el “Diccionari­o de uso del español, demuestran su convencimi­ento y su tesón ante todo lo que se proponía, asegura Ana Santos.

“Es mi heroína. Empecé a ser biblioteca­ria por María Moliner”, indica la directora de la Biblioteca Nacional, Ana Santos, que destaca el gran tesón de esta mujer luchadora que puso en valor la cultura, la educación y el conocimien­to para mejorar el mundo.

Como biblioteca­ria puso en marcha dos planes, uno llamado “Instruccio­nes para el servicio de pequeñas biblioteca­s” dirigido a las biblioteca­s rurales “y que hoy sigue teniendo plena actualidad, porque María Moliner pensaba que los libros debían llegar a todas partes”.

Pero también presentó el “Proyecto de bases de un Plan de organizaci­ón general de Biblioteca­s del Estado”, que se publicó en 1939, en el que abogaba por el trabajo coordinado de las biblioteca­s, un proyecto nacional novedoso y ambicioso.

“Un plan casi visionario porque contemplab­a todo tipo de biblioteca­s, las públicas, las universita­rias, las especializ­adas, la BNE... un sistema convertido en un todo”, dice Ana Santos, pero que, lamentable­mente, nunca pudo ser puesto en marcha tras la Guerra Civil.

Tras finalizar la guerra, Moliner fue “depurada”, la despojaron de toda responsabi­lidad y fue destinada a la biblioteca de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industrial­es, donde trabajó desde 1946 hasta 1970.

Fue entonces cuando empezó su diccionari­o, esa obra “titánica”, señala Ana Santos, que cree que demuestra su tesón porque “lo hizo ella sola a base de fichas, con 4 hijos y con una vida personal muy dura. Y además de sacrificio, lo hizo sobre todo con el convencimi­ento de que lo podía hacer, que es su legado principal”.

Inmaculada de la Fuente realizó entrevista­s a familiares y especialis­tas en la obra de María Moliner, y accedió a archivos y cartas para la biografía

de esta mujer metódica, rigurosa y muy segura de sí misma, a la que “nunca le gustó figurar”.

Ella misma describió en una entrevista cómo había sido el comienzo de su obra: “Estando yo solita en casa, una tarde cogí un lápiz, una cuartilla y empecé a esbozar un diccionari­o que yo proyectaba breve, unos seis meses de trabajo, y la cosa se ha convertido en quince años”.

Pero María Moliner había pensado ya antes, en los años 30, en la necesidad de “un diccionari­o más práctico y relacionad­o con el habla de la gente. Ella quería un diccionari­o vivo”, sostiene De la Fuente. Una obra que inició en 1952 y que fue publicada en dos volúmenes, el primero en 1966 y el segundo en 1967.

Realizado a través de fichas, que guardaba en principio en cajas de zapatos para luego pasar a ocupar cajones de sus armarios y toda su casa, el diccionari­o fue publicado con el apoyo de Dámaso Alonso y fue una sorpresa para todo el mundo porque nadie lo esperaba, sostiene Inmaculada de la Fuente: “se convirtió en un pequeño acontecimi­ento sin respaldo académico”.

“Un diccionari­o que los académicos miraban de tapadillo en una época en la que tenían el monopolio de la norma y las palabras”, indica la autora. En 1972 la RAE no respaldó con los votos suficiente­s la candidatur­a de María Moliner, y apoyó la de Emilio Alarcos, que competía con ella por la misma plaza.

Moliner no estaba considerad­a filóloga ya que había estudiado la licenciatu­ra de Historia en Zaragoza, a pesar de los grandes conocimien­tos de lexicograf­ía que demostró en su Diccionari­o. Posteriorm­ente se propuso de nuevo su candidatur­a a la RAE, pero ya estaba enferma. Fue en todo caso, dice, “una académica sin silla”.

Inmaculada de la Fuente cree que la llegada de la democracia no pudo reparar, porque estaba enferma, lo que supuso que a alguien tan valioso se la apartara de la vida pública durante el franquismo.

FICHAS

Su diccionari­o lo empezó a elaborar mientras trabajaba en la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industrial­es (desde 1946 hasta 1970), tras el fin de la Guerra Civil.

 ?? EFE ?? España. La lexicógraf­a María Moliner en su despacho en Madrid en 1972.
EFE España. La lexicógraf­a María Moliner en su despacho en Madrid en 1972.

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