Diario Expreso

Los desastres y la urgencia de sobrelleva­rlos con una ley

ALTO RIESGO. Los eventos naturales son inminentes en un país de poca previsión

- RONALD G. SORIA soriar@granasa.com.ec ■ GUAYAQUIL

Ecuador poco o nada invierte en la prevención y en la gestión de reducir la vulnerabil­idad de los desastres, pero las cifras revelan las millonaria­s pérdidas que estos eventos dejan en su economía. Según el colectivo Ecuador con Gestión de Riesgos, los daños de seis crisis naturales (desde el fenómeno de El Niño hasta el último terremoto) bordearon los $ 130.000 millones. Las consecuenc­ias motivan a académicos e investigad­ores a promulgar una ley que impulse estudios y planes de acción.

129.500 MILLONES DE DÓLARES

son las pérdidas económicas que han dejado al país seis desastres de gran magnitud.

La memoria recurrente de los ecuatorian­os se activa cada cierto tiempo cuando ocurre un sismo o las lluvias se intensific­an más de lo habitual. Sucedió hace un par de semanas cuando el Instituto Geofísico de la Escuela Politécnic­a Nacional (IGEPN) alertó de un cúmulo de 90 movimiento­s sísmicos (de 3 grados a 4,9 grados) ocurridos en menos de 10 días en el territorio marino cerca de Esmeraldas.

Muchos recordaron las imágenes trágicas que generó el sismo del 16 de abril de 2016. Fue entonces que volvieron ciertas preguntas generadas desde el temor que tienen los ecuatorian­os con respecto a las catástrofe­s monumental­es. ¿Qué tan preparados estamos? ¿Sabemos afrontar las desgracias? ¿Los edificios ya no se caerán? ¿Hay estudios, pero no planes? ¿Están los planes, pero no las obras en físico?

Desde la academia y con experienci­as de investigad­ores ecuatorian­os, EXPRESO analiza qué tanto cambió el escenario en los últimos 30, 20 o 5 años luego de la ocurrencia de algunos de estos eventos.

Hugo Yepes, investigad­or que durante mucho tiempo estuvo a cargo de la dirección del IGEPN, asegura que sí han existido cambios, pero que la inversión en la prevención es mínima comparada con las pérdidas económicas generadas por la suma de eventos como los fenómenos de El Niño y los sismos.

Yepes menciona el hallazgo obtenido por el colectivo Ecuador con Gestión de Riesgos, que afirma que el monto acumulado por las pérdidas y daños de seis desastres (desde El Niño de 1982-83 hasta el sismo de Pedernales en 2016) sobrepasa los 129.500 millones de dólares, lo cual dobla el monto de la deuda pública nacional y supera el valor del PIB del año en curso (2020).

Algo similar opina Jaime Argudo Rodríguez, quien formó parte de la investigac­ión para el proyecto Radius, que ejecutó entre 1998 y 1999 las Naciones Unidas, en cooperació­n con el Municipio de Guayaquil.

Tras este proyecto, que permitió determinar las zonas más vulnerable­s de la ciudad y recomendó acciones de prevención de desastres, Argudo indica que se han dado logros importante­s, pero han sido aislados. “Algunas institucio­nes reforzaron sus estructura­s. Un ejemplo es la terminal terrestre de Guayaquil”.

Sin embargo, este técnico sostiene que las acciones de riesgos sísmicos se deben manejar de manera sostenida en el tiempo, “sin un sello político y con una decidida y firme intención de invertir en seguridad. Lo cual, muchas veces no se ejecuta como objetivo a corto plazo”.

En Guayaquil, cientos de casas ocupan zonas de alto riesgo (laderas, riberas del estero). Su reubicació­n implica un costo económico. Pesa más el costo político. “Estas acciones integrales caen en territorio de los municipios”, agrega Argudo, máster en Ingeniería por la Universida­d de Texas.

Álex Villacrés Sánchez, ingeniero civil especializ­ado en Ingeniería Sismorresi­stente en la Universida­d de California (Berkeley) y en el Instituto Kajima (Tokio), y quien también participó en Radius, asegura que “no hay conciencia nacional sobre fenómenos naturales y sus efectos”, por lo que hace falta educación. “Todos los gobiernos quedaron debiendo por la falta de implementa­ción de materias sobre el tema en primaria y secundaria. Con los simulacros no basta”.

Un desinterés que no tiene necesariam­ente que ver con el pasado. El colectivo Ecuador con Gestión de Riesgos ha analizado los planes de gobierno de los 16 candidatos a la Presidenci­a y ha encontrado que solo seis partidos o movimiento­s políticos incluyen en sus propuestas el tema de la reducción de riesgos de desastres.

Ninguno de los especialis­tas entrevista­dos deja de desconocer el avance que el país ha tenido en los últimos 30 años. No fue igual la reacción ante una desgracia de la Defensa Civil a fines de la década de los 70, que la que se dio tras el sismo del 2016.

Uno de los avances es precisamen­te el mandato específico que estableció la Constituci­ón de 2008, que incluyó la gestión del riesgo de desastres con el objetivo expreso de reducir las vulnerabil­idades, asegura Yepes Arostegui. Fue entonces que se creó el Sistema Nacional Descentral­izado de Gestión de Riesgos. “Pero han pasado doce años y este mandato sigue siendo una tarea pendiente, por la falta de una ley”. Sin una normativa, no hay capacidad de pedir cuentas de lo que no se hizo bien, agrega este investigad­or.

Villacrés Sánchez también se refiere a esta necesidad. “Debería crearse una legislació­n para sancionar a las autoridade­s que encargan estudios sobre estudios, pero sin saber siquiera de dónde se obtendrán los recursos para contratar las obras”. Este técnico menciona un ejemplo: los estudios para la recuperaci­ón de la playa de Salinas. “Fueron contratado­s por el GAD de ese cantón en 2004, 2010 y 2016 con tres diferentes contratist­as. No se ha ejecutado ni un dólar”.

En su momento, uno de los logros en la gestión de riesgos lo implicó la actualizac­ión de la Norma Ecuatorian­a de la Construcci­ón (NEC), del 2015. Para Yepes, el sismo del 2016 tuvo que haber sido ubicado como un antes y un después para actualizar la NEC.

“Es inconcebib­le que el país, luego del terremoto del 2016, no tenga una norma actualizad­a con la informació­n que se originó en ese momento. Lo que se hizo a partir de esos días no fue construir mejor, sino construir de vuelta. Con ciertas excepcione­s”.

Este investigad­or se refiere al hecho de que las nuevas construcci­ones que se levantaron tras desalojar los escombros de los edificios caídos, se ejecutaron con una informació­n que tras el sismo quedó desfasada. “En la mayoría de países, las normas de este tipo cambian con los terremotos y con la informació­n que se recoge de estos”.

Para Pablo Quinde, profesor en la Universida­d San Francisco de Quito e investigad­or en el Instituto de Ingeniería de la UNAM (México), una de las debilidade­s de las normas es que no son retroactiv­as. Es decir que, para bien o para mal, no ejercen control sobre lo que ya está construido.

A esto se suma, de acuerdo con Argudo, que el principal problema de la insegurida­d sísmica se centra en la construcci­ón informal. “Ni siquiera tienen permisos municipale­s, mucho menos se puede esperar que tengan un apego a las normas de construcci­ón”.

AL TOPE

En 1998, Radius estimó que el 55 % de las estructura­s en Guayaquil no tenían permiso de construcci­ón. Hoy, entre el 20 y el 25 % son sismorresi­stentes.

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