Diario Expreso

VENEZUELA : 4.000 años de trabajo para tener una casa

La hiperinfla­ción y la pobreza extrema en que viven, impiden que la mayoría de venezolano­s pueda cumplir con su sueño: tener un techo propio

- RON GONZÁLEZ / EFE ■ CARACAS / VENEZUELA

La caraqueña Carmen Hurtado se ilusiona cada vez que alguien se aproxima a su improvisad­o puesto de venta de muñecos, porque, con cada transacció­n, está más cerca de su sueño de tener casa propia, una meta casi imposible de alcanzar en Venezuela, donde una persona que perciba el salario mínimo tardaría 4.000 años en poder acceder a una vivienda propia.

A sus 45 años, esta docente universita­ria vive en la casa de un familiar en el deprimido barrio caraqueño de San José, más conocido por una historia de violencia y venganza cantada por un grupo de rap local que por alguna otra cosa.

“Menos de un dólar”, dice con una sonrisa que esconde vergüenza cuando le preguntan sobre sus ingresos como profesora. Luego duda y hace cálculos mentales que, sin embargo, le regresan el mismo monto.

“Sí, (gano) menos de un dólar como docente”, insiste. En los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), la ONU explica que la pobreza extrema es medida por un ingreso diario inferior a 1,25 dólares estadounid­enses.

Hurtado no está ni cerca de estos ingresos -reconoce- por cuanto vive bajo el umbral de la pobreza extrema pese a su empleo como docente universita­ria.

Así, esta caraqueña necesita más de 4.000 años de ahorro continuo para comprar un viejo y modesto apartament­o de unos

50.000 dólares en Caracas, una ciudad que no escapa a la crisis de servicios públicos que padece Venezuela.

Son, exactament­e, 4.166 años de ahorro por un apartament­o en el que no tendrá agua corriente la mayoría del tiempo, en el que el suministro de gas será irregular. Es por ello que esta profesora universita­ria busca ‘alternativ­as’, como la venta de muñecos de tela que ella misma fabrica y que espera le permitan completar sus ingresos mensuales.

Aunque, de igual manera, es poco lo que ha podido ahorrar en

el último par de meses, cuando comenzó a vender muñecos y dictar talleres para enseñar a niños de escasos recursos a crear sus propios juguetes.

“Pero llegará el momento en que lo voy a lograr -comprar una casa propia- claro que sí”, dice esperanzad­a.

Como auxiliar de farmacia, la venezolana Liz Orta gana unos 35 dólares mensuales, unos ingresos que le permiten sentirse, en algunos casos, ‘afortunada’, porque cada mes tiene un dinero que le permite llevar alimentos a la casa de sus suegros, donde vive con su esposo y dos de sus tres hijos. Afortunada, también, porque no está en el paro como muchos de sus vecinos y familiares.

Al igual que Hurtado, esta mujer de 39 años sueña con una casa propia donde vivir con su familia. Un techo al que llamar suyo. “Yo estoy en una asociación para (gestionar) viviendas, pero tengo ahí 20 años y todavía no me han dado respuesta de mi vivienda”, dice Orta.

Sus ingresos apenas le alcanzan para comer, pero cuando se atreve a soñar, Orta se ve junto a su familia en un apartament­o de una céntrica zona de

Guarenas -una ciudad satélite cercana a Caracas- conocida como El Torreón.

“No tengo ni idea (de cuánto cuesta un apartament­o ahí) porque sé que los ingresos no me van a alcanzar (para comprarlo) y ni siquiera me ocupo. ¿Para qué si no me alcanza?”, señala.

Un agente inmobiliar­io, que prefiere el anonimato, dice que los apartament­os de entre 20 y 30 años de antigüedad se venden por 25.000 dólares en esta zona.

Orta tendría que juntar todos sus ingresos mensuales durante más de 55 años para comprar la vivienda que tanto desea para su familia. En comparació­n con la empresa imposible de Hurtado, Orta es una afortunada.

Hace una década, el Gobierno del entonces presidente Hugo Chávez (1999-2013) solía exhibir con orgullo datos de las varias decenas de millones de dólares que los bancos públicos y privados prestaban a los ciudadanos para comprar casas, vehículos o levantar pequeñas empresas.

El Gobierno establecía una cartera obligatori­a que, en ocasiones, llevaba a la banca a ser la que propusiera a los ciudadanos créditos para el consumo, remodelar viviendas o hasta comprar casas.

Pero el crédito en Venezuela desapareci­ó hace más de un lustro, cuando la crisis tomó forma y la inflación se elevó de forma exponencia­l.

Es por ello que ni Hurtado ni Orta recurren a la banca para comprar bienes inmuebles, como hacen los trabajador­es de cualquier país del mundo. Hurtado ríe cuando se le pregunta por la posibilida­d de solicitar un crédito, y no solo porque sus ingresos podrían llevar a la banca a considerar­la una cliente de riesgo, sino porque sabe que la herramient­a no existe en Venezuela.

Va a llegar ese momento de poder tener mi propia casa, lo voy a lograr, ese es mi

sueño y nadie me lo quita, claro que sí, Dios me lo va a permitir”. CARMEN HURTADO profesora venezolana

Yo estoy en una asociación para gestionar viviendas, pero tengo ahí 20 años y todavía no me han dado respuesta de mi

vivienda”.

LIZ ORTA auxiliar de farmacia

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Aspiración. Tener un departamen­to o una casa, un sueño casi imposible para muchos venezolano­s.

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