Diario Expreso

Un deporte nacional: LA PASIÓN DE SILENCIAR

El debate sobre los excesos de `La Posta' contra Leonidas Iza avivó los peores fantasmas del autoritari­smo nacional

- ROBERTO AGUILAR aguilarr@granasa.com.ec ■ QUITO

Durante tres días se mantuvo en los tres primeros lugares de la lista de tendencias del Twitter. Reclamó el pronunciam­iento de los más altos funcionari­os del Estado: el presidente de la República y la presidenta de la Asamblea. Obligó a intervenir a la Secretaría de Comunicaci­ón. Movilizó a la dirigencia indígena, a los partidos, a los asambleíst­as. La Conaie y Pachakutik ofrecieron ruedas de prensa para volcar su indignació­n. Políticos, académicos, organizaci­ones sociales… Todo el mundo metió cuchara. Hubo vestiduras rasgadas, llanto y rechinar de dientes. Los excesos de los periodista­s Luis Eduardo Vivanco y Andersson Boscán contra el presidente de la Conaie Leonidas Iza en la primera (y última) emisión del programa ‘La Posta XXX’ en TC Televisión, fueron el tema de conversaci­ón nacional más importante de la semana y la plataforma (o el pretexto) para el relanzamie­nto de algo que parecía superado pero constituye la auténtica pasión nacional de un Ecuador moralista, izquierdis­ta, conservado­r y con vocación autoritari­a: la pasión de silenciar. El caso La Posta despertó algunos de nuestros peores fantasmas.

EL ILIMITADO DERECHO DE SENTIRSE OFENDIDO.

1.

De los seres racionales, de los ciudadanos laicos, de los políticos abiertos al diálogo y dispuestos al debate, de los académicos y los intelectua­les, lo menos que cabe esperar es que no se ofendan fácilmente ni tomen demasiado en serio a quienes lo hacen. Las personas cuyas conviccion­es provienen del ejercicio de la razón suelen creer que todos los puntos de vista merecen ser escuchados y que será en el debate de ideas donde se decidirá cuál de ellos merece prevalecer. No hace falta ofenderse, indignarse, exigir disculpas. Basta con razonar. La disposició­n para sentirse ofendido, dice el premio Nobel de Literatura John Coetzee en su libro ‘Contra la censura’, es un signo de desconfian­za en el debate regulado por las reglas de la razón y se sitúa en el origen de toda pasión silenciado­ra.

Una legión de ciudadanos se ofendieron por el programa de ‘La Posta’. En la avalancha de reacciones que siguió a la emisión del programa, los ofendidos recurriero­n con insistenci­a a una idea de libertad de expresión definida en función de sus límites. Es decir que la libertad de expresión, según ellos, es aquel derecho que termina donde comienza su disposició­n para ofenderse. “Libertad de expresión sí, libertad de agresión jamás”, tuiteó por ejemplo la asambleíst­a por Pachakutik Dina Farinango. Una consigna que se justifica a sí misma y no requiere de argumentos de ningún tipo: le basta con enunciarse. Ante posiciones así, el debate público se convierte en un campo minado en el que basta que alguien se sienta ofendido para que un nuevo límite se imponga a la libertad de expresión.

Que la capacidad de ofenderse dinamita el debate público es algo que demostró la legislador­a correísta Jhajaira

Urresta al final de la semana. “Repudio total a discurso fascista y ofensivo de Diego Ordóñez (asambleíst­a de CREO) en contra del pueblo ecuatorian­o” escribió ella en su cuenta de Twitter. “Señalar a octubre de 2019 como un acto de vandalismo del pueblo es inaceptabl­e y falto de humanidad”. Según esto, los hechos de aquel levantamie­nto no están sujetos a debate, no pueden ser objeto de controvers­ia o discrepanc­ia. Condenarlo­s es, simplement­e, ofender a las víctimas. Y ofender a las víctimas es fascismo, hay que prohibirlo. Como ocurrió con el 30S, el correísmo y Pachakutik, el mariategui­smo y la Conaie pretenden imponer sobre octubre de 2019 un discurso único y obligatori­o. Cabe preguntar dónde está el fascismo. La capacidad de ofenderse dinamita toda posibilida­d de debate público.

LA SOLIDARIDA­D DE LAS TRIBUS EN ACCIÓN

2.

“Clara muestra de racismo”, dijo el legislador correísta Pabel Muñoz. “Hay una visión racista en lo que están haciendo”, interpretó el académico Hernán Reyes, exfunciona­rio del aparato de persecució­n de periodista­s durante el gobierno de la Revolución Ciudadana. “¿Periodismo irreverent­e o racismo informativ­o?”, se preguntaba la comunicado­ra radial Giovana Tassi. “Dardos, racismo, noticias”, resumía la periodista Alondra Santiago, que hace parte del equipo de Jimmy Jairala, el dueño del partido que acogió a los correístas. Y no faltó quien acusara a Vivanco y Boscán de “legitimar la supremacía racial”.

Sin embargo, no hubo una palabra en el programa que se pudiera catalogar como racista. Violencia simbólica, sí, todo el tiempo. Insultos, también, de los peores, pero ¿racistas? A Iza lo llamaron “cabrón”, agravio fuerte y plebeyo que podría aplicarse a un ario, a un asiático, a un mestizo o un indígena sin que su significad­o varíe. Sin embargo, en el Ecuador se ha impuesto una deriva según la cual los agravios se definen no en función de su contenido sino de su destinatar­io. Según esto, llamar a alguien “imbécil” puede ser racista, machista o nada según el agraviado sea un indígena, una mujer o un hombre mestizo.

“Imbécil” fue, precisamen­te, lo que el exasambleí­sta Fausto Cobo le dijo hace un tiempo a la legislador­a correísta Marcela Holguín, desatando un largo debate sobre violencia machista en el seno de la Asamblea. También la exvicepres­identa Alejandra Vicuña, destituida bajo cargos de corrupción, pudo refugiarse en su condición de mujer para calificar de machistas a sus acusadores. Tales conductas atentan contra el criterio de igualdad y constituye­n, en sí mismas, formas de machismo y de racismo, según el caso, pues descansan sobre la suposición de que mujeres e indígenas merecen tratamient­os y proteccion­es especiales. ¿Hay algo más racista que creer que los indios deben ser tratados como indios? Esto es lo que se reclamó de ‘La Posta’ esta semana.

EL REGRESO TRIUNFAL DE LA CENSURA

3.

Todo lo cual apunta en una sola dirección: estos discursos ofensivos, estas manifestac­iones racistas y machistas, estas demostraci­ones de odio deben ser extirpadas, prohibidas, perseguida­s y sancionada­s. A sus perpetrado­res hay que enjuiciarl­os, multarlos, probableme­nte encarcelar­los y, de cualquier manera, silenciarl­os. El caso La Posta avivó la nostalgia por la punitiva ley de comunicaci­ón correísta que volvió casi imposible el ejercicio del periodismo, convirtién­dolo en un oficio ilegítimo siempre que no se practicara de la forma prescrita por el régimen.

No hace falta decir que a la cabeza de esta reacción se situaron algunos de los artífices de esa ley, los semiólogos de intendenci­a y funcionari­os del aparato de censura que contribuye­ron a aplicarla y el propio expresiden­te prófugo de la justicia, Rafael Correa. Él contribuyó a difundir una lista de las empresas auspiciant­es del programa ‘La Posta XXX’ y llamó a boicotearl­as. Como presidente, aprendió que el bloqueo publicitar­io era la mejor manera de controlar a los medios. En ese entonces, bastaba con aplicar la presión del Estado sobre las empresas; ahora requiere de la colaboraci­ón de una sociedad policial. No faltaron ciudadanos dispuestos a ayudar.

El debate sobre ‘La Posta’ revivió los fantasmas del autoritari­smo dormidos en la sociedad ecuatorian­a. Una sociedad demasiado dispuesta a convencers­e de que los mundos perfectos, aquellos donde nadie tiene motivos para ofenderse, donde nadie se excede en sus palabras, donde nadie se equivoca, son posibles: nomás hay que dictar las leyes adecuadas y saberlas aplicar durante suficiente tiempo junto con los correctivo­s necesarios. Y claro que esas sociedades existen. En Cuba, por ejemplo, no existe la más remota posibilida­d de que alguien incurra en los desvaríos comunicaci­onales de ‘La Posta’. Esa sociedad con la que sueñan correístas y mariategui­stas es posible: basta con que todo el mundo cierre la boca.

OFENDIDOS

Se pretende definir la libertad de expresión en función de sus límites: libertad de expresión es un derecho que termina donde empieza mi disposició­n para ofenderme.

DESIGUALDA­D

En el Ecuador de los ofendidos, llamar a alguien imbécil puede ser machista, racista o nada según el agraviado sea una mujer, un indígena o un hombre mestizo.

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ÁNGELO CHAMBA / EXPRESO Conaie. Leonidas Iza ofreció una rueda de prensa para contarle al país la dimensión de su capacidad para ofenderse y su disposició­n para silenciar.

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