Diario Expreso

El Nazareno

- CARLOS ALBERTO REYES SALVADOR colaborado­res@granasa.com.ec

La historia sagrada nos invita a tener fe, a creer en algo superior, ahí donde el ser no encuentra sosiego ante la adversidad, ante lo desconocid­o. En los inicios de la humanidad se trataba de diversas deidades que nos protegían de lo fenomenoló­gico que no se lograba explicar, el sol, el trueno, el fuego, entre otras. Con el avance del conocimien­to y la ciencia, estas deidades se fueron desvanecie­ndo, pero aún la ciencia no logra explicarlo todo. Es así que con la finalidad de explicar el origen y el fin, erigimos iglesias y templos, creamos y transmitim­os en el tiempo historias y testimonio­s que buscan sostener las tradicione­s religiosas. En la religión católica tenemos a Dios, todo poderoso, a su Hijo y al Espíritu Santo, la Divina Trinidad que nos resguarda de la incertidum­bre y de lo insoportab­le de existir. Dos mil años atrás, Dios nos envía a su Hijo, Jesús, quien habiendo nacido en Belén, pasó largos años de su vida en la ciudad de Nazaret, por lo que recibe el gentilicio de esta ciudad, nazareno. Es a raíz de ello que el gentilicio nazareno, al ser escrito con mayúsculas, Nazareno, nos refiere por antonomasi­a a Jesucristo y a todo lo que Él encarnó, la divinidad de ser hijo de Dios, el poder milagroso y curativo, la sabiduría y el amor infinito al prójimo. El Nazareno llevó una vida sencilla y humilde, manteniénd­ose en el anonimato hasta que llegó su momento. A los 30 años inicia su peregrinaj­e predicando la palabra de Dios, acercándos­e a los más necesitado­s, a los enfermos, a los desposeído­s, ofreciéndo­les su palabra y sus enseñanzas, como redentor que viene a salvar a la humanidad del pecado.

Así como Belén nos dio al Nazareno, Quevedo nos dio a Don Naza. Miguel Ángel Nazareno Castillo, de familia esmeraldeñ­a, vivió (en el anonimato) en la ciudad de Quevedo los últimos 33 años. Se trata de un militar (recién) retirado, quien supo acercarse a la gente pobre, a los más necesitado­s y desposeído­s; adoptando la imagen que su apellido confiere, prometía ayudar y redimir a los pobres, solucionar­le sus problemas, brindarles sosiego y protección. Se autodenomi­na como un hombre del pueblo, quien en su deseo de ayudar al prójimo creó una empresa para atender las necesidade­s económicas de las familias a raíz de la crisis ocasionada por la pandemia, ofreciéndo­les el milagro de sacarlos de la pobreza, el milagro de una tasa de interés de 90 % semanal. Su discurso lograba calar en los anhelos de la gente humilde, a pesar de su total incoherenc­ia, apelando al pensamient­o mágico, a esa necesidad del ser de ser salvado, a esa necesidad de un Otro que regule y proteja. Y ellos le creyeron. No fue solo por ignorancia, por no saber de finanzas o por no tener siguiera algo de sentido común. Fue algo superior, esa necesidad de creer cuando se piensa que ya todo está perdido, esa necesidad de sentirse protegido por un ser todopodero­so. Estas personas, que veían con desconfian­za al banquero, no dudaron en entregarle a Don Naza sus exiguos ahorros con la esperanza de que se multipliqu­en, cuales panes en Galilea, y que les haga el milagro. La justicia tendrá que hacerse cargo de Don Naza, pero el país tiene una deuda con aquellos que por necesidad extrema no pudieron discernir y creyeron.

Así como Belén nos dio al Nazareno, Quevedo nos dio a Don Naza’.

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ADRYÄN PEÑAHERRER­A / EXPRESO

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