El Nazareno
La historia sagrada nos invita a tener fe, a creer en algo superior, ahí donde el ser no encuentra sosiego ante la adversidad, ante lo desconocido. En los inicios de la humanidad se trataba de diversas deidades que nos protegían de lo fenomenológico que no se lograba explicar, el sol, el trueno, el fuego, entre otras. Con el avance del conocimiento y la ciencia, estas deidades se fueron desvaneciendo, pero aún la ciencia no logra explicarlo todo. Es así que con la finalidad de explicar el origen y el fin, erigimos iglesias y templos, creamos y transmitimos en el tiempo historias y testimonios que buscan sostener las tradiciones religiosas. En la religión católica tenemos a Dios, todo poderoso, a su Hijo y al Espíritu Santo, la Divina Trinidad que nos resguarda de la incertidumbre y de lo insoportable de existir. Dos mil años atrás, Dios nos envía a su Hijo, Jesús, quien habiendo nacido en Belén, pasó largos años de su vida en la ciudad de Nazaret, por lo que recibe el gentilicio de esta ciudad, nazareno. Es a raíz de ello que el gentilicio nazareno, al ser escrito con mayúsculas, Nazareno, nos refiere por antonomasia a Jesucristo y a todo lo que Él encarnó, la divinidad de ser hijo de Dios, el poder milagroso y curativo, la sabiduría y el amor infinito al prójimo. El Nazareno llevó una vida sencilla y humilde, manteniéndose en el anonimato hasta que llegó su momento. A los 30 años inicia su peregrinaje predicando la palabra de Dios, acercándose a los más necesitados, a los enfermos, a los desposeídos, ofreciéndoles su palabra y sus enseñanzas, como redentor que viene a salvar a la humanidad del pecado.
Así como Belén nos dio al Nazareno, Quevedo nos dio a Don Naza. Miguel Ángel Nazareno Castillo, de familia esmeraldeña, vivió (en el anonimato) en la ciudad de Quevedo los últimos 33 años. Se trata de un militar (recién) retirado, quien supo acercarse a la gente pobre, a los más necesitados y desposeídos; adoptando la imagen que su apellido confiere, prometía ayudar y redimir a los pobres, solucionarle sus problemas, brindarles sosiego y protección. Se autodenomina como un hombre del pueblo, quien en su deseo de ayudar al prójimo creó una empresa para atender las necesidades económicas de las familias a raíz de la crisis ocasionada por la pandemia, ofreciéndoles el milagro de sacarlos de la pobreza, el milagro de una tasa de interés de 90 % semanal. Su discurso lograba calar en los anhelos de la gente humilde, a pesar de su total incoherencia, apelando al pensamiento mágico, a esa necesidad del ser de ser salvado, a esa necesidad de un Otro que regule y proteja. Y ellos le creyeron. No fue solo por ignorancia, por no saber de finanzas o por no tener siguiera algo de sentido común. Fue algo superior, esa necesidad de creer cuando se piensa que ya todo está perdido, esa necesidad de sentirse protegido por un ser todopoderoso. Estas personas, que veían con desconfianza al banquero, no dudaron en entregarle a Don Naza sus exiguos ahorros con la esperanza de que se multipliquen, cuales panes en Galilea, y que les haga el milagro. La justicia tendrá que hacerse cargo de Don Naza, pero el país tiene una deuda con aquellos que por necesidad extrema no pudieron discernir y creyeron.
Así como Belén nos dio al Nazareno, Quevedo nos dio a Don Naza’.