Diario Expreso

Cuba: la cárcel se derrumba

- RUBÉN MONTOYA colaborado­res@granasa.com.ec

“Fidel es como mi padre”, me dijo en el 2006 un adolescent­e habanero mientras veíamos el reporte sobre la salud del padre de la Revolución Cubana. Amaba a Fidel más que a sus admiradas Lo y Shakira y más que a su sueño de calzarse unos Nike algún lejano día. Castro enfermó y no volvió a ejercer en primera persona, pero siguió controland­o los hilos con un títere ideal: su hermano Raúl.

Recuerdo esa entrevista ahora que la protesta arde en Cuba y el Estado aún controla el inmenso aparato de represión policial. Todavía lo hace, pero son las protestas más potentes que se hayan registrado en la nación más reprimida del planeta: lleva 62 años bajo el tutelaje de la Verdad Única que emana del Partido Comunista

gobernante.

La de la Cuba castrista es una historia que se contará en novelas porque los datos reales son simplement­e increíbles. Allí la pobreza es endémica y los derechos relacionad­os con la libertad (pensamient­o, tránsito, asociación…) son pisoteados.

Durante décadas la figura legendaria y paternal del guerriller­o libertario, que luego se volvió un déspota cruel y delirante, sirvió de guía para un pueblo que le disculpaba todo: libertades conculcada­s, sueldos miserables, vigilancia extrema, hostigamie­ntos y exilio, cárcel de por vida por el delito de pensar distinto… Y períodos de escasez tan grande que, como me lo dijeron varias fuentes, la sopa se hacía con agua y cáscaras de plátano. Pero casi no había gas. Y la luz venía tan de vez en cuando, que el humor cubano decía que en la isla no había apagones, sino alumbrones…

Y no alcanza con endilgarle todas las culpas al bloqueo norteameri­cano. Que es criminal, sí, pero que no justifica haber fracasado en dar a los cubanos condicione­s de vida mínimament­e dignas. Sus inmensos logros iniciales, o su prestigio en salud y educación, serán charcos en el mar de sus inocultabl­es injusticia­s. Hay allí décadas de represión, carencias y dolor.

Por eso ahora el grito está suficiente­mente macerado. Y la sombra de los Castro ya no está. No caerá en horas la dictadura. Pero esta vez, el día de la libertad se viene arrimando… como se arrima un día feliz.

Sus inmensos logros iniciales, o su prestigio en salud y educación, serán charcos en el mar de sus inocultabl­es injusticia­s. Hay allí décadas de represión, carencias y dolor...’.

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