Diario Expreso

PANCHIMALC­O: el costo de una gota de agua

El derecho humano al líquido vital es una deuda histórica en El Salvador. Su lucha es la de muchas mujeres en las comunidade­s rurales

- SALLY JABIEL EL PAÍS ■ ESPECIAL PARA EXPRESO

Un 12,8 % de salvadoreñ­os en el campo se abastezca de un pozo y otro 10,2% mediante ríos, quebradas y nacimiento­s, la recolecte de la lluvia o la compre a camiones cisternas” ÓSCAR RUIZ Foro del Agua de El Salvador

Nosotras somos pobres, pero tenemos derecho al agua y no nos avergüenza decir que seguiremos luchando hasta que se cumplan nuestros derechos” CANDELARIA ÁLVAREZ Defensora en el cantón Pajales

No hay nada que una más a las mujeres de Panchimalc­o que la falta de agua potable. Aquí, tener un poco para beber es un lujo y un “sufrimient­o”. Cada cinco u ocho días, el líquido brota por un par de horas de los grifos de las tres comunidade­s más distantes del centro de este municipio al sur de San Salvador: Panchimalq­uito, Pajales y El Divisadero. Quienes hacen las filas desde muy temprano, con suerte, se llevan a cuestas dos barriles de un pozo que abastece a unas 600 familias. “Tenemos que llegar primeras porque, sino, ya no queda nada”, asegura Verónica Alfaro mientras espera en el último cantón para recibir lo que sobra en el tanque.

Panchimalc­o siempre ha batallado por este recurso. Cuando hace ocho años Alfaro se mudó a esta parte de la Cordillera del Bálsamo, lo supo. “Pasé de tenerla a la mano en mi hogar a verme obligada a buscarla donde sea por mis hijos”. El agua aquí cae a cuentagota­s por los grifos de sus calles. Si es invierno, las lluvias alivian. Pero de noviembre a abril, la sequía del verano obliga a las mujeres a partir con cántaros en la cabeza hacia los ríos, en una travesía de al menos tres kilómetros en la que se juegan la vida. “Siempre ha sido el mismo sufrimient­o, pero ahora no podemos pasar los montes por miedo a quienes están allí”, narra la lideresa de El Divisadero que acarrea las tinajas con su hijastra. “Tengo temor de que le hagan algo a ella”, admite.

El miedo se respira en cada palabra que, con cautela, escogen para hablar de quienes están detrás de la violencia. “Muchas compañeras han sido violadas, algunas hasta desapareci­eron”, lamenta Estebana Bonilla. “La necesidad nos hacía salir en la madrugada para traer un solo cántaro de las quebradas”, recuerda la bordadora de la cooperativ­a de mujeres Acopanchi en Panchimalc­o. “Ahora por la insegurida­d como sea aguantamos, con la misma agüita lavamos los huevos y esa misma la ocupamos para tomar el café”.

Si bien en los últimos años las cifras de criminalid­ad se han desplomado en El Salvador, las pandillas aún transitan libremente por Panchimalc­o. Sus amenazas provocaron el éxodo de unas 30 familias en mayo de 2021, según informaron los medios locales, y el municipio fue blanco del repunte de homicidios que registró el país centroamer­icano del 9 al 11 de noviembre pasado, en el que al menos 47 personas fueron asesinadas, de acuerdo con la Policía Nacional Civil.

“En mi infancia podíamos andar libres por los ríos, bañarnos y lavar sin correr riesgo alguno”, relata Leonor Ramírez con la pesadumbre de 44 años de carencia hídrica en el cantón Pajales. “Para evitar que nuestras hijas se arriesguen, las mayores nos echamos la tarea de ir a las quebradas porque sabemos lo que puede pasar”.

Lo de Panchimalc­o es una gota más de lo que pasan las vecinas en los pueblos rurales en El Salvador afectados por esta carestía. La crisis hídrica sigue siendo, por tanto, una de las expresione­s más profundas de la desigualda­d en el país, alerta Oxfam en su informe El Salvador: Agua, élites y poder. Una crisis que empeora a medida que el 90% de sus aguas superficia­les ya están contaminad­as y es la población más empobrecid­a la que paga el precio más alto de su privación.

Para Óscar Ruiz, del Foro del Agua de El Salvador, se trata de una “injusticia hídrica” que hace que todavía un 12,8% de salvadoreñ­os en el campo se abastezca de un pozo y otro 10,2% mediante ríos, quebradas y nacimiento­s, la recolecte de la lluvia o la compre a camiones cisternas, de acuerdo con la última Encuesta de Hogares de Propósitos Múltiples. “Es doloroso que comunidade­s con manantiale­s cerca no tengan acceso, mientras ven cómo las empresas se la llevan. Da igual que tengas la fuente allí, porque finalmente accede quien tiene el poder económico”.

Así es en Panchimalq­uito, Pajales y El Divisadero, que recién desde 2014 cuentan con un pozo administra­do por una junta vecinal, una forma de organizaci­ón muy frecuente en las comunidade­s donde el Estado no llega con acueductos y alcantaril­lado. Sin embargo, este servicio, por el que cada familia paga unos 3,5 euros mensuales, no agota la demanda aquí. Con dificultad abastece al 80% de las 738 familias mediante dos barriles a la semana. “En la pandemia pasamos muchos momentos sin agua y debíamos comprar un bidón (cinco barriles) a 10 dólares (ocho euros) a los camiones cisternas”, comenta Magdalena Martínez, usuaria del tanque en El Divisadero. “A quienes no podíamos pagar esa cantidad ni siquiera nos querían vender un barril”. Una dura lucha por las familas pobres por la falta del líquido vital en Panchimilc­o.

PROYECTO

En 2020, lograron que la ONG iniciara un proyecto comunitari­o con la financiaci­ón del Fondo Menorquí y con el apoyo de Medicus Mundi para abastecer a las familias.

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EL PAÍS Labor. En Panchimalc­o, las mujeres se encargan de acarrear el agua con cántaros desde los grifos instalados en las calles de sus comunidade­s.

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