¿De quién es la culpa?
Las matanzas en las cárceles de nuestro país ya no son noticia nueva, pero siguen doliendo en lo más profundo de nuestro ser, pues pese a que quienes perdieron la vida tras las rejas se encontraban cumpliendo condena y merecían estar ahí, siguen siendo seres humanos y detrás de ellos existen familias que sufren su trágica muerte. Es difícil acostumbrarse a una vida llena de violencia, a aguantar la muerte de inocentes, a escuchar balas perdidas por doquier, a blindarnos hasta los dientes para estar medianamente seguros, pero es lo que hay.
Si las cárceles ecuatorianas están controladas por los organismos de control pertinentes, ¿cómo es posible que se den este tipo de amotinamientos y fugas masivas? ¿De quién es la culpa? ¿De los guías penitenciarios que deben permitirlo todo para seguir con vida o de las leyes que protegen y amparan a las personas equivocadas? Ante tales hechos sangrientos aparecen las razones en las cuales los responsables de mantener todo en orden se amparan. La culpa siempre ha sido del hacinamiento, no se puede tener a bandas que se encuentren en conflicto bajo un mismo techo. No hay suficiente personal, la infraestructura no es la apropiada, y así podríamos seguir enumerando razones que libran de pecado a más de uno. Lo que sí está claro es que la única libertad que pierden ciertas personas que se encuentran encerradas cumpliendo condena es la de caminar por las calles, porque excepto aquello, siguen matando a dedo, teniendo comunicación perenne con el mundo exterior, manejando el negocio de las drogas a control remoto, sin limitante alguno. Incluso la idea de recuperar la libertad no es nada descabellado ya que vivimos en el país de los padrinos y los jueces bondadosos, que conceden ‘habeas corpus’ por un buen billetito.
Las leyes ecuatorianas, que deberían salvaguardar la seguridad de todos, nos están jugando una mala pasada y deben ser modificadas sobre la marcha. A esta altura del partido vivimos la ley de nadie. Los policías y militares nos han demostrado que bajo este tipo de situación no son más que meros objetos decorativos. Si las cárceles de máxima seguridad de otros países hacen temblar a los “duros” de las drogas, ¿por qué no seguir su ejemplo? ¿Cuál es el miedo?
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