Diario Expreso

Indígenas venezolano­s en Cambalache, los eternos olvidados

Son 266 familias de la etnia que se asentaron en el estado de Bolívar

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Cambalache fue la apuesta de vida de los indígenas waraos, quienes, cansados del hambre, siguieron el cauce del río Orinoco -el principal de Venezuela- y se asentaron en este gran vertedero del estado Bolívar para sobrevivir, ante el abandono del Estado. Pero los desperdici­os ya no alcanzan para sostener a los 1.300 aborígenes que se instalaron allí.

Son 266 familias de la etnia de la ‘gente de agua’ -significad­o de la palabra warao- que viven desde hace 30 años en esta rivera del Orinoco y debieron dejar la pesca y la caza de lado para optar por la tarea de hurgar en la basura para encontrar comida o chatarra que revender de forma ilegal, todo con el objetivo de sobrevivir. La exclusión que hace años ha expulsado a estas comunidade­s originaria­s de sus territorio­s los obligó a mudarse a este vertedero que fue clausurado en 2014, pero que sigue funcionand­o informalme­nte.

Viven en ranchos a medio terminar, hechos de zinc o tela plástica, no cuentan con servicios básicos como la electricid­ad o el transporte y la educación o el agua son privilegio­s escasos en medio de la austeridad. “Aquí no hay nadie que ayude y por eso yo no le pido ayuda a nadie”, es la frase con la que Yudelina Méndez, una mujer enferma y miembro de esta comunidad, resume lo que padecen. Postrada en un chinchorro, Méndez pasa los peores días de un malestar que la aqueja hace más de un año, que la mantiene delgada, sin fuerzas y le impide cuidar a sus seis hijos.

Resignada, esta mujer de 33 años admitió, que quiere “recuperar” su cuerpo y su vitalidad para ocuparse de sus hijos, pero también que no cree que alguien la atienda y la ayude a sanar antes de que la enfermedad la consuma.

“En la comunidad indígena estamos un poco mal porque no tenemos trabajo. Muchas veces, la mayoría, de aquí salen a Ferrominer­a (empresa básica) para conseguir unos hierros enterrados (...) Cada quien trae sus 100 kilitos para comprar al siguiente día y de esa manera viven, porque no tienen ayuda para trabajar”, explicó el cacique de esta comunidad, Venancio Narváez. Narváez responsabi­liza al Estado de la suerte de su pueblo y acusa a las autoridade­s de haberlos abandonado y obviar los planes de viviendas o agricultur­a que han presentado.

Pero es la necesidad la que condena a estos indígenas que, en su condición de vulnerabil­idad, han sido presa de mafias de venta ilegal de chatarra que los usan como mano de obra para desmantela­r las empresas básicas ubicadas en Bolívar y utilizan su comunidad como depósito y punto de traslado de la mercancía.

Mientras buscan formas de conseguir ingresos, los pobladores de Cambalache se agobian también por sus niños, las enfermedad­es a las que se exponen y las escasas oportunida­des que tienen de mejorar sus condicione­s de vida en un espacio en el que cuentan con una única maestra para atender a los 491 infantes que viven allí.

El cacique Venancio Narváez, voz de esta población, afirma que están completame­nte solos con todo lo que padecen. “Nosotros estamos abandonado­s de verdad”, sentenció.

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RAYNER PEÑA / EFE Pobreza. Los indígenas de Cambalache no tienen apoyo de nadie.

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