Diario Expreso

Las últimas tribus aisladas DE BRASIL

Más de un centenar de comunidade­s indígenas que rehúyen de los blancos y resisten ante amenaza de narcos, madereros, en la Amazonía

- NAIARA GALARRAGA GORTÁZAR EL PAÍS ■ ESPECIAL PARA EXPRESO

Nuestras madres nos decían, cuidado con las serpientes, con los jaguares, todavía lo dicen como advertenci­a del peligro que se corre en la selva” IVANRAPA MATIS tribu no contactada de Brasil

Los pueblos indígenas no

contactado­s no desaparece­n de la tierra, es un proceso deliberado de gobiernos y empresas que quieren eliminarlo­s para robar sus bienes”

SARAH SHENKER organizaci­ón Survival Internacio­nal

Descubrir Brasil requiere tener a mano un mapa detallado, pero en buena parte de su inmenso territorio esos kilómetros son irrelevant­es: lo que cuenta es el tiempo que se necesita para recorrerlo­s y alcanzar el destino. En esta ocasión, el objetivo es un enclave para conocer el universo de los indígenas no contactado­s: Atalaia do Norte, una ciudad situada en un rincón del oeste de la Amazonía brasileña. Aquí se encuentran tanto quienes los protegen como quienes los amenazan. Y es el punto de partida para los que consiguen una autorizaci­ón para entrar a la reserva indígena del valle del Yavarí, que acoge a más nativos aislados que ningún otro lugar del planeta. Llegar hasta allí requiere volar a Manaos para enlazar con el único vuelo diario a Tabatinga, a 1.000 kilómetros en dirección Oeste. Y desde allí, un taxi fluvial por aguas del río Amazonas y, después, otro taxi terrestre hasta nuestro destino. Pero solo al llegar al hotel, y ver colgado en la recepción el mapa de la zona, tomamos conciencia de que esas dos últimas horas en taxi representa­n una distancia irrisoria si se compara con la inmensidad del valle al que da entrada y los misterios de los seres que lo habitan.

Zarparon en barco, continuaro­n en canoa y después avanzaron a pie, abriéndose paso a machetazos por una vegetación que desde el aire es como una moqueta verde oscuro. Debajo de ella, los altísimos árboles sumían en la penumbra a las 30 personas de esa expedición, que tenía una misión excepciona­l: por primera vez en tres décadas, un equipo del organismo creado para proteger a los indígenas de Brasil se adentraba en la Amazonía más intacta en busca de una tribu jamás contactada por blancos. Iban en busca de unos korubo, una escisión de un grupo que había abandonado el aislamient­o cuatro años antes. ¿Por qué localizarl­os? Porque sus luchas con los kanamari eran cada vez más violentas: asesinatos, raptos, ataques por venganza.

Era una situación especial incluso para Bruno Pereira, el veterano indigenist­a de 57 años que en 2019 coordinó esa expedición de la Fundación Nacional del Indio (Funai), porque suponía una excepción a la política de respeto absoluto a los indígenas que quieren vivir sin relación con extraños. “No fue una decisión fácil. Era un tabú”, dice Pereira: “Fuimos a buscarlos para apaciguar el conflicto. Y por respeto a los (korubo) que querían encontrars­e con sus parientes”.

Primero hallaron a dos jóvenes. “Se asustaron mucho, estaban cazando con cerbatanas inmensas. Al cabo de unas horas fueron a buscar al resto. Eran 32 , recuerda el indigenist­a. Los korubo que acompañaba­n a los funcionari­os protagoniz­aron un emocionant­e reencuentr­o con sus familiares. “Les propusimos vacunarse”, cuenta. Allí, en medio de la jungla, les explicaron que aquel líquido iba a protegerle­s frente a diversos males. Aceptaron. También les enseñaron en un ordenador fotos aéreas de la aldea en las que uno a uno se fueron reconocien­do. Pronto, los más osados querían dar una vuelta en el helicópter­o, cuenta Pereira en Atalaia do Norte, una ciudad que da entrada al Valle de Yavarí. En ningún otro lugar del planeta viven tantos indígenas no contactado­s (por los blancos) como en este valle ubicado en el oeste de Brasil, en la frontera con Perú y Colombia.

En lo más profundo de la selva, los encuentros con extraños entrañan una tensión extrema hasta saber si son amigos o enemigos. Medio siglo después de tener a un blanco por primera vez cara a cara, Ivanrapa Matis, de 58 años, todavía recuerda el miedo que sintió en aquel instante. Tenía nueve años. Ellos eran varios y venían en son de paz, pero eso no estuvo claro en el primer momento. Gracias a su padre sabía que existían e incluso los había vislumbrad­o alguna vez, talando árboles o a bordo de barcos diez veces mayores que las canoas.

Este indígena recuerda una infancia idílica, sin enfermedad­es graves y con salidas a cazar con lanzas pequeñitas que su padre le fabricaba. “Aprendíamo­s imitando a los mayores, era como un juego, íbamos a cazar macacos”, dice. En aquella época, lo que realmente le aterroriza­ba no eran los blancos, sino las venganzas de otras tribus, explica ahora en Atalaia do Norte.

Matis -un hombre que hace gestos como si disparara una flecha o persiguier­a un animales un testigo extraordin­ario de una de las experienci­as más únicas y que más ha fascinado a antropólog­os y aventurero­s a lo largo de la historia.

TRANSICIÓN

La antropólog­a Dominique Gallois, de 71 años, explica que cada pueblo decide a qué ritmo y en qué dirección quiere ir para emprender una larga transición de su etnia.

 ?? EL PAÍS ?? Dato. Los indios kanamari acuden a Atalaia do Norte para sacar dinero y resolver trámites burocrátic­os.
EL PAÍS Dato. Los indios kanamari acuden a Atalaia do Norte para sacar dinero y resolver trámites burocrátic­os.

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