Diario Expreso

La disputa por la tierra, el conflicto eterno colombiano

En algunos departamen­tos los campesinos son amenazados por paramilita­res y dejan sus terrenos y sembríos ❚ La extorsión es otro de los graves problemas

- IRENE ESCUDERO EFE ■ ARQUÍA

La tierra es uno de los temas que en Colombia ha generado más violencia.

LEÓN VALENCIA, director de la

Fundación Paz y Reconcilia­ción

El resguardo indígena tule de Arquía, en la frontera con Panamá, es una de las pocas comunidade­s en Colombia que ha conseguido recuperar terrenos que el conflicto armado les arrebató. El despojo ha sido una constante en un país donde se sigue matando por la tierra.

Elirio Poyato es uno de los miembros de esta comunidad que en las últimas décadas tuvo que dejar su hogar y salir por la selva de un día para otro dejando atrás sus pertenenci­as.

A este hombre de casi 60 años lo amenazaron hace 24 años las paramilita­res Autodefens­as Unidas de Colombia (AUC). “Un día me llamó un señor y me amenazaron; me dio miedo y me fui de una vez por el (río) Atrato”, relata en su casa en el resguardo, al que volvió seis meses después pero sin dos hijos que se quedaron en Panamá por miedo.

Poyato tenía una tienda al lado de la escuela, en el pueblo formado por una veintena de casas de madera y tejados de ramas, y le pedían tres millones de pesos (unos 730 dólares de hoy) de extorsión.

Con su familia de ocho hijos se marchó a Panamá que está a 1,5 kilómetros del resguardo, pero separada por el espeso y peligroso Tapón del Darién.

Los tule (también llamados cuna o gunadule) son un pueblo en extinción del que quedan unas 62.000 personas, la mayoría en Panamá y apenas dos millares en tres resguardos en el Urabá, una fértil región del noroeste de Colombia.

En Arquía, un resguardo de menos de 3.000 hectáreas, durante años las AUC impusieron su ley con el Bloque Elmer de Cárdenas, comandado por Freddy Rendón Herrera, alias El Alemán, hermano del narco Daniel Rendón (Don Mario).

Por su posición estratégic­a en una de las fronteras más inexpugnab­les del mundo, los paramilita­res quisieron controlar ese territorio, mataron a más de una decena de indígenas, reclutaron a jóvenes y usaron “el hambre como estrategia de exterminio cultural”, como dijo el juez

Mario José Lozano en la sentencia de restitució­n de tierras de 2018 con la que se les reconoce como víctimas.

Los indígenas son “víctimas de riesgo de exterminio físico y cultural porque son una minoría y, en ese sentido, la pérdida de una sola persona en una comunidad indígena tiene repercusio­nes respecto a la continuida­d de la cultura”, explica la directora de Asuntos Étnicos de la Unidad de Restitució­n de Tierras (URT), Sally Mahecha.

Esta sentencia ordena que se les devuelvan diez terrenos que les expropiaro­n que suman casi 500 hectáreas, además de ordenar que se les consulte sobre la construcci­ón de la carretera Panamerica­na, la interconex­ión eléctrica con Panamá o que se documente la masacre de ocho indígenas en 2003 como un proceso de memoria histórica.

A las AUC las reemplazar­on las Autodefens­as Gaitanista­s de Colombia (AGC) o Clan del Golfo, es decir, los mismos paramilita­res con diferente nombre que siguen imponiendo su ley; nada se mueve en ese territorio sin su aprobación.

EL DETALLE

Impase. Colombia es uno de los países con mayor concentrac­ión de tierra del mundo, con un conflicto que aún desangra el campo.

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MAURICIO DUEÑAS CASTAÑEDA / EFE Conflicto. Varias mujeres de la comunidad Tule caminan dentro de su resguardo, en Arquía-colombia.

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