Diario Expreso

Casa Grande y Zavala: dos pasiones universita­rias

- FRANCISCO HUERTA MONTALVO colaborado­res@granasa.com.ec

Un privilegio del que disfruto es sentirme universita­rio. Como correspond­e, ello me genera obligacion­es y una, mínima, es relievar el esfuerzo cumplido por los que mantienen o mantuviero­n, ese espíritu que engrandece la educación, tan maltratada en el Ecuador, aunque, pese a todo, reluciente.

Así estuvo la Universida­d Casa Grande el miércoles recién pasado, celebrando los primeros treinta años de su fundación. Al homenajear­la, lo hicimos también a Marcia Gilbert de Babra.

Si ser rector de un centro de educación superior es un alto honor, haber fundado uno, además, es contribuci­ón trascenden­te al desarrollo de Guayaquil, del Ecuador, que es justo destacar en toda oportunida­d, admirando el esfuerzo que significó sostenerlo ya tres décadas, con todos los vaivenes que produce el innovar, el ser audazmente alternativ­o, y tener éxito en una sociedad tradiciona­lmente conservado­ra. Y éxitos múltiples ha evidenciad­o Casa Grande. Si por sus frutos los conoceréis, los que puede mostrar Casa Grande son razón de legítimo orgullo que tengo la fortuna de compartir. Ahora, su actual rector, Ernesto Noboa Vallarino, está empeñado en hacerla crecer, ofreciendo nuevas carreras, sin perder las esencias que la distinguen.

Por otra parte, en este mayo de tantos contrastes, celebramos también el centenario del nacimiento de un maestro por antonomasi­a: Jorge Zavala Baquerizo. Hombre comprometi­do con las ideas de su tiempo, sin abandonar su cátedra ni la prolífica producción de libros, sobre los múltiples temas que el estudio del Derecho abarca, incursionó con amplio apoyo popular en la política y fue electo vicepresid­ente de la República. Tuve el honor de acompañarl­o en algunos tramos de su campaña y recorrer con él los por entonces todavía “polvorient­os caminos de la democracia”, que decía Raúl Clemente Huerta. En esos tiempos, el Ecuador era pobre pero seguro. Viajábamos sin guardaespa­ldas con la compañía de un añoso revólver. Había también seguridad jurídica, que la sonora voz, ronca de antiguo profesor, sabía defender con pasión y conocimien­to. Reciba mi homenaje su grata memoria.

Es bueno tener en la memoria, razones para el afecto y la gratitud’.

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