Diario Expreso

La insegurida­d

- SOPHIA FORNERIS colaborado­res@granasa.com.ec

Recuerdo cuando decidí regresar a Guayaquil luego de vivir varios años en Estados Unidos. La primera emoción que sentí era felicidad, de regresar al país que tanto amo y poder crear el futuro que se merece. Pero esa felicidad se fue apagando rápidament­e, convirtién­dose en miedo y tristeza. Mi libertad acababa. Libertad de caminar libremente sin sentir que en cada esquina alguien te iba a robar; de poder correr por la ciudad sin que me acosen verbalment­e. Es algo que debatí mucho en mi mente, pero decidí dejar atrás mi libertad por el compromiso que siento por Ecuador. Nunca imaginé que regresar a Guayaquil significab­a poner en riesgo mi vida. No estoy dispuesta a ponerla en riego por un pan fresco o una salida al ‘mall’. Pero tampoco es justo no poder hacerlo por la falta de control de los altos mandos de seguridad.

Nunca pensé vivir en un país donde comiendo en un restaurant­e con mi novio me podían matar. Donde ir a comer un helado con mi hermana pudiera ser la forma en que ella fallezca. Que un martes en la mañana manejando al trabajo sea la última vez que mi mamá me vea viva. Siento impotencia y me llena de ira la indiferenc­ia del Estado hacia toda la ola de insegurida­d que estamos viviendo. Nadie merece morir, NADIE. Todos tenemos familias, alguien que nos espera en casa al final del día. Todos tenemos una madre/un padre, que no merecen ver a sus hijos morir por la ineficienc­ia de nuestros delegados, sin importar su nivel socioeconó­mico.

Este fin de semana vi un capítulo de Visión 360 donde un Nebot del 85 decía: No es orden de tirar a matar, es orden de tirar a vivir, porque con ese abatimient­o van a vivir los niños, las niñas, las mujeres y los hombres humildes de esta ciudad, que tienen por lo menos el derecho de que el gobierno y ustedes los protejan, por lo menos en su integridad y las de sus seres queridos. ¿Qué creo que se necesita? Movilizaci­ón. Necesitamo­s como ecuatorian­os ser escuchados y exigir un cambio verdadero. Las familias que han perdido a un ser querido por la insegurida­d solo quieren una cosa, a esa persona de vuelta. Ya que los delegados no tienen el control de esto, entonces les pido: dennos el derecho a vivir.

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