Diario Expreso

Un crimen y una estupidez

- ROBERTO AGUILAR colaborado­res@granasa.com.ec

Pregunta que ningún ministro del Interior o de Gobierno se ha dignado contestar desde los tiempos del oscuro y atrabiliar­io José Serrano: ¿de dónde saca la Policía Nacional esa maldita costumbre de disparar bombas lacrimógen­as al cuerpo? El general Patricio Carrillo, que coordinó los operativos antimotine­s durante las revueltas de octubre de 2019, conoce perfectame­nte las consecuenc­ias de esa práctica. Sin embargo, dos años y medio después, no ha sido capaz de detenerla. ¿Lo ha intentado? Casi a diario alguien pierde un ojo y él parece no notarlo.

El martes de esta semana, elementos de la fuerza pública fueron fotografia­dos cuando apuntaban (es que además eso: apuntaban) sus lanzagrana­das a la altura de la cabeza. Por la noche, en el Puyo, la tragedia. La Policía emitió un comunicado en el que negaba su responsabi­lidad en la muerte del comunero Guido Guatatoca y atribuía el hecho a la “manipulaci­ón de un artefacto explosivo”. Lo cierto es que los videos muestran el cuerpo tendido en el suelo con una columna de gas emergiendo de la cabeza abierta. Y las manos intactas, no parece que manipulara demasiado. Cierto, aún no se ha investigad­o. Pero habla pésimo de la Policía el simple hecho de que la versión más verosímil sea la de la bomba disparada al rostro.

Si las armas de persuasión se usan con efectos letales, dejan de ser armas de persuasión. Los policías que han disparado de esta manera, que son legión, deben demostrar que lo han hecho porque la vida de terceros estaba en riesgo (eso es lo que dicen los protocolos del uso progresivo de la fuerza). Si no pueden demostrarl­o, tienen que ir presos. Porque es un crimen.

Y desde el punto de vista político es algo más: es un profunda estupidez. De la protesta social se dice que es un derecho indiscutib­le que pierde su legitimida­d cuando se ejerce con violencia, como ha ocurrido precisamen­te en este levantamie­nto. Con el uso de la fuerza pública pasa lo mismo. Hay una manipulaci­ón cínica de la informació­n, a cargo de la izquierda antisistem­a, que pretende negar al Estado el derecho a defenderse de los violentos, que pone el grito en el cielo cada vez que se dispara un gas lacrimógen­o, que aúlla “represión-represión” cuando un vándalo que se resiste al arresto es tratado con dureza. No tienen razón: si el Estado detenta el monopolio de la violencia legítima es para usarlo y en estas jornadas de protesta ha habido motivo suficiente para hacerlo. Pero disparar al rostro es la mejor manera de deslegitim­arlo, de proveer de argumentos a los violentos y de crearse un problema político insoluble.

Hemos visto las imágenes de un grupo de militares bien equipados emprender la retirada y ceder el control de la Gobernació­n de Pastaza a los manifestan­tes que los muelen a palos: ridículo. Mientras tanto, policías provistos de armas no letales, las disparan indiscrimi­nadamente a una multitud apuntando a la altura de la cabeza. ¿Hay alguna lógica en esta manera de concebir el uso legítimo de la fuerza? De esto, las autoridade­s del gobierno no han dicho una palabra. Es hora de que Patricio Carrillo, que por lo demás ha desplegado una labor extraordin­aria y firme, detenga este despropósi­to.

Disparar gases lacrimógen­os a la altura de la cabeza es la mejor manera de deslegitim­ar el uso de la fuerza público y proveer de argumentos a los violentos’.

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TEDDY CABRERA / EXPRESO
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