Diario Expreso

El principio del fin de un TONTO ÚTIL

Sí, hay un infiltrado en la Conaie, causante de todos los excesos de terror y de violencia. Su nombre: Leonidas Iza

- ROBERTO AGUILAR aguilarr@granasa.com.ec ■ QUITO

Proverbial retorcimie­nto correísta: quieren jugar sucio sin mancharse las manos; ejecutar una conspiraci­ón sin arrugarse el traje; tumbar al presidente de la República sin perder su supuesta compostura de demócratas. Juran que su intento de destituir a Guillermo Lasso no clasifica como golpe de Estado porque se resuelve, en último término, con un procedimie­nto previsto en la Constituci­ón. No se hacen cargo de la primera parte: la “grave crisis política y conmoción interna” que los faculta a activar el proceso de destitució­n en la Asamblea y de la que no son ajenos. En la creación de esa “grave crisis política y conmoción interna” han trabajado ellos activament­e desde el primer día. El propio coordinado­r nacional de Pachakutik, Marlon Santi, los puso en evidencia, por si hiciera falta: “No queremos ninguna provocació­n dentro de nuestros organismos que están movilizado­s -dijo la noche del viernes-. Por lo tanto pido, señor Correa, retire a su gente de nuestras filas”. En otras palabras: deje de incendiar las calles.

Sin duda es una forma de lavarse las manos y evadir las propias responsabi­lidades por parte del movimiento indígena. Pero se ajusta perfectame­nte al perfil del correísmo: el único partido que entrenó civiles para la lucha urbana, organizó comités revolucion­arios para restarle gobernabil­idad a sus sucesores y financió piquetes lumpemprol­etarios cada vez que le hicieron falta. Es obvio que un tipo como Leonidas Iza resultara perfectame­nte funcional en ese esquema. Nadie ha olvidado octubre de 2019, cuando el agitador amnistiado Virgilio Hernández pedía con vehemencia más puntos de conflicto en la ciudad para que la fuerza pública tuviera que multiplica­rse y perdiera el control de la situación. Todo lo cual ya había sido descrito hasta el detalle por Ricardo Patiño en las charlas de formación política que impartía a sus bases; de esto hay un video famoso cuya publicació­n precipitó su fuga a México, antes de que lo acusaran del delito de incitar a la rebelión, del que se sentía culpable.

Todo se reduce a una fórmula muy simple: provocar una amenaza que justifique la intervenci­ón del órgano legislativ­o. Con un mínimo de cultura política (lo cual es pedir demasiado para gente como Marcela Holguín o Roberto Cuero, Pamela Aguirre o Ronny Aleaga, Paola Cabezas o Cristóbal Lloret) es fácil reconocer aquí no solo el procedimie­nto de un golpe de Estado parlamenta­rio en toda regla sino su prototipo: el celebérrim­o 18 Brumario de Napoleón Bonaparte, modelo de caudillos. Golpe constituci­onal, sí, pero golpe al fin, el 18 Brumario se caracteriz­a por su apariencia de legalidad y su puntilloso apego al procedimie­nto parlamenta­rio. Es exactament­e lo que pretenden los correístas en este caso. Solo que el Napoleón de esta historia, Leonidas Iza, cabecilla de la revuelta, es el tonto útil de los conjurados.

Iza quiere tumbar al gobierno, a este o al que sea. Cuenta para ello con la capacidad de movilizaci­ón de la Conaie, que él preside, en la que resulta fácil infiltrar la capacidad para crear el caos de la izquierda antisistem­a, con la que se identifica: comités

de la revolución correísta, grupos guevarista­s universita­rios, jóvenes urbanos lumpemprol­etarios, mariategui­stas con fuertes lazos en el movimiento indígena, talibanes promotores de las guardias comunitari­as armadas… La

Conaie, el tradiciona­l movimiento indígena que el país conoce, con sus reivindica­ciones históricas y su voluntad de integració­n al Estado plurinacio­nal expresada en la existencia de un brazo político, Pachakutik, a través del cual participa de la institucio­nalidad democrátic­a, es apenas el envase portador de esa sorpresa. El alma de la revuelta (y su coartada al mismo tiempo) son los infiltrado­s, que comparten con Iza su reivindica­ción de la violencia como mecanismo legítimo de cambio, su proyecto de echar abajo la democracia para instaurar alguna forma de dictadura de los oprimidos y su explosivo coctel de resentimie­nto ancestral con ideología marxista de manual de bolsillo. Eso explica las diferencia­s entre Iza y buena parte de la dirigencia de la Conaie y Pachakutik. Explica, también, el interés estratégic­o de Iza por ampliar las bases del movimiento indígena hacia las ciudades, territorio natural de la izquierda antisistem­a, con la esperanza de moldear una Conaie a su imagen y semejanza. Explica, finalmente, su matrimonio por convenienc­ia con el correísmo, que tiene en esa izquierda antisistem­a a buena parte de su electorado cautivo. Se puede aceptar como verdadera la explicació­n de que la violencia de la revuelta ha sido causada por infiltrado­s, a condición de considerar a Leonidas Iza como el máximo representa­nte de ellos.

Durante doce días, Iza mantuvo al gobierno bajo secuestro, caotizando el país con un despliegue de terror y violencia a gran escala, mientras agitaba el falso señuelo del diálogo como mecanismo de conciliaci­ón. Con el golpe de Estado en mente, nunca se planteó ni remotament­e dialogar con nadie: su pliego de peticiones era inabordabl­e; sus condicione­s para sentarse a la mesa, inaceptabl­es; hasta en su manera de concebir el diálogo no pretendía otra cosa que dinamitarl­o: “diálogo con resultados”, pedía, es decir que solo se sentaría a dialogar si el Gobierno aceptaba, previament­e, todas sus demandas. Exigió la entrega de la Casa de la Cultura con el cuento de la “democracia comunitari­a” del mundo indígena, que solo se podía ejercer, dijo, en una “asamblea de los pueblos” en el teatro Ágora. Con la condición de que cesara la violencia y levantara el bloqueo que impedía el ingreso de alimentos en las ciudades, el Gobierno se la cedió.

Y en la tarde y noche de ese mismo día, los violentos la usaron como cabeza de puente para intentar la toma de la Asamblea y la Contralorí­a, mientras un convoy de camiones militares era asaltado a sangre y fuego al norte de Quito. Este brutal abuso de la confianza pública fue el principio de su fin. El Gobierno nomás esperó a que se desarrolla­ra ese supuesto ejercicio de democracia comunitari­a, que fue en realidad una catarsis de la aclamación en la que todo estaba decidido de antemano, y pasó a la ofensiva. Por primera vez, desde 2019, Leonidas Iza fue visto en el Gobierno como lo que es: un problema policial.

En la lógica del golpe parlamenta­rio, el presidente de la Conaie es el hombre de guerra incapaz de moverse en el terreno de la legalidad. Una vez activado el procedimie­nto constituci­onal de destitució­n presidenci­al, no tiene papel alguno que cumplir. Expulsado del paraíso, es decir, desalojado de la Casa de la Cultura, parecía que la dirigencia de Pachakutik se alejó de él cuando decidió tomar distancias de Correa. Todavía la noche del viernes pataleaba y lanzaba consignas mientras los indígenas que lo habían acompañado durante doce inútiles días iniciaban el regreso a sus comunidade­s.

CONSPIRACI­ÓN

Todo se reduce a una fórmula simple: provocar una amenaza que justifique la intervenci­ón del órgano Legislativ­o. Tiene apariencia legal y, sí, es un golpe de Estado.

LOS GOLPISTAS

La Conaie es solo el envase. El contenido de la revuelta es la izquierda antisistem­a, defensora de la violencia, enemiga de la democracia, resentida y vagamente marxista.

 ?? GUSTAVO GUAMAN / EXPRESO ?? Retirada. Una vez que el Gobierno tomó la decisión, a la fuerza pública le tomó media hora desalojar la Casa de la Cultura y el parque de El Arbolito.
GUSTAVO GUAMAN / EXPRESO Retirada. Una vez que el Gobierno tomó la decisión, a la fuerza pública le tomó media hora desalojar la Casa de la Cultura y el parque de El Arbolito.

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