El principio del fin de un TONTO ÚTIL
Sí, hay un infiltrado en la Conaie, causante de todos los excesos de terror y de violencia. Su nombre: Leonidas Iza
Proverbial retorcimiento correísta: quieren jugar sucio sin mancharse las manos; ejecutar una conspiración sin arrugarse el traje; tumbar al presidente de la República sin perder su supuesta compostura de demócratas. Juran que su intento de destituir a Guillermo Lasso no clasifica como golpe de Estado porque se resuelve, en último término, con un procedimiento previsto en la Constitución. No se hacen cargo de la primera parte: la “grave crisis política y conmoción interna” que los faculta a activar el proceso de destitución en la Asamblea y de la que no son ajenos. En la creación de esa “grave crisis política y conmoción interna” han trabajado ellos activamente desde el primer día. El propio coordinador nacional de Pachakutik, Marlon Santi, los puso en evidencia, por si hiciera falta: “No queremos ninguna provocación dentro de nuestros organismos que están movilizados -dijo la noche del viernes-. Por lo tanto pido, señor Correa, retire a su gente de nuestras filas”. En otras palabras: deje de incendiar las calles.
Sin duda es una forma de lavarse las manos y evadir las propias responsabilidades por parte del movimiento indígena. Pero se ajusta perfectamente al perfil del correísmo: el único partido que entrenó civiles para la lucha urbana, organizó comités revolucionarios para restarle gobernabilidad a sus sucesores y financió piquetes lumpemproletarios cada vez que le hicieron falta. Es obvio que un tipo como Leonidas Iza resultara perfectamente funcional en ese esquema. Nadie ha olvidado octubre de 2019, cuando el agitador amnistiado Virgilio Hernández pedía con vehemencia más puntos de conflicto en la ciudad para que la fuerza pública tuviera que multiplicarse y perdiera el control de la situación. Todo lo cual ya había sido descrito hasta el detalle por Ricardo Patiño en las charlas de formación política que impartía a sus bases; de esto hay un video famoso cuya publicación precipitó su fuga a México, antes de que lo acusaran del delito de incitar a la rebelión, del que se sentía culpable.
Todo se reduce a una fórmula muy simple: provocar una amenaza que justifique la intervención del órgano legislativo. Con un mínimo de cultura política (lo cual es pedir demasiado para gente como Marcela Holguín o Roberto Cuero, Pamela Aguirre o Ronny Aleaga, Paola Cabezas o Cristóbal Lloret) es fácil reconocer aquí no solo el procedimiento de un golpe de Estado parlamentario en toda regla sino su prototipo: el celebérrimo 18 Brumario de Napoleón Bonaparte, modelo de caudillos. Golpe constitucional, sí, pero golpe al fin, el 18 Brumario se caracteriza por su apariencia de legalidad y su puntilloso apego al procedimiento parlamentario. Es exactamente lo que pretenden los correístas en este caso. Solo que el Napoleón de esta historia, Leonidas Iza, cabecilla de la revuelta, es el tonto útil de los conjurados.
Iza quiere tumbar al gobierno, a este o al que sea. Cuenta para ello con la capacidad de movilización de la Conaie, que él preside, en la que resulta fácil infiltrar la capacidad para crear el caos de la izquierda antisistema, con la que se identifica: comités
de la revolución correísta, grupos guevaristas universitarios, jóvenes urbanos lumpemproletarios, mariateguistas con fuertes lazos en el movimiento indígena, talibanes promotores de las guardias comunitarias armadas… La
Conaie, el tradicional movimiento indígena que el país conoce, con sus reivindicaciones históricas y su voluntad de integración al Estado plurinacional expresada en la existencia de un brazo político, Pachakutik, a través del cual participa de la institucionalidad democrática, es apenas el envase portador de esa sorpresa. El alma de la revuelta (y su coartada al mismo tiempo) son los infiltrados, que comparten con Iza su reivindicación de la violencia como mecanismo legítimo de cambio, su proyecto de echar abajo la democracia para instaurar alguna forma de dictadura de los oprimidos y su explosivo coctel de resentimiento ancestral con ideología marxista de manual de bolsillo. Eso explica las diferencias entre Iza y buena parte de la dirigencia de la Conaie y Pachakutik. Explica, también, el interés estratégico de Iza por ampliar las bases del movimiento indígena hacia las ciudades, territorio natural de la izquierda antisistema, con la esperanza de moldear una Conaie a su imagen y semejanza. Explica, finalmente, su matrimonio por conveniencia con el correísmo, que tiene en esa izquierda antisistema a buena parte de su electorado cautivo. Se puede aceptar como verdadera la explicación de que la violencia de la revuelta ha sido causada por infiltrados, a condición de considerar a Leonidas Iza como el máximo representante de ellos.
Durante doce días, Iza mantuvo al gobierno bajo secuestro, caotizando el país con un despliegue de terror y violencia a gran escala, mientras agitaba el falso señuelo del diálogo como mecanismo de conciliación. Con el golpe de Estado en mente, nunca se planteó ni remotamente dialogar con nadie: su pliego de peticiones era inabordable; sus condiciones para sentarse a la mesa, inaceptables; hasta en su manera de concebir el diálogo no pretendía otra cosa que dinamitarlo: “diálogo con resultados”, pedía, es decir que solo se sentaría a dialogar si el Gobierno aceptaba, previamente, todas sus demandas. Exigió la entrega de la Casa de la Cultura con el cuento de la “democracia comunitaria” del mundo indígena, que solo se podía ejercer, dijo, en una “asamblea de los pueblos” en el teatro Ágora. Con la condición de que cesara la violencia y levantara el bloqueo que impedía el ingreso de alimentos en las ciudades, el Gobierno se la cedió.
Y en la tarde y noche de ese mismo día, los violentos la usaron como cabeza de puente para intentar la toma de la Asamblea y la Contraloría, mientras un convoy de camiones militares era asaltado a sangre y fuego al norte de Quito. Este brutal abuso de la confianza pública fue el principio de su fin. El Gobierno nomás esperó a que se desarrollara ese supuesto ejercicio de democracia comunitaria, que fue en realidad una catarsis de la aclamación en la que todo estaba decidido de antemano, y pasó a la ofensiva. Por primera vez, desde 2019, Leonidas Iza fue visto en el Gobierno como lo que es: un problema policial.
En la lógica del golpe parlamentario, el presidente de la Conaie es el hombre de guerra incapaz de moverse en el terreno de la legalidad. Una vez activado el procedimiento constitucional de destitución presidencial, no tiene papel alguno que cumplir. Expulsado del paraíso, es decir, desalojado de la Casa de la Cultura, parecía que la dirigencia de Pachakutik se alejó de él cuando decidió tomar distancias de Correa. Todavía la noche del viernes pataleaba y lanzaba consignas mientras los indígenas que lo habían acompañado durante doce inútiles días iniciaban el regreso a sus comunidades.
CONSPIRACIÓN
Todo se reduce a una fórmula simple: provocar una amenaza que justifique la intervención del órgano Legislativo. Tiene apariencia legal y, sí, es un golpe de Estado.
LOS GOLPISTAS
La Conaie es solo el envase. El contenido de la revuelta es la izquierda antisistema, defensora de la violencia, enemiga de la democracia, resentida y vagamente marxista.