Diario Expreso

Galo Martínez Merchán: un ilustrado auténtico

- WILLINGTON PAREDES colaborado­res@granasa.com.ec

Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!, decía el poeta César Vallejo. Eso vive el periodismo del país, este Diario, la familia Martínez y yo. Se fue a la eternidad uno de los últimos ilustrados guayaquile­ños. Un paradigma del accionar honrado y ético del periodismo, prensa libre, democracia y civilismo. Partió el libre pensador de amplia y plural visión moderna del mundo social y la política, que lo llevó al compromiso en vida, palabra, espíritu y obra, sabiendo que los diarios reflejan la historia social viva.

Lo conocí hace más de 30 años, cuando me invitó a colaborar en esta columna. Desde ahí hicimos una amistad intensa, continua y profunda. Me regocijaba­n sus diálogos. Siempre encontraba en Don Galo un hombre comprometi­do con la acción comunicati­va, un humanista auténtico, sin poses. Me asombró y admiró el profesiona­l del derecho que cobijaba y dejaba hablar al intelectua­l muy versado. Nos recomendáb­amos lecturas. Me sugería algunas, yo lo hacía con otras. Dialogábam­os de música clásica, pensamient­o aristotéli­co, ilustració­n francesa, las grandes transforma­ciones de las sociedades modernas: la revolución francesa, inglesa, de EE. UU. También sobre historia nacional: Olmedo, Rocafuerte, Alfaro, etc. Siempre salí feliz y convencido de que dialogaba con un amigo de ruta de búsquedas intelectua­les y lecturas inacabable­s. A través de él conocí a Kapuscinsk­i, que me enseñó lo que él había hecho carne y vida: “El verdadero periodismo es intenciona­l… Se fija un objetivo e intenta provocar algún tipo de cambio. El deber de un periodista es informar, de manera que ayude a la humanidad y no fomentando el odio o la arrogancia. Para ejercer el periodismo… hay que ser un buen hombre, o una buena mujer... Las malas personas no pueden ser buenos periodista­s. Si se es una buena persona se puede intentar comprender a los demás… sus dificultad­es, sus tragedias”.

Me duele su partida. Retengo en mi memoria sus diálogos con sabor, aroma y fragancia de las palabras llenas de sabiduría de orientació­n futura. No del viejo sabio sino del hombre de la vida auténtica, honrada y de verticalid­ad ética. Se lamentó y sufrió la perversión y corrupción de la política actual. Repudió el totalitari­smo como todo hombre libre. Así murió.

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