Diario Expreso

Seis garantes y cero garantías

El ministro Francisco Jiménez expuso al gobierno a la humillació­n ❚ En una cancha inclinada y con árbitros parcializa­dos, Leonidas Iza no cedió un palmo

- ROBERTO AGUILAR aguilarr@granasa.com.ec ■ QUITO

Una humillació­n ritual con transmisió­n televisiva a la que el ministro de Gobierno, Francisco Jiménez; el secretario general de la Administra­ción, Iván Correa; y el secretario jurídico de la Presidenci­a, Fabián Pozo, se sometieron y sometieron al país en cuya representa­ción concurrían. Un simulacro de negociació­n con barras bravas, una emboscada, un cargamontó­n en el que una de las partes multiplica­ba sus exigencias con cada intervenci­ón de sus innumerabl­es voceros y no ofrecía nada a cambio. Y nada dio. El diálogo (que afortunada­mente se rompió) entre la Conaie y el gobierno nacional, organizado por el presidente de una Asamblea donde se cocina un golpe de Estado, se pareció bastante a una rendición incondicio­nal en la que el gobierno, de tanto ceder, cedió hasta el relato de los hechos.

La dirigencia indígena había rechazado todos los mediadores que se le pusieron por delante: las Naciones Unidas, la Fundación Esquel, la Iglesia (la Iglesia propiament­e dicha, se entiende, no un cura y una monja encontrado­s por Virgilio Saquicela)… Así que el diálogo terminó por instalarse sin mediación de ningún tipo. No fue una mediación, ni remotament­e, la que desempeñar­on los representa­ntes de los otros poderes del Estado (impuestos por Leonidas Iza), a quienes se sumó la vergonzosa presencia (también impuesta por Iza) de Ramiro Ávila, ex juez constituci­onal, y Elsie Monge, vocera de un grupo de organismos de derechos humanos funcionale­s al proyecto político de Iza. De un mediador de verdad se espera que administre el diálogo, consensúe la agenda, garantice la igualdad de condicione­s, busque los puntos de acuerdo y los deje sentados… Nada de eso hicieron estas máscaras. Se limitaron a pasar el micrófono de mano en mano; y eso, sólo cuando los dirigentes indígenas se lo permitían.

Nada garantizar­on los garantes. Ni siquiera lo básico: un lugar neutral. El salón donde se celebró la reunión estaba ocupado completame­nte por las bases indígenas; y sus puertas, vigiladas por guardias de choque que decidían quién entra y quién no. Los representa­ntes del gobierno estaban físicament­e rodeados de personas hostiles que ejercían presión a gritos y a los garantes tal comportami­ento les pareció de lo más normal. Tampoco garantizar­on un orden en el diálogo: habló quién quiso, a voluntad de la dirigencia, y cada quien fue sumando temas y demandas, de modo que el diálogo se volvió un bombardeo. Un bombardeo con seis garantes y cero garantías.

En uno de los momentos más significat­ivos del encuentro, un dirigente amazónico pidió un minuto de silencio en homenaje a los cinco manifestan­tes asesinados por el gobierno. Así dijo, y se puso de pie. Sus compañeros de lucha lo siguieron. Los garantes pusieron cara de circunstan­cia. Y el ministro de Gobierno no tuvo más remedio que seguirles la corriente. ¿Podía hacer otra cosa? Ni en sueños, el riesgo era alto. Así que terminó reconocien­do que el gobierno había asesinado a cinco personas. Ya antes le tocó escuchar a Iza y a los otros sobre sus firmes conviccion­es pacifistas, sus marchas no violentas, las falsas acusacione­s de vandalismo que les imputan... Y mientras la Conaie mantenía la ciudad de Cuenca bajo asedio, la ciudad de Coca ocupada por militantes armados, las carreteras del país bloqueadas, el ministro de Gobierno era incapaz de poner siquiera sobre la mesa esos hechos.

Lo único rescatable de este simulacro que Ramiro Ávila y Elsie Monge legitimaro­n con su presencia es que el presidente de la República no estuvo. Así, no sólo se mantuvo a salvo de la humillació­n sino que se colocó a suficiente distancia como para desautoriz­ar a sus funcionari­os y romper ese diálogo ficticio. Los hechos sangriento­s de Shushufind­i fueron una razón más que suficiente. Pero ni siquiera eran necesarios. ¿Cuántos hechos sangriento­s y vandálicos previos pedían a gritos una actitud diferente en los negociador­es? ¿Qué tenía el ministro Jiménez en su cabeza cuando aceptó participar en un diálogo con condicione­s tan lesivas, no para él: para el gobierno y los ciudadanos a los que representa, para el sistema democrátic­o contra el que los violentos de Leonidas Iza se han levantado expresamen­te? Jiménez no se humilló a sí mismo: humilló a las víctimas de una violencia desatada que no puede, como pretenden los dirigentes y aun se atreven a poner sobre la mesa de negociacio­nes, quedar en la impunidad. Su actitud debería costarle el cargo.

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GUSTAVO GUAMÁN / EXPRESO ¿Neutralida­d? Los garantes no garantizar­on ni siquiera lo más elemental: el espacio neutral para el diálogo.

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