Seis garantes y cero garantías
El ministro Francisco Jiménez expuso al gobierno a la humillación ❚ En una cancha inclinada y con árbitros parcializados, Leonidas Iza no cedió un palmo
Una humillación ritual con transmisión televisiva a la que el ministro de Gobierno, Francisco Jiménez; el secretario general de la Administración, Iván Correa; y el secretario jurídico de la Presidencia, Fabián Pozo, se sometieron y sometieron al país en cuya representación concurrían. Un simulacro de negociación con barras bravas, una emboscada, un cargamontón en el que una de las partes multiplicaba sus exigencias con cada intervención de sus innumerables voceros y no ofrecía nada a cambio. Y nada dio. El diálogo (que afortunadamente se rompió) entre la Conaie y el gobierno nacional, organizado por el presidente de una Asamblea donde se cocina un golpe de Estado, se pareció bastante a una rendición incondicional en la que el gobierno, de tanto ceder, cedió hasta el relato de los hechos.
La dirigencia indígena había rechazado todos los mediadores que se le pusieron por delante: las Naciones Unidas, la Fundación Esquel, la Iglesia (la Iglesia propiamente dicha, se entiende, no un cura y una monja encontrados por Virgilio Saquicela)… Así que el diálogo terminó por instalarse sin mediación de ningún tipo. No fue una mediación, ni remotamente, la que desempeñaron los representantes de los otros poderes del Estado (impuestos por Leonidas Iza), a quienes se sumó la vergonzosa presencia (también impuesta por Iza) de Ramiro Ávila, ex juez constitucional, y Elsie Monge, vocera de un grupo de organismos de derechos humanos funcionales al proyecto político de Iza. De un mediador de verdad se espera que administre el diálogo, consensúe la agenda, garantice la igualdad de condiciones, busque los puntos de acuerdo y los deje sentados… Nada de eso hicieron estas máscaras. Se limitaron a pasar el micrófono de mano en mano; y eso, sólo cuando los dirigentes indígenas se lo permitían.
Nada garantizaron los garantes. Ni siquiera lo básico: un lugar neutral. El salón donde se celebró la reunión estaba ocupado completamente por las bases indígenas; y sus puertas, vigiladas por guardias de choque que decidían quién entra y quién no. Los representantes del gobierno estaban físicamente rodeados de personas hostiles que ejercían presión a gritos y a los garantes tal comportamiento les pareció de lo más normal. Tampoco garantizaron un orden en el diálogo: habló quién quiso, a voluntad de la dirigencia, y cada quien fue sumando temas y demandas, de modo que el diálogo se volvió un bombardeo. Un bombardeo con seis garantes y cero garantías.
En uno de los momentos más significativos del encuentro, un dirigente amazónico pidió un minuto de silencio en homenaje a los cinco manifestantes asesinados por el gobierno. Así dijo, y se puso de pie. Sus compañeros de lucha lo siguieron. Los garantes pusieron cara de circunstancia. Y el ministro de Gobierno no tuvo más remedio que seguirles la corriente. ¿Podía hacer otra cosa? Ni en sueños, el riesgo era alto. Así que terminó reconociendo que el gobierno había asesinado a cinco personas. Ya antes le tocó escuchar a Iza y a los otros sobre sus firmes convicciones pacifistas, sus marchas no violentas, las falsas acusaciones de vandalismo que les imputan... Y mientras la Conaie mantenía la ciudad de Cuenca bajo asedio, la ciudad de Coca ocupada por militantes armados, las carreteras del país bloqueadas, el ministro de Gobierno era incapaz de poner siquiera sobre la mesa esos hechos.
Lo único rescatable de este simulacro que Ramiro Ávila y Elsie Monge legitimaron con su presencia es que el presidente de la República no estuvo. Así, no sólo se mantuvo a salvo de la humillación sino que se colocó a suficiente distancia como para desautorizar a sus funcionarios y romper ese diálogo ficticio. Los hechos sangrientos de Shushufindi fueron una razón más que suficiente. Pero ni siquiera eran necesarios. ¿Cuántos hechos sangrientos y vandálicos previos pedían a gritos una actitud diferente en los negociadores? ¿Qué tenía el ministro Jiménez en su cabeza cuando aceptó participar en un diálogo con condiciones tan lesivas, no para él: para el gobierno y los ciudadanos a los que representa, para el sistema democrático contra el que los violentos de Leonidas Iza se han levantado expresamente? Jiménez no se humilló a sí mismo: humilló a las víctimas de una violencia desatada que no puede, como pretenden los dirigentes y aun se atreven a poner sobre la mesa de negociaciones, quedar en la impunidad. Su actitud debería costarle el cargo.