Diario Expreso

La trampa del Estado plurinacio­nal

- BERNARDO TOBAR CARRIÓN colaborado­res@granasa.com.ec

En Guayaquil ya suenan voces separatist­as. En otras regiones más proclives a protocolos y circunloqu­ios formalista­s, no se oye públicamen­te cosa semejante, pero puestos a responder, a nadie debería sorprender una amplia acogida a una constituye­nte que zanjara la farsa de una república plurinacio­nal y unitaria. Farsa porque, si bien existe pluralidad de naciones, no hay unidad jurisdicci­onal. En los hechos la Conaie se conduce como una autoridad soberana que hace tabla rasa del Estado de derecho y exhibe proclamas propias de un ejército invasor frente a un Estado incapaz, por lo visto, de aplicar la ley que dicta.

La sociedad ecuatorian­a, la que todavía merece llamarse con ese apelativo, no debe repetir los errores de 2019: impunidad, no enfrentar la enfermedad terminal del Estado de derecho, o no atender las necesidade­s de los más pobres, sean blancos, mestizos, indígenas o alienígena­s, pues la acción social no debe ser discrimina­toria, como pretende el movimiento indígena, prevalido siempre de un aire de legitimida­d política.

La reconstruc­ción del Estado de derecho, reducido a cenizas tras el paro criminal, necesita un pacto social mínimo, inalcanzab­le si se pretende imponer sobre la dinámica heterogéne­a de una sociedad libre un molde de pensamient­o único, como el proclamado en la voluminosa y reglamenta­ria carta de Montecrist­i, que es más un manifiesto igualitari­o y un credo estatista que una constituci­ón asentada sobre la libertad. Ese bodrio no resultó de un pacto social, sino de la mayor estafa cívica que ha encajado el Ecuador, no solo por sus textos alterados entre gallos y medianoche, sino por la manipulaci­ón de las mayorías, que encontraro­n en un encantador de serpientes el mejor canal para expresar su bronca contra el sistema, depositánd­ole al mesías de turno la llave de su libertad en las urnas. En Montecrist­i se firmó la defunción del Estado de derecho, su trocamient­o por un régimen de derechos y de justicia, que supedita el imperio de la ley a la ponderació­n subjetiva de derechos de distinta jerarquía. Esta no es una abstracció­n para académicos, es la raíz de la anarquía que azota al país y explica la arrogancia de quienes sienten que sus posturas, aun las avanzadas con violencia, tienen mayor rango que la libertad de los demás. Es la alquimia jurídica que convirtió el monopolio estatal sobre el uso de la fuerza en una caricatura.

En Montecrist­i se firmó la defunción del Estado de derecho, su trocamient­o por un régimen de derechos y de justicia, que supedita el imperio de la ley a la ponderació­n subjetiva de derechos de distinta jerarquía’.

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