Diario Expreso

CHIAPAS: UNA BALA en medio de los pulmones

Conflictos agrarios, disputas políticas y crimen organizado mantienen a la población indígena mexicana, atrapada en la violencia y la impunidad

- DAVID MARCIAL PÉREZ EL PAÍS ■ ESPECIAL PARA EXPRESO ■

La bala quedó casi justo en medio de los pulmones. Lo suficiente­mente cerca de la espina dorsal como para que los médicos no se atrevan todavía a sacarla, y lo suficiente­mente dentro del pulmón izquierdo como para dejar a Miguel postrado en la cama. Lo cuenta su hermano, Marcos, sujetando con la mano la radiografí­a donde se ve la mancha blanca del proyectil entre las sombras de las costillas. Sucedió hace un par de meses, cuando salían con la camioneta a trabajar recogiendo café. “Nos tiraron bastante bala. Tienen odio hacia nosotros”, recuerda Marcos, de 36 años, quien no quiere dar el apellido de su familia por miedo.

Marcos está sentado junto a su esposa en la entrada de su casa en Tabac, una comunidad tzotzil de apenas 200 habitantes en Los Altos, la zona serrana e indígena del centro de Chiapas. De las paredes de hormigón, levantadas por ellos mismos, cuelgan cuatro ristras de chiles secos y el techo de lámina tiene dos parches de plástico amarrados con clavos. Son para tapar más balas que cayeron estos meses sobre la casa.

Los disparos vienen del pueblo de un poco más arriba en el cerro, Santa Marta, que mantiene con los vecinos de abajo un conflicto que se pierde en el tiempo por 60 hectáreas de terreno que ambos reclaman como suyo. “Últimament­e son bien por la noche. Estamos en la cama y se escuchan. A veces pegan en la pared o en el techo. Por eso ponemos los parches”, explica Marcos señalando el tejado.

Las organizaci­ones de derechos humanos denuncian el abandono institucio­nal para un conflicto que ya se ha cobrado al menos siete muertos y 26 heridos. Solo el año pasado las organizaci­ones registraro­n 1.468 ataques armados en Tabac y en otras 11 comunidade­s del municipio de Aldama, colindante­s con los terrenos en disputa. Unas tierras sin apenas valor económico, como el resto de la sierra. Los campesinos viven de la lana del borrego negro y los cultivos de milpa y café.

Los Altos son una de las zonas más pobres de Chiapas, donde ya de por sí más de la tercera parte de la población no tiene para cubrir las necesidade­s básicas. Antes de salir otra vez a los cafetales, Marcos explica el porqué de tanta saña por un puñado de hectáreas: “No es por dinero. Es por orgullo. Nos quieren expulsar de la tierra de nuestros tatarabuel­os y el Gobierno no hace nada”.

Para llegar a Tabac hay que subir primero desde San Cristóbal de las Casas, la capital de la región, clavada en un valle de pinos y encinas. Son apenas 40 kilómetros pero el estado de las caminos en pendiente, una triturador­a de piedras, ramas y tierra, convierte a las comunidade­s de la zona en una ratonera con pocas salidas. Cuando llueve apenas se pueden mover de sus casas. En estos pueblos, regidos por los usos y costumbres indígenas, la policía municipal tiene como única arma una porra y para llegar a aquí arriba tardan más de 40 minutos.

El conflicto ha escalado a la Comisión Interameri­cana de Derechos Humanos (CIDH), que a finales de mes visitará la zona. Uno de los objetivos es comprobar el cumplimien­to de los acuerdos de paz alcanzados hace un par de años con la mediación del Gobierno mexicano. Las organizaci­ones civiles tienen más preguntas que respuestas, que desde luego, van más allá de una riña entre vecinos pobres: ¿Quiénes son exactament­e los grupos que están disparando? ¿De dónde salen las armas? ¿Quién les está financiand­o? ¿Qué grupos de poder controlan la zona?

El 22 de marzo de 1997, un escuadrón paramilita­r entró en una iglesia y asesinó a sangre fría a 45 personas, entre ellos 18 niños y cuatro mujeres. Fue en Acteal, otro de los pueblos de Los Altos, a poco más de una hora de las aldeas de Aldama donde hoy llueven las balas. La matanza de Acteal, dirigida contra la organizaci­ón indígena de derechos humanos Las Abejas, es uno de los episodios más oscuros de aquella época convulsa en México. El monolítico PRI comenzaba a resquebraj­arse, el Ejército Zapatista se había levantado en armas tres años antes en San Cristóbal y los grupos de contrainsu­rgencia empezaron a aflorar por la sierra.

El gobierno priista de Ernesto Zedillo, el último antes de la apertura democrátic­a, siempre negó cualquier vinculació­n pero el caso, que se cerró en falso con la fabricació­n de culpables, como demostró años después la Justicia, se cobró tanto a su secretario de gobernació­n como al gobernador de Chiapas. Hace dos años, el gobierno de Andrés Manuel López Obrador entonó el mea culpa de parte del Estado y reconoció que los asesinos fueron “grupos paramilita­res con la complacenc­ia de las autoridade­s”.

Las organizaci­ones que llevan años trabajando sobre el terreno consideran que la herencia de la matanza de Acteal aún no está enterrada.

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EL PAÍS Problema. Una mujer corta la leña en los campos del municipio de Aldama, Chiapas.

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