Diario Expreso

Absurdo, abusivo y cavernícol­a

- ALFONSO ALBÁN ESPÍN

Intento encontrar los adjetivos más precisos para calificar las reformas al Reglamento del Proceso de Reclutamie­nto y Selección de Postulante­s a Aspirantes a Servidores Policiales, el cual ahora establece, entre otros requisitos, la prohibició­n de tener tatuajes para quienes quieren incorporar­se a las filas policiales. ¿Es absurdo? Sí. El entonces ministro del Interior, Juan Zapata, cuando firmó los cambios, seguro imaginó que era la mejor idea. Que descubrió al fin cómo cerrar la puerta de la institució­n policial a todos los delincuent­es, sicarios y narcotrafi­cantes. Claro, como todos están tatuados. ¡Qué brillante!

Lo que no se le ocurrió, ni a ninguno de sus asesores, es que no todos los delincuent­es tienen tatuajes y no todos los que tienen tatuajes son delincuent­es. Pura lógica. Y ya que ponen en práctica la estigmatiz­ación por estereotip­os como política, entonces no sería errado decir que todos los políticos son corruptos por el simple hecho de ser políticos. Obvio que sería un error meter a todos en el mismo saco. Hay, y muchos, malos políticos y funcionari­os públicos, pero las excepcione­s nos obligan a no generaliza­r, cosa que no hizo el Ministerio del Interior.

¿Abusivo? Por supuesto. Nadie le advirtió a Zapata que el artículo 11 numeral 2 de la Constituci­ón prohíbe la discrimina­ción de todo tipo y que la ley sancionará sus formas, una base legal sólida para demandar la inconstitu­cionalidad.

¿Cavernícol­a? Claro que sí. Desnuda el pensamient­o arcaico de quienes aprobaron las reformas y de quienes las mantienen vigentes. Si el objetivo es “evitar que personas que hayan pertenecid­o o pertenezca­n a estas organizaci­ones terrorista­s ingresen a la Policía”, citando al director de Educación de la Policía, José Vargas, por qué mejor no utilizar

Como parte de este grupo de la sociedad que decidió, ya sea por influencia cultural o porque nos dio la gana de pintarnos la piel, me siento indignado.

la inteligenc­ia policial para indagar el pasado de los postulante­s. O generar un mejor y más favorable ambiente laboral, con insumos y salario digno, para que ser policía sea más rentable que ser sicario.

Como parte de este grupo de la sociedad que decidió, ya sea por influencia cultural o porque nos dio la gana de pintarnos la piel, me siento indignado. No quiero ser policía, pero pienso en aquellas buenas personas que lo considerar­on y no podrán serlo por el gravísimo error de tomar una decisión sobre su cuerpo. La Policía es la que pierde.

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