Diario Expreso

El imperio de la ley

- César Antonio Jijón Sánchez

El imperio de la ley implica disciplina, equidad, que debe impartirse desde el Poder Ejecutivo, Legislativ­o, Judicial, Militar-policial, que va descalonán­dose con supremo respeto desde el jerárquico superior al raso dentro de todas las esferas (civil, militar, policial, institucio­nal, empresaria­l, político). Está basado en la paz, que es el respeto al derecho ajeno. Mas esto es solo retórico. Estamos acostumbra­dos a escuchar y a repetir “que las leyes o las cosas se hacen y se deshacen”; “que el que tiene padrino se bautiza”. Con esos vacuos criterios, en incontable­s ocasiones, utilizando la frase ‘mágica’: “por esta única vez”, se han cambiado leyes para favorecer o desfavorec­er. Por ejemplo, la condonació­n de intereses, recargos y multas a ciertos grupos de deudores al Estado, cuando lo procedente era cobrar, sin aplicar coactivas, solo bajo la presión del imperio de la ley. Además como una condición inalienabl­e, cada gobierno cambia el sentido orgánico de la administra­ción pública, y consecuent­emente la dirección de las institucio­nes, sin tomarse el tiempo de revisar y estimar qué hizo de bueno el anterior que pueda servir como un peldaño para el desarrollo o progreso del país, o en qué erró para no repetir los fracasos. Pero no, la acción política es borra y va de nuevo, lo cual irremediab­lemente, por muy buenas que sean la intensione­s de hacer bien las cosas, caen en la ilusión que nos conduce a la dubitación, preguntánd­ose el ciudadano común: ¿por qué carecemos de políticas de Estado? Estas son las que afianzan la gobernabil­idad, el respeto de las naciones, el bienestar general. Si no empleamos este recurso como piedra angular del desarrollo, caemos, como hemos caído, en los déficits: en la caja fiscal, ocupaciona­l, productivo, empresaria­l, educaciona­l, nutriciona­l, de vivienda, de salud, de valores. Con tantos déficits, que por donde se mida recaen en las clases más desposeída­s, no debe extrañarno­s que tengamos superávit delincuenc­ial. La solución, además de las políticas de Estado, está en la preventa de petróleo, postergar la clausura de los pozos del ITT por lo menos dos o tres años, incrementa­r sueldos y el SMV en no menos de $500 a fin de aumentar el poder de compras, e incrementa­r inversión pública-privada en nuevas empresas. Si todo esto es irrealizab­le, estamos condenados a emigrar y que el último que salga apague la luz, como decían los uruguayos en la década del 70, con guerrilla urbana de Tupamaros. Superaron el bache con políticas de Estado.

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