La carne de caballo: la historia de un prejuicio alimentario del pueblo español
Europa se divide entre hipófagos, donde existen carnicerías especiales
Nuestras elecciones alimentarias no son ni libres ni arbitrarias. Cada pueblo ha resuelto sus necesidades nutricionales adaptándose a los recursos del ecosistema que habita. Pero la alimentación no es solo una cuestión fisiológica: es un sistema complejo de creencias socioculturales que condiciona lo que la mesa muestra. Por ello, para entender el bajo consumo de la carne de caballo en España tenemos que adentrarnos en este imaginario cultural forjado a lo largo de los siglos. En el Paleolítico, los hombres perseguían manadas salvajes de caballos.
Los cazaban y representaban, pero su domesticación resultaba complicada debido al propio carácter del animal y al enorme gasto que implicaba su alimentación (un caballo come un 30 % más de pasto que un rumiante). Fuertes, nobles y enérgicos, los caballos se relegaron, pues, a las tareas agrícolas desde las primeras y populosas civilizaciones de Asia y Oriente Medio. El caballo y el arado formaron una simbiosis perfecta. Pero criar un par de caballos como animal de tiro o de transporte tenía sentido, criar grandes cantidades, no.
Excepto en las estepas asiáticas, llanuras infinitas de hierba donde pastores nómadas como los Escitas sobrevivían a base de carne y leche de yegua. El historiador griego Herodoto, en el siglo V a.c., relata el modo de vida de este pueblo “bárbaro” (extranjero) que el mundo clásico consideró no civilizado por su desapego hacia la agricultura, base de la alimentación de la Grecia y la Roma Clásica. En su desprecio, cuenta Massimo Montanari en el libro ‘Historia de la alimentación’, intervenía, además, el hecho de practicar la antropofagia ritual.
Con todo, tanto griegos como romanos empezaron a importar caballos de sus vecinos nómadas para adaptarlos a sus propias necesidades. En los últimos años del Imperio romano se decía que los mongoles sobrevivían largas travesías succionando la sangre de sus caballos y que los hunos cabalgaban antes de andar, por lo que se temía a las huestes que amenazaban la frontera de Roma con el Danubio. En ningún banquete romano, donde se podía degustar un flamenco o un oso, hubo jamás un caballo. Para el pueblo hebreo, el caballo, animal no rumiante y de pezuña no hendida, es impuro y no apto para el consumo humano, según las normas kosher de alimentación y de los religiosos.