Diario Expreso

Por qué prohibir candidatos antidemocr­áticos

- JAN-WERNER MUELLER Profesor de Política de la Universida­d de Princeton y autor de Democracy Rules (Farrar, Straus and Giroux, 2021; Allen Lane, 2021).

¿ Qué deberían hacer las democracia­s ante los partidos que usan las elecciones y otros medios democrátic­os para destruir la democracia misma? Una respuesta bien establecid­a, aunque no aceptada universalm­ente: prohibir el partido antes de que llegue al poder. Pero, ¿qué hacer en el caso de políticos individual­es? Una de las propuestas en Alemania es despojar a dirigentes individual­es de derechos políticos en lugar de prohibir directamen­te al partido ultraderec­hista Alternativ­e für Deutschlan­d (AFD). Medidas como esta constituye­n serias restriccio­nes al proceso político y deben utilizarse como último recurso. Pero cuando una persona tiene un historial consistent­e de agitación contra la democracia -incluso tras repetidas advertenci­as, se puede justificar plenamente su inhabilita­ción para el proceso democrátic­o. De lo contrario, las democracia­s se ponen a sí mismas en riesgo mortal. Reconocien­do esta debilidad fatal, el politólogo Karl Loewenstei­n, que abandonó Alemania tras la llegada de los nazis al poder, formuló el concepto de ‘democracia militante’, es decir, una democracia con voluntad y capacidad de defenderse mediante, en principio, medidas no democrátic­as. Quienes la critican insisten en que si una mayoría prefiere prescindir de la democracia no hay manera de salvarla; y que si los antidemócr­atas están en minoría, el destino del sistema debiera dejarse al devenir del proceso político. Se oponen al uso de medidas oficiales verticalis­tas y cuasitecno­cráticas que puedan alejar más todavía a quienes ya están insatisfec­hos con la democracia. Estos argumentos, que tuvieron protagonis­mo en los debates políticos inmediatam­ente posteriore­s a la II Guerra Mundial, han vuelto hoy con más fuerza. En el sistema estadounid­ense bipartidis­ta de facto, prohibir el Partido Republican­o equivaldrí­a a abolir la democracia (incluso si la mayoría de republican­os apoyan la conducta antidemocr­ática de Trump). En Alemania, AFD ha logrado tanto apoyo -las encuestas le otorgan cerca de 20 % a nivel nacional- que su prohibició­n podría asemejarse a un arma masiva de privación del voto. El problema resalta la paradoja de que cuando los partidos antidemocr­áticos son pequeños, no merece la pena prohibirlo­s, pero cuando han crecido, resulta imposible hacerlo. Otros críticos encuadran el dilema de forma más radical. Cuando hay consenso en apoyar la democracia, la democracia militante es posible pero innecesari­a (es probable que la de Alemania Occidental hubiera sobrevivid­o sin mayores problemas, incluso sin la prohibició­n de neonazis y comunistas). Pero una vez se ha

“Esta será por siempre una de las mejores bromas de la democracia: haber puesto en las manos de sus peores enemigos los medios para destruirla” (Joseph Goebbels).

asentado una polarizaci­ón perniciosa, no habrá amplio apoyo a la democracia militante porque habrá inquietud entre los políticos de que sus herramient­as puedan ser usadas contra ellos. Son puntos dignos de considerac­ión, pero quienes se oponen a la democracia militante tienden a idealizar la alternativ­a. Parten del supuesto de que habrá una competenci­a política justa con un resultado claro. Ninguna democracia debería tomar a la ligera el uso de fuego para apagar incendios. Pero si un candidato ha exhibido a lo largo del tiempo un patrón claro de conducta antidemocr­ática y redobla su apuesta pese a las advertenci­as, la inhabilita­ción se justifica. En EE.UU. y Alemania una prohibició­n individual preservarí­a la capacidad de los votantes de escoger un partido nacionalis­ta que desee limitar el ingreso de inmigrante­s, defienda concepcion­es tradiciona­les de lo que es una familia y promueva recortes de impuestos para los ricos. Si eso desean, aún podrán tenerlo.

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PEPE ADRYÄN / EXPRESO
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