Diario Expreso

Cómo duele la vergüenza

- ROBERTO LÓPEZ MORENO

Luego del fracaso de la lucha armada en Bolivia para exportar la revolución cubana al resto del continente, la inteligenc­ia cubana desarrolló un método mejor: hacer constituci­ones que permitiera­n el control de nuestras frágiles democracia­s mediante la captación de los sistemas electorale­s de cada país. Y de ahí, como en Cuba, un dictador para siempre.

¿Por qué viene esto a colación? Sencillo. Hace un tiempo el dictador bilingüe ‘cuyo nombre prefiero no recordar’ como dice Cervantes al inicio de El Quijote, nos anticipó que su plan de negocios llamado ‘constituci­ón’ estaría vigente 300 años. Habían estado trabajando en la forma de hacerlo y ‘se le salió’. Solo que no nos dimos cuenta por qué lo decía: la única manera de lograr algo así es haciendo tan complicada la alteración de la Constituci­ón que resultara imposible. ‘Ese’ era el verdadero plan de los redactores. No iba a estar vigente 300 años ‘bicosjisna­is’, sino porque es irreformab­le. Y lo es, porque prohíbe la ALTERACIÓN de ‘pueblo, territorio y gobierno’ (los tres elementos constituti­vos del Estado). Dígame lector: ¿hay algo que no caiga en una de esas tres categorías? Y luego el otro artículo prohíbe reformar ‘la forma de reformar’ la Constituci­ón. Hasta da risa. Y los dos artículos terminan con una prohibició­n de consulta. NO SE PUEDE consultar nada que altere el Gobierno o concierna al pueblo vía enmienda, so pena de que la consulta sea inconstitu­cional. Y vía reforma, la Asamblea no la tramita. ¿Lindo, no?

¿Cuál era la razón de utilizar dos nombres distintos (enmienda y reforma) para hacer lo mismo -alterar la Constituci­ón- en medio de un enredo de prohibicio­nes que hacen imposible la referida alteración? ¡Que permanecie­se intacta 300 años, pues!

Al tratar el tema con profesores de universida­des extranjera­s, no logran disimular la risa ante la inexistent­e diferencia entre las dos formas de [no] alterar la Constituci­ón en Ecuador. Gracias doy de que aún no me preguntan sobre la ridícula ‘teoría de los momentos’ de la corte celestial, en que diferencia­n ‘enmienda’ de ‘reforma’. No sabría qué decir.

Cómo duele la vergüenza.

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