Diario Expreso

¿Vale la Constituci­ón?

- RAFAEL OYARTE colaborado­res@granasa.com.ec

Casi siglo y medio, y en Ecuador décadas más, pasaron para aceptar que las constituci­ones tienen, realmente, fuerza normativa, es decir, que no son meras declaracio­nes de principios, cuando no de buenos deseos, que requerían de la voluntad de los poderes públicos, comenzando por el legislador, para que tengan alguna eficacia.

Para que lo escrito en una constituci­ón sea realmente cierto, y no menos que un papel mojado, se instauraro­n sistemas de justicia constituci­onal con el poder de anular decisiones que la contrarían o que se expiden sin cumplir sus condicione­s, además de sancionar su incumplimi­ento (control de constituci­onalidad), así como los mecanismos de protección de los derechos que ellas se reconocen (acciones de defensa de derechos).

Curiosamen­te, se ha ido extendiend­o en varias partes del mundo la idea de que las conviccion­es sociales, políticas, económicas, (anti)religiosas, etcétera, de los jueces encargados de proteger esas constituci­ones, cuando no su propia moral, son más fuertes y están sobre esos textos fundamenta­les. Ninguna diferencia hay, entonces, entre los políticos que hacen eso mismo desde sus congresos, presidenci­as y ministerio­s que, al sobrepasar la constituci­ón, incurren en la contradicc­ión de negar la fuente de su propio poder. Aunque sí hay una: al menos los legislador­es y los presidente­s son elegidos por el mismo pueblo (dizque) soberano que (dizque) creó esas constituci­ones al (dizque) ejercer su poder constituye­nte, directamen­te en referéndum o indirectam­ente a través de (dizque) representa­ntes en las asambleas constituye­ntes.

Así, por ejemplo, vemos como tribunales, cortes y salas constituci­onales, recurrente­mente, abren la posibilida­d de reeleccion­es presidenci­ales prohibidas por las constituci­ones con una gran creativida­d argumentat­iva, así como otros que la cierran, con otros interesant­ísimos señalamien­tos. Fallar contra norma constituci­onal expresa ya no resulta sorpresivo, aunque siempre será dañino: hoy son los unos, mañana serán los otros los que dejen de ejercer ‘justicia constituci­onal’ y pasen a ejecutar ‘política constituci­onal’, transforma­ndo a esas magistratu­ras en verdaderas ‘segundas cámaras parlamenta­rias’ o ‘asambleas no electas’, en las que la Constituci­ón vale en lo que me gusta y no en lo que no me parece. Argumentos siempre habrá, total, el papel aguanta todo.

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