JOSÉ MARÍA: UN LATIDO DE ESPERANZA QUE SE CONVIRTIÓ EN ESPÍRITU DE SERVICIO
El corazoncito de José María Briz es más fuerte de lo que parece. Ha superado tres cardiopatías congénitas y sus latidos han sido, desde el 23 de febrero de 2018, la razón del más puro amor de Francisco Briz y Catherine Cabrera, sus papás. Y este 14 de febrero, Día de San Valentín, ellos nos cuentan con orgullo cómo su niño, con síndrome de Down, merece ser llamado “espartano”, el guerrero.
Su batalla por sobrevivir empezó desde que estaba en la pancita de su mamá. Pero antes, nos vamos a 2009, cuando Francisco y Catherine empezaron su historia de amor en Guayaquil. “Ya nos conocíamos, yo tenía un restaurante y era mi clienta. Pero estábamos casados, cada uno con su pareja. En la misma época, nos divorciamos. Y (con Catherine) nos volvimos a encontrar en una fiesta de fin de año. Han pasado 15 años”, detalla.
“Yo pensaba que un hijo es el complemento perfecto de una relación. Pero cuando Francisco me contaba que quería uno, yo decía: ‘¡No! Volver a empezar, con pañales, biberones’”, dice Catherine, quien ya tenía una hija, y él, dos hijos de sus anteriores relaciones. Pero -entonces- llegó. “Dicen que si uno quiere hacer reír a Dios, le cuente sus planes. Nos sorprendió con José María. ¡Estábamos embarazados!”, continúa la madre, de 48 años.
Al inicio, José María no venía solo. Pues Catherine estaba embarazada de trillizos. Sin embargo, perdió a dos en el camino. A la decimotercera semana de gestación, recibieron una noticia: “Nos enteramos de que había la posibilidad de que José María tuviera una condición no compatible con la vida”. Poco después, supieron que su bebé iba a nacer con síndrome de Down. “Fue una alegría bárbara, porque iba a nacer. Iba a vivir”, manifiesta Francisco, de 53 años.
Los padres se prepararon para tener a José María durante el embarazo, porque no conocían sobre dicha condición. Y lo poquito que sabían era incorrecto. “Tuvimos que desaprender y aprender de la manera correcta”, detalla Catherine.
Con siete meses y medio de gestación, Catherine dio a luz a José María, en la clínica Kennedy de Guayaquil, a través de una cesárea de emergencia. Francisco estuvo en el parto. Y fue el primero en ver a su pequeño, quien llegó al mundo con algunas complicaciones de salud, entre esas, hipertensión pulmonar y las tres cardiopatías congénitas.
José María fue directo a una incubadora. Vivía con respirador artificial. Sus pulmones colapsaron dos veces. “Tuvieron que resucitarlo”, dice su mamá. Desolados, llamaron a un sacerdote para que lo bautizara. Un domingo, a las 07:00, el pequeño José María recibió a Dios.
Como el más valiente ‘espartano’, José María resistió. Durante 70 días, el niño pasó en la incubadora.
Hasta que por fin pudieron llevarlo a su hogar. “Era mayo y ya teníamos al gordito aquí”, cuenta Francisco. Su vida, claro, dio un giro. El bebé necesitaba la atención de sus padres las 24 horas. Así que el papá cerró su restaurante para dedicarse al cuidado de su niño junto a Catherine. “José María fortaleció nuestra unión. No solo como pareja, también como familia”, sentencia Catherine. José María ama comer torta mojada de chocolate. Ama la música clásica y la ópera. Uno de sus mejores amigos es Alan. Le encanta bañarse y chapotear en la piscina. Tienen mucho carácter. Recibe terapia. Está en el colegio Monte Tabor. Fue el primer niño con síndrome de Down en ingresar, aseguran sus padres. Y es feliz. Lo dice su rostro.
Sus ocurrencias, risas y picardías son subidas en la cuenta de Instagram (josemariabriz), que nació por gratitud, comentan los padres. Además, ambos forman parte de la Asociación de Familias y Amigos de Personas con síndrome de Down (Down GYE).